domingo, 22 de diciembre de 2013

The Beltessar List (XXVI): The Metamorphosis of Mr. Samsa (1977) Caroline Leaf
























En la revisión dominical  de la compilación de cortos animados realizados por el misterioso Beltesassar, le ha llegado el turno a The Metamorphosis of Mr. Samsa, realizado en 1977,por la animadora norteamericana Caroline Leaf.

Leaf no es una desconocida en este blog, ya tuvimos ocasión de hablar de ellas cuando revisé la lista de 100 mejores cortos animados recopilada por el festival de Annecy. Tampoco lo es la National Film Board (NFB) de Canada, famosa por su continuada promoción de la forma animada, bajo la forma tan denostada de la subvención. No reiteraré, por tanto mi opinión sobre ambos autores, para no repetirme, sino que dirigiré mi (y su) atención hacia otro aspecto: la forma, esencial en la compresión - y disfrute - de la animación.

Como ya he dicho otras veces la victoria reciente de la animación por ordenador ha venido a poner patas arriba las normas de la animación. Entre los dogmas que han quedado semiolvidados, se halla la idea - con la que crecimos muchos - de que la esencia de la animación consistía en que cualquier, absolutamente cualquier material, podía ser susceptible de animación. Esta opinión constituía asímismo un reto, lo que llevó a muchos pioneros a experimentar con diferentes técnicas y soportes exóticos, unos aceptados finalmente como válidos, otros relegados a curiosidades, algunos conservados simplemente por su condición de reto permanente, cuya consecución sirve para demostrar quién es un auténtico animador y quien no.

Una de esas maneras exóticas, la elegida en este corto, es la de la animación con arena. Su fundamento es sencillo, extender arena sobre un cristal, transparente o no, modelar/pintar formas con ellas, e irlas modificando fotograma a fotograma para conseguir el efecto de movimiento. Esta variante de la animación requiere tanto del talento del escultor, capaz de predecir el comportamiento de la arena al ser manipulada, como del pintor, para quien la arena, al ser iluminada, se convierte en un pigmento así. Este último aspecto la emparenta la animación de pintura sobre cristal, con la que comparte ciertas características y en la que Leaf había conseguido ya una obra maestra, The Street, el año anterior.

La gran ventaja de la animación de arena, como la de pintura, es que permite unas transiciones de suavidad poco común. El artista trabaja para crear un cuadro inicial y antes de cada fotograma realiza pequeñas modificaciones, borrando unos elementos y añadiendo otros. Como resultado, aparte de la suavidad ya comentada, son posibles transformaciones casi imposibles, sólo alcance de otra forma aún más difíciles, la pantalla de agujas de Alexeïeff, con la que el resultado puede llegar a confundirse, como ocurre en las últimas obras de Jean Drouïn. No obstante, esa misma capacidad metamórfica de la animación de arena, es también su mayor incoveniente. Cada movimiento del animador destruye lo que ya existía, de manera que en caso de error no es posible volver a un estado anterior, sino que es necesario comenzar de nuevo. Antes de comenzar a pintar - porque en realidad es pintura animada - es necesario tener en la cabeza hasta el menor movimiento, memorizarlos de forma perfecta, hasta que sean simplemente instintivos sino se quiere arruinarlo todo con un gesto torpe.

Sólo teniendo en cuenta estas dificultades iniciales, es cuando el espectador puede percatarse de lo mucho de milagro que hay en este corto de Leaf. No es ya que no sea apreciable el más pequeño error, es que la animadora americana mantiene la cámara - o lo que sería la cámara - en perpetuo movimiento, siguiendo a los personajes o girando alrededor de ellos, por lo que cada intervención suya entre fotogramas afecta a todo el plano visible, obligándola a modificar multitud de elementos, que no sólo deben de moverse de manera perfecta por solitario, sino que deban mantener su coherencia con los otros.

Y para añadir milagro al milagro, el corto no se limita a ser un tour-de-force estético, agotado en sí mismo, encerrado en su perfección. Tiene una historia que contar, la del cuento de Kafka que le da título, y lo hace a la perfección, creando una atmósfera asfixiante, inquietante, en la que la soledad absoluta en la que se ve sumido el personaje principal, arrebatado del amor de sus semejante por la metamorfosis sufrida, pocas veces ha sido representada con precisión tan ajustada.

No les entretengo más. Disfruten con el corto, déjense arrastrar por sus corrientes visuales, sus flujos y reflujos. Es una obra maestra de la animación.


1 comentario:

David Flórez dijo...

Entiendo que se trata de un elogio...