jueves, 29 de noviembre de 2012

Burdened by the past






















Los que sigan habitualmente este blog, habrán notado que la proporción de comentarios sobre anime ha decrecido considerablemente. Digamos que más de una vez he puesto por las nubes alguna serie que luego se ha revelado como una pequeña decepción, sin llegar a satisfacer las expectativas que había puesto en ella. Obviamente, esto me ha hecho ser más prudente, de manera que no hago más que retrasar semana tras semana los comentarios de las series hasta que éstas terminan y ya no tiene mucho sentido hablar de ellas, una vez que han caído en ese abismo del olvido, del que muy, muy pocas, y no las mejores, se salvan.

Otra curiosa constante en esto del anime, al menos en los últimos años, es la aparición en la tanda anual de octubre, de series más que interesantes, que acaban por pasar sin pena ni gloria, o al menos no la gloria que sería deseable. Una de estas series es Zetsuen no Tempest del estudio Bones que, si no se tuerce a mitad de recorrido, puede llegar a ser de los mejor que ha hecho ese estudio de su fundación.

Sé que esta afirmación puede parecer exagerada, pero si el estudio Bones de principios del siglo XXI hacía honor a sus intenciones fundacionales de ser un estudio menos comercial que la casa madre de la que se había escindido - piénsese en obras maestras como RahXephon, Wolf's Rain o el primer Fullmetal Alchemist) pronto degeneró en una productora de gran calidad técnica, pero que producía más de lo mismo (el segundo Fullmetal), orientado a un público masculino que buscaba su anime de combate,  o excelsos fracasos (como Xam'd), cuyas pretensiones excedían a los resultados.

En el caso de Zetsuen no Tempest, Bones parece haber dado con una rara combinación de factores que si se mantiene puede convertir esta serie en memorables - aunque no para el aficionado medio. No solamente el guión parece tener un ritmo perfectamente medido, sin tiempos muertos, ni perderse por las ramas, ni intentar rellenar tiempo con cualquier cosa, como es normal en sus modelos, sino que ha tomado ese mismo patrón, el de la historia con amenaza apocalíptica que los héroes - masculinos, por supuesto - deben evitar batalla tras batalla, sino que le ha dado la vuelta casi por completo.

En primer lugar, como ocurría en RahXephon, esa excusa argumental que sirvió de introducción a la historia a acabado por ser casi secundaria, al menos de forma visual, trasladándose el conflicto al terreno interior de los protagonistas, que acaban por combatir más con palabras que a golpes, en esa extraña convicción de que hay que convencer antes que vencer. Esta decisión estética no es nueva - y casi se podría decir que es obligada en el anime, debido a su bajo presupuesto - pero lo que sí es nuevo es que de los cuatro protagonistas. dos masculinos y dos femeninos, los dos femeninos se encuentran fuera de la acción, uno muerto antes de comenzar la serie y por tanto visible sólo en los recuerdos, y el otro encerrado en una isla desierta, con sólo su voz para influir en los acontecimientos.

Y es precisamente este alejamiento, temporal y geográfico, de la mitad del reparto lo que hace especialmente atractiva a esta serie, ya que su protagonismo se ejerce en el recuerdo, en la rememoración de hechos pasados por parte de la otra mitad de los personajes. Una preminencia del pasado que pesa como una losa sobre los dos personajes masculinos que tienen la posibilidad de actuar - e influir - en este mundo, pero cuyos actos se ven determinados por lo que sucedió en ese pasado, mejor dicho, por lo que recuerdan y creen que sucedio en ese pasado. Un recuerdo que es incompleto y parcial, ya que cada uno presenció diferentes hechos, mantenidos como secreto frente al otro, y que por ello mismo se convierte en el elemento que puede dar al traste con su amistad y convertirlos en enemigos irreconciliables.

martes, 27 de noviembre de 2012

Past & Present/Reality & Dream


















Comentaba, hace un par de semanas, mis reparos hacia las dos películas en color de Mizoguchi Kenji, Shin heiki Monogatari (Cuentos del clan Taira) y Yokihi (La emperatriz Yang Kwe Fei), que he visto este fin de semana.

En mi opinión, el problema de ambas es el color. En todas sus películas, por muy remoto que fuera el tiempo que era ilustrado o fantástica la historia narrada, el cine de Mizoguchi se caracterizaba por un extraño e inesperado realismo. Aunque no llega a los extremos de naturalismo de un Kurosawa Akira, ya de una generación superior, los espacios en los que se movían sus personajes parecían perfectamente accesibles y transitables, aun cuando muchas veces se tratase de decorados construidos en estudio, falsos y plenos de convenciones. Esta cercanía visual unida al cuidadoso trabajo de cámara de Mizoguchi, en el que incluso las imperfecciones y errores eran premeditadas, conseguía ese raro efecto de romper la barrera entre el espectador y la pantalla, convirtiendo el plano de la imagen en un espacio real y amplificando la resonancia emocional de lo mostrado por el director japonés.

Este efecto se rompe en las películas en color de Mizoguchi ya que ahora los decorados son perfectamente visibles. Queda un tanto atenuado en Shin Heiki Monogatari, al estar rodada en principalmente en exteriores, lo que hace que el polvo, la suciedad, así como la imprecisión e imperfección de la visa se hagan plenamente visibles; pero en Yokihi, donde prácticamente no existe un plano que no sea de estudio, la hiperrealidad del rodaje en color es devastador para las intenciones de Mizoguchi. A este factor de distanciamiento, hay que unir el hecho de que la historia narrada es especialmente remota (siglo VIII d.C) y perteneciente al ámbito cultural chino, lo que la convierte en extraña y lejana para los mismos actores, aún cuando tema literario sea una constante en la literatura japonesa desde casi un milenio.

Puede decirse que la estilización del blanco y negro hubiera favorecido a esta película, acercándola a lo que pensamos es un Mizogucho, o que si viéramos en color alguna de sus obras maestras, como Ugetsu o Shanso, no las tendríamos tanta admiración y estima. De hecho, resulta curioso comprobar que a pesar del esfuerzo por construir planos que sean auténticas pinturas y donde la elección de los colores no dejan nada al azar, ciertas escenas parecen haber sido pensadas en blanco y negro, por sus fuertes contrastes de iluminación, lo que se acerca a un error de principiante, perdonable en aquel entonces, pero no en la actualidad.

No obstante, a pesar de estos problemas, Yokihi es una de las obras de Mizoguchi más queridas por los aficionados. Obedece a ese mito del Mizoguchi, director japonés por excelencia, perfecto retratista de sus construmbres, sus tradiciones y su pasado.., aun cuando, como ya heseñalado en muchas ocasiones, lo que realmente atraiga a Mizoguchi sea la representación del presente y sus conflictos, y esta igualdad Mizoguchi/Film de época sea producto de un doble error. Por otra parte la temática de Yokihi se aparta claramente de los temas habituales de Mizoguchi (aún es peor el caso de Shin Heiki), puesto que aunque se tiene aquí el tema de la mujer perseguida cuya vida confluye en un sacrificio que sólo puede ser la muerte, la aparición de una historia de amor que se muestra como completa y gozosa, poco tiene que ver con el pesimismo, casi cinismo, de un Mizoguchi que nos ha mostrado una y otra vez la imposibilidad de ese sentimiento, sin ningún poder frente al doble enemigo de la sociedad y el dinero, que desvirtua y prostituye cualquier fenómeno que no pueda comprar y dominar.

Este cariño por Yokihi tiene no obstante otras raíces, mucho más objetivas, al incluir algunas de las mejores escenas que Mizoguchi haya rodado. Por un lado el sacrificio final de la emperatriz, al que pertenecen las capturas que encabezan esta entrada, y por otro el momento más sutil, en que primero la futura emperatriz y luego el emperador descubre al ser humano escondido en la apariencia oficial del otro.