jueves, 31 de octubre de 2013

Under the Shadow of Postmodernism (y VI)

Nevertheless, his cousin, Alfonso Enríquez of Portugal, had stolen a match on him (Alfonso VII of Castille).  in mid-March the Portuguese king had made a swift thrust south of Coimbra and in a night attack surprised the Muslim town of Santarem. With its fall, he now controlled the passage of the Tajo against any but waterborne forces, and had isolated Muslim Lisbon and its environs from its coreligionists to the south. The Feat was important in itself, but it became doubly so with the appearance of a crusading fleet upon the scene.

The first elements of this fleet had sailed from Cologne about the end of August bound for Levant. In the passage of the North Sea and the Channel it was joined by equally strong formations of Flemish and English. On Pentecost, June 8, 1147, the combined force arrived off Galicia, and some of its complement celebrated that feast at Santiago de Compostela. From Galicia, the crusaders sailed south to Oporto, where they were met by its bishop, Pedro. That prelate convinced them to at least stop to parley with his king who was holding Lisbon to siege. The crusaders did just that, and Alfonso Enríquez persuaded them to join in the attack. The price of their adhesion was a treaty guaranteeing them the spoils of success and subsequent perpetual trading privileges in the entire realm. Lisbon put up a stubborn defence, but finally succumbed  to the combined forces on October 24, 1147. Mopping afterward turned all of Portugal north of the Tajo and south of Coimbra into Christian territory. It should perhaps be noted that the first bishop of a restored Lisbon was to be the Englishman Gilbert of Hastings

Bernard F. Reilly. The Contest of Christian and Muslim Spain. 1031-1157

En buena lógica, esta serie de entradas habría debido seguir con el libro de la Historia de España dirigida por John Lynch que está dedicada al emirato/califato de Córdoba, pero ese tomo aún está por salir, así que me he visto obligado a dar un salto de 250 años y pasar al volumén que describe la historia de Iberia del 1031 al 1157.

Puede parecer excesivo dedicar un libro entero a escasos 130 años y además de la historia medieval, pero esa impresión se disipa en cuanto se comienza su lectura y se derrumban varias de nuestras convicciones más profundas. Ya he comentado como uno de los errores más frecuentes en el estudio de la historia es caer en una visión teleológica, en la que los hechos presente ocurrieron necesariamente. Esta advertencia es especialmente necesaria en el caso del siglo a caballo entre el XI y el XII que se narra en esta obra, puesto que la versión en la que los españoles hemos sido educados es que tras la caída del Califato en el 1035, la reconquista cristiana era inevitable y necesaria, de forma que ningún suceso histórico podría haber invertido el resultado final, dando lugar a una España musulmana y no cristiana.

sábado, 26 de octubre de 2013

A Proust Odissey: La Prisonnière (y I)

Bien plus, ces deux manies inverses de la jalousie vont souvent au delà des paroles, qu'elles implorent ou refusent les confidences. On voit des jaloux qui ne le sont que des hommes avec qui leur maîtresse a des relations loin d'eux, mais qui permettent qu'elle se donne à un autre homme qu'eux, si  c'est avec son autorisation, près d'eux, et, sinon même à leur vue, du moins sous leur toit. Ce cas est assez fréquent chez les hommes âgés amoureux d'une jeune femme. Ils sentent la difficulté de lui plaire, parfois l'impuissance de la contenter et, plutôt que d'être trompés, préfèrent laisser venir chez eux, dans une chambre voisine, quelqu'un qu'ils jugent incapable de lui donner de mauvais conseils, mais non du plaisir. Pour d'autres es tout le contraire: ne laissant pas leur maîtresse sortir seule un minute dans une ville qu'ils connaissent, la tenant dans un véritable esclavage, ils lui accordent de partir un mois dans un pays qu'ils ne connaissent pas, où ils ne peuvent se représenter ce qu'elle fera. J'avais à l'égard d'Albertine ces deux sortes de manie calmante. Je n'aurais pas été jaloux si elle avait eu des plaisirs près de moi, encouragés par moi, que j'aurais tenus tous entiers sur ma surveillance, m'épargnant par là la crainte du mensonge; je ne l'aurai peut-être été non plus si elle était parti dans un pays assez inconnu de moi et éloigné pour que je ne puisse imaginer, ni avoir la possibilité et la tentation de connaître son genre de vie. Dans le deux cas le doute eût été supprimé par une connaissance ou un ignorance également complètes

Marcel Proust, La Prisonnière

Más aún, esas dos manías inversas de los celos se extienden a menudo más allá de las palabras, sea que imploren o rechacen las confidencias. Hay celosos que sólo lo son de los hombres con los que su amante tiene relaciones sin su conocimiento, pero que permiten que se entregue a otros, si es con su autorización, a su lado, y, si no es ante ellos, al menos bajo el mismo techo. Este caso es bastante frecuente entre los ancianos enamorados de una joven. Saben de la dificultad de complacerla, a veces incluso de su impotencia por contentarla y, antes que saberse engañados, prefieren que venga a su casa, a una habitación vecina, alguien que creen no podrá darle malos consejos, pero sí placer. Para otros es el caso contrario, no permiten que su amante salga un sólo instante en una ciudad que conocen, la mantienen en la esclavitud, pero le conceden que marcha a un país desconocido, donde no pueden imaginarse que hará. Frente a Albertina yo sufría de esos dos tipos de manía. No habría padecido celos si sus placeres hubieron tenido lugar ante mi vista, si yo los hubiera supervisado. Ahorrándome así el temor de una mentira, yo tampoco lo hubiera sido si ella partiese a tierras completamente desconocidas para mí y tan alejadas que yo no pudiese imaginar, ni tener la posibilidad o la tentación de conocer su género de vida. En ambos casos, la duda habría sido suprimidad por un conocimiento o una ignorancia igualmente completas.

Al final de Sodome y Gomorrhe, se había producido una catástrofe irremediable en la vida sentimental del protagonista de À la Recherche. Si durante toda la novela había intentado convencernos de que no amaba a Albertine, de que sólo permanecía a su lado por hastio, rutina e indolencia, que en cualquier momento iba a romper con ella y recuperar una libertad de la que nunca había hecho buen uso, el resultado había sido completamente opuesto. De repente, la vida, la existencia se le aparecía como imposible sin la presencia de esa mujer, en negación absoluta de todas las largas y retorcidas excusas que se nos habían alegado una y otra vez.

Dicho así, este giro argumental no diferiría mucho de las aconstumbradas novelas rosas. Sin embargo, como recordarán de otras entradas, Proust, aunque sentimental, es profundamente arromántico - o al menos su romanticismo no es de El Corte Inglés (tm) -. El desencadenante de esa conclusión no fue otro que el descubrimiento sin posibilidad de apelación de la homosexualidad - en realidad bixesualidad - de Albertina, frente a la cual el protagonista se siente desarmado e impotente. La catástrofe de la que hablaba, no obstante, no tiene su origen en que el protagonista vea a su amada como una perdida, en el sentido que nuestros antepasados conferían a ese término, sino que en su relación, en su historia de amor, no ha habido ni habrá entrega completa, que en ella quedan, irreductibles, vastas regiones desconocidas, a las cuales el protagonista jamás podrá llegar, ni siquiera concebir o comprender..

 Albertine es libre, irremediable y esencialmente libre. La ruptura de la relación que les une no es una cuestión que dependa del capricho del protagonista, es Albertine y no otra persona quien decidirá cuándo y cómo termina, y nada podrá hacerse contra ese decreto. La existencia de ese otro mundo, el del lesbianismo, del que Albertine es una de sus ciudadanas, implica un otro universo de placeres y goces, que el narrador no podrá nunca remedar, replicar o substituir. Su derrota es, por tanto completa y segura, su posibilidades  nulas.


martes, 22 de octubre de 2013

Under the Shadow of Postmodernism (y V)

It is necessary to stress here the indications of reliability for this author's dates as the chronology he provides for the conquest is at variance with that normally credited. he has Roderic's reign begin in 711 and end in 712, as opposed to 710 and 711.
More important than the matter of dating are the implications of this account for the sequence of events themselves. Firstly, there were a series of initial destructive Arab raids on southern Spain. Secondly, in 711 there were two Arab forces operating in the peninsula: One, and this was probably the first to arrive, was the army of Arabs and Berbers led by Tariq 'and others', and the other was the army under his superior, Musa, which landed at Cadiz and made its way to Toledo. Thirdly, continuing to follow the chronicler's chronology, in 712 the first of these armies defeated the main forces of the Visigothic king Roderic, who seems previously to have been engages in a struggle for power with internal rivals. His own fate is not here recorded, but a later reference, c.715, to his widow suggests a death in battle or soon after. Fourthly, Musa at Toledo executed an unspecified number of members of the indigenous aristocracy for their involvement with the former brother of a former king (Witiza). A reasonable guess may be that this latter had been chosen or even consecrated as king himself at this time. His fate is uncertain but may have been the same as theirs. Fithly, in this period 711/712 Musa and his deputies established control over not only the former Visigothic capital and parts of the centre and south of the peninsula, but also extended their authority as far as the Ebro valley and Zaragoza. These events, and the accompanying local struggles and civil war produced considerable destruction and loss of life.

Roger Collins, The Arab Conquest of Spain

En la entrada anterior, había comentado como la sombra de los visigodos sigue pesando sobre la idea que tenemos de España. Parte de esa influencia inesperada de un reino medieval, largo tiempo desaparecido y sin relación con nosotros, sobre nuestra concepción del presente se debe a que la intelectualidad hispana ha visto siempre la historia como la crónica de una decadencia. La misión de la historia era por tanto encontrar el punto en que las cosas se torcieron, rastrear las raíces del fracaso y aplicar las medidas correctivas necesarias, aunque fuera completamente absurdo intentan resolver los problemas políticos del siglo XX con medios imaginarios que permitirían salvar el imperio mundial hispano del siglo XVI.

En ese sentido la fecha del 711, la invasión árabe del reíno visigodo y la destrucción fulminante de ese estado, siempre ha sido un punto de referencia obligado en esas crónicas de la pérdida del Edén en las que parece haberse especializado la historiografía hispana. En este caso particular, la llegada de los árabes se explicaba como una especie de castigo divino a los pecados de los gobernantes visigodos - idea difícil de conciliar con su calidad de modelo al que había de volver - de manera que la historia de España, a partir de ese instante, era tanto reconquista como reconstrucción, restauración y recuperación, en la que la esencia de España, cristiana y una, era finalmente rescatada del yugo árabe, paréntesis que en nada había alterado lo que España realmente significaba.

Quisiera decir que esas ideas son ya cosa del pasado. Saben que no es así, pero afortunadamente han quedado limitadas a círculos políticos e ideológicos muy concretos. Lo que las últimas décadas han permitido es contemplar la historia medieval de España no como una excepción aislada, sino como un ejemplo de fuerzas y procesos de escala global, euroasiática, de los que la península no sería más que un ejemplo concreto. Adoptada esa postura, la invasión árabe sigue conservando su rasgo de hecho determinante en la historia peninsular, pero al contrario de lo que nuestros antecesores pensaban.

jueves, 17 de octubre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (IV)

Outre que l'habitude remplit tellement nôtre temps qu'il ne nous reste plus a bout de quelques mois un instant libre dans une ville où a l'arrivée la journée nous offrait la disponibilité de ses douze heures, si une par hasard était devenue vacante, je n'aurais plus eu l'idée de l'employer à voir quelque église pour laquelle j'étais jadis venu à Balbec, ni même à confronter un site peint par Elstir avec l'esquisse que j'en avais vue chez lui, mais à aller faire un partie d'échecs de plus chez M. Feré. C'était en effet la dégradante influence, comme le charme aussi qu'avait eu ce pays de Balbe, de devenir pour moi un vrai pays de connaissances; si leur  répartition territoriale, leur ensemencement extensif tout le long de la côte, en culture diverses, donnaient forcément aux visites que je faisais à ces différentes amies la forme du voyage, ils restreignaient aussi le voyage à n'avoir plus que l'agrément social d'une suite de visites. Les mêmes noms de lieux, si troublants pour moi jadis que le simple "Annuaire des Châteaux", feuilleté au chapitre du département de la Manche. me causait autant d'émotion que l'Indicateur des chemins de fer, m'étaient devenus si familiers que cet indicateur même, j'aurais pu le consulter, à la page Balbec-Douville par Doncieres, avec la même heureuse tranquillité qu'un dictionnaire d'adresses. Dans cette vallée trop sociale aux flancs de laquelle je sentais accrochée, visible ou non, une compagnie d'amis nombreux, le poétique cri du soir n'était pas celui de la chouette ou de la grenouille, mais le "Comment va" de M. de  Criquetot ou le "Khairé" de Brichiot. L'atmosphère n'y éveillait plus de angoisses et, chargée d'effluves purement humains, y était aisément respirable, trop calmante même. Le bénéfice que j'en tirais, au moins, était de ne plus voir les choses qu'au point de vue pratique. Le mariage avec Albertine m'apparaissait une follie.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe.

Además, el hábito llena de tal maner nuestro tiempo, que pasados unos meses no nos queda un instante libre en una ciudad donde a nuestra llegada el día nos ofrecía sus doce horas a nuestra disposición, si  una por  azar hubiera quedado vacía, yo no tendría la ocurrencia de utilizarla para ver alguna iglesia por la que antaño hubiera venido a Balbec, ni siquiera a comparar un lugar pintado por Elstir con el esbozo que yo había visto en su casa, sino ir a jugar una partida de ajedrez con M. de Feré. Era, en efecto, la degradante influencia, como también el encanto que había tenido este país de Balbec, de convertirse para mi en una tiera de conocidos, si su distribución territorial, su cultivo extendido a lo largo de la costa, en parcelas distintas, convertían a las visitas que yo hacía a diferentes amigos en una especie de viaje, tambíén restringían ese viaje a nos ser otra cosa que el acuerdo social de una serie de visitas. Los propios nombres de lugar, antaño tan turbadores para mí que  ojear el "Anuario de Castillos" por el capítulo del departamento del Canal de la Mancha, me causaba tanta emoción como la guía de ferrocariles, me parecían ahora tan familiares que habría podido consultar, en la página Balbec-Douville via Doncieres, con la misma tranquilidad que una lista de direcciones. En este valle demasiado social en cuyos flancos yo me sentía adherido, ya visible o no, a una larga compañía de amigos. el grito poético de la tarde no era el de la lechuza, sino el "qué tal" de M. de Criquetot o el "Khairé" de Brichot. El ambiente no evocaba ya ninguna angustia y, pleno de efluvios meramente humanos, se podía respirar con tranquilidad, incluso era demasiado adormecedor. El beneficio que de él extraía era, al menos, ver las cosas sólo desde un punto de vista práctico. Casarme con Albertine me parecía una locura.

Sodome et Gomorrhe ocupa una posición central dentro de À la Recherche, no ya por el mero hecho de ser la cuarta novela de las siete, sino por constituir un punto de inflexión tanto en la composición de la obra como en su trama. Por una parte, ésta es la última novela que se publicó en vida de Proust y que por tanto podemos considerar como "terminada", en la medida que ese adjetivo es aplicable a un escritor que volvía una y otra vez sobre sus manuscritos, para modificarlos, refinarlos, completarlos y en ocasiones hincharlos sin medida. A partir de Sodome et Gomorrhe sólo se cuenta con un manuscrito previo a las pruebas de imprenta, lleno de enmiendas, añadidos y tachaduras, y con un número de páginas por novela bastante inferior a la media de antes del corte. Resulta claro que si Proust hubiera seguido trabajando, el resultado final hubiera sido como mínimo más extenso y seguramente hubiera contenido cambios importantes, cuando no trascendentales, que nos hubieran hecho rechazar las novelas que hoy conocemos como meros esbozos, al igual que las decenas de cuadernos que constituyen el legado Proust, registro de más de una década de aventura compositiva de À la Recherche.

No obbstante el mayor cambio en el ciclo novelistico pre y post Sodome et Gomorrhe se produce en la mente del narrador y no es, aunque importante y determinante, el descubrimiento de esas otras sexualidades, al que se une la proximidad y la cercanía de los exilados de ambas ciudades, ocultos a los ojos de todos, pero cláramente visibles a sus correligionarios.

martes, 15 de octubre de 2013

Under the Shadow of Postmodernism (IV)

The sense of insecurity and the frequency of the challenges to the king, especially when new to the throne, that emerge from such conciliar texts, are confirmed, not least by the detailed account of the first year of the reign of the reign of Wamba in Julian of Toledo's History of Wamba, and also by the evidence of yet other sources, such as coinage. Thus, two monarchs are represented in the Visigothic coinage, of whom no mention whatsoever is made in any literary source. One of them, called Iudila, is known from two coins, one minted in Merida and the other in Eliberri, a Roman town close to Granada. As their style is closest to that of the coinage of Sisenand (631-6), it would seem that he held power for a short while in the province of Baetica, probably sometime in the early 630s. The other case is that of a certain Suniefred, known only from a single coin minted in Toledo, which can be dated stylistically to the first half of the reign of king Egica (687-702). These two examples show how very limited is our knowledge of what may have been quite major events in the history of the Visigothic kingdom.

Roger Collins, Visigothic Spain.

Los pocos que sigan este blog sabrán de mi oposición al postmodernismo en lo que se refiere al estudio de la historia, al considerarlo una influencia corrosiva sobre esta disciplina, una amenaza a su permanencia y relevancia. No obstante, como ya habrán notado, mi rechazo se ha visto bastante matizado en el tiempo que este espacio lleva abierto. Por una parte, la irrupción de esa corriente filosófica ha supuesto un necesario revulsivo en una disciplina de por sí conservadora. Casi a duras penas, los historiadores se han visto obligados a revisar la veracidad y pertinencia datos sobre los que se funda la reconstrucción del pasado, iniciando una saludable polémica que aún sigue abierta y que ha revitalizado - especialmente para los aficionados - lo que esta ciencia puede ofrecer.

El segundo factor es que, también a regañadientes, todos nos hemos vuelto postmodernos. La triste verdad que todos - aficionados y expertos - hemos tenido que tragar es que seguramente la historia no se puede reconstruir, sino que tenemos que conformarnos con un consenso en el que los hechos históricos llevan asociados una cierta probabilidad que no asegura su veracidad ni su verosimilitud, sino simplemente que son preferibles, dado el estado de la investigación, frente a otros parecidos. En mi caso, este giro hacia el postmodernismo - aunque sea limitado y matizado - se ha visto acelarado por dos factores principales, ambos relacionados con la política española reciente.

viernes, 11 de octubre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (III)

Une des jeunes filles que je ne connaissais pas se mit au piano, et Andrée demanda à Albertine de valser avec elle. Heureux, dans ce petit casino, de penser que j'allais rester avec ces jeunes filles, je fis remarquer à Cottard comme elles dansaient bien. Mais lui, du point de vue spécial du médecin, et avec un mauvaise éducation qui ne tenait pas compte de ce que je connaissais ces jeunes filles à qui il avait pourtant dû me voir dire bonjour, me répondit: "Oui, me les parents son bien imprudents qui laissent leurs filles de prendre de pareilles habitudes. Je ne permettrais certainement pas aux miennes de venir ici. Sont-elles jolies au moins? Je ne distingue pas leurs traits. Tenez, regardez", ajouta-t-il en me montrant Albertine et Andrée qui valsaient lentement, serrées l'une contre l'autre, "j'ai oublié mon lorgnon et je ne vois pas bien, mais elles sont certainement au comble de la jouissance. On ne sais pas assez que c'est surtout par les seins que les femmes l'éprouvent. Et voyez, le leurs se touchent complètement" En effet, le contact n'avait pas cessé entre ceux d'Andrée et ceux d'Albertine. Je ne sais pas si elles entendirent ou devinèrent  la réflexion de Cottard, mais elles se détachèrent légèrement l'une de l'autre tout en continuant à valser. Andrée dit à ce moment un mot à Albertine et celle-ci rit du même rire pénétrant et profond que j'avais entendu tout à l'heure. Mais le trouble qu'il m'apporta cette fois ne me fut plus que cruel: Albertine avait l'air d'y montre, de faire constater à Andrée quelque frémissement voluptueux et secret. Il sonnait comme les premiers ou les derniers accords d'une fête inconnue.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe

Una de las jóvenes que yo no conocía se sentó al piano y Albertine pidió a Andrée que bailara con ella. Feliz, en ese pequeño casino, de saber que estaba en compañía de esas jóvenes, le hice notar a Cottard lo bien que bailaban. Pero él, con el punto de vista especial de un médico, y con una mala educación que no tenía en cuenta que yo conocía a esas jóvenes a las que sin embargo me había visto saludar, me respondió. " Sí, los padres que permoiten a sus hijas esas costumbres son bien imprudentes. Yo nunca permitiría a las mías que vinieran aquí. ¿Son al menos hermosas? No las veo bien desde aquí? Mirad" - añadió mientras señalaba a Albertine y Andrée que bailaban lentamente, estrechadas la una contra la otra - " he olvidado mis gafas y no veo bien, pero estoy seguro que se hallan en el clímax del placer. No es muy conocido que es en los senos donde las mujeres lo sienten. Y daos cuenta que los suyos se tocan completamente". En efecto, el contacto no había cesado entre los de Andrée y los de Albertine. No sé muy bien si oyeron o adivinaron los comentarios de Cottard, pero se separaron ligeramente la una de la otra mientras continuaban bailando. Andrée dijo a Albertine y ella rió con la risa penetrante que yo había escuchado hace poco. Pero la preocupación que esto me causó no fue menos cruel: Albertine parecía querer mostrar, constatar ante Andrée un extremecimiento voluptuoso y secreto. Sonaba como los últimos acordes de una fiesta desconocida.

Quien haya leído a Proust sabe que desde las primeras páginas del ciclo de À La Recherche, la descripción del sentimiento amoroso ocupa un lugar central. Por supuesto, como también sabrán los que sigan estas anotaciones, la postura de Proust hacia esa experiencia vital es cualquier cosa menos romántica, o al menos romántica al uso de revistas, programas televisivos y blockbusters de Hollywood.

miércoles, 2 de octubre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (y II)

J'avais oublié de fermer les volets et sans doute le grand jour m'avait éveillé. Mais je ne pus supporter d'avoir sous les yeux ces flots de la mer que ma grand-mère pouvait autrefois contempler pendant des heures; l'image nouvelle de leur beauté indifférente se complétait aussitôt par l'idée qu'elle ne les voyait pas; j'aurais voulu boucher mes oreilles à leur bruit, car maintenant la plénitude lumineuse de la plage creusait comme un vide dans mon cœur; tout me semblait me dire comme ces allées et ces pelouses d'un jardin public où je l'avait autrefois perdue quand j'étais tout enfant: "Nous ne l'avons pas vue", et sous la rotondité du ciel pâle et divin je me sentais oppressé comme sous une immense cloche bleuâtre fermant un horizon où ma grand-mère n'était pas. Pour ne plus rien voir, je me tournai du côte du mur, mais hélas! ce qui était contre moi c'était cette cloison qui servait jadis entre nous deux de messager matinal, cette cloison qui, aussi docile qu'un violon à rendre toutes les nuances d'un sentiment, disait si exactement a ma grand-mère ma crainte à la fois de la réveiller, et si elle était réveillée déjà, de n'être pas entendu d'elle et qu'elle n'osât bouger, puis aussitôt comme la réplique d'un seconde instrument, m'annonçant sa venue et m'invitant au calme. Je n'osais pas approcher de cette cloison plus que d'un piano où ma grand-mère aurait joué et qui vibrerait encore de son toucher. Je savais que je pourrait frapper maintenant, même plus fort, que rien ne pourrait plus la réveiller, que je n'entendrais aucune réponse, que me grand-mère ne viendrait plus. Et je ne demandais de plus a Dieu, s'il existe un paradis, que d'y pouvoir frapper contre cette cloison les trois petits coups que ma grand-mère reconnaîtrait entre mille, et auxquels elle répondrait par ces autres coups que voulaient dire: "Ne t'agite pas, petite souris, je comprends que tu es impatient, mais je vais venir", et qu'il me laissât rester avec elle toute l'éternité, qui ne serait pas trop longue pour nous deux.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe.

Había olvidado cerrar las contraventanas y la luz del amanecer me había despertado. No podía soportar tener ante los ojos las olas del mar que mi abuela podía antaño contemplar durante horas enteras: la nueva imagen de su belleza indiferente se completaba inmediatamente con la idea de que ella ya no las veía; habría querido taponarme los oidos contra su ruido, porque ahora la plenitud luminosa de la playa cavaba un vacío en mi corazón, todo parecía decirme como lo hicieran esas avenidas y esas praderas de un jardín público donde la había perdido de vista cuando era niño: "Nosotros no la hemos visto", y bajo la rotundidad del cielo pálido y divino me sentía oprimido como bajo una inmensa campana azulada que encerraba un horizonte en cuyo interior no estaba mi abuela. Para no ver nada, me volví hacia el muro, pero ¡ay! que lo que estaba contra mí era ese tabique que nos servía antaño de mensajero matinal, ese tabique que, tan dócil como el violín a la hora de representar todos los matices del sentir, comunicaba exactamente a mi abuela al mismo tiempo mi temor a despertarla, y si ya lo estaba, el de no ser oído por ella y que ella no se moviera, puesto que inmediatamente, como la réplica de un segundo instrumento, me anunciaba su venida y me invitable a tener clama. No me atrevía a acercarme a ese tabique, al igual que no lo habria hecho a un piano en el que mi abuela hubiera tocado y que aún vibrase con sus notas. Yo sabía que por muy fuerte que golpease ahora, nada podría desperarla, no escucharía respuesta alguno, mi abuela no vendría. Y yo no pedía más a Dios, si existe el paraíso, que poder golpear este tabique con tres golpes que mi abuela reconocería entre mil y a los que respondería con otros que querrían decir: "No te agites, ratoncito, sé que te impacientas, pero enseguida voy" y que me permitiesen permanecer con ella toda la eternidad, que no sería demasiado larga para ninguno de nosotros.

Un hecho central en Le Côte de Guermantes era la muerte de la abuela del protagonista, trasunto del fallecimiento de la propia madre de Proust. Sin embargo, aunque la novelización de ese acontecimiento permitió a Proust escribir algunas de sus mejores páginas, su impacto quedaba un tanto difuminado en medio de la descripción de la ascensión social deul protagonista, a quien se le abrían repentinamente las puertas de la sociedad francesa más selecta, representada por la muy antigua y muy noble familia de Guermantes.

Como en muchas ocasiones de la vida, la intensidad del sentimiento, en este caso del duelo, impedía cobrar completa consciencia de la gravedad de la pérdida. Se hacía necesario un periodo de aquietamiento, de separación y desapego, de atenuación, casi de olvido, para que una vez solucionadas las necesidades más urgentes, retornado a la vida cotidiana, interrumpida por ese cambio irremediable, se encontrase el tiempo, los tiempos muertos, de los que surgiese repentinamente la imagen, la representación concreta e ineludible de la pérdida, sin que fuera ya posible posponerla, ni aplazarla.

Esto es precisamente lo que ocurre al final del primer tercio de Sodome et Gomorrhe, coincidiendo con el retorno del protagonista al Balbec en el que había pasado un largo verano de vacaciones en compañía de la familiar tan amada.