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domingo, 28 de febrero de 2010
100 AS (IV): Crac! (1981) Frederick Back
Con este corto Crac! de Frédéric Back, nos encontramos con uno de los lugares míticos en la geografía de la animación. Se trata, ni más ni menos, que de la NFB (National Film Board) de Canadá, que desde aproximadamente 1940 ha financiado multitud de cortos animados, que sin la intervención de esa institución jamás podrían haber llegado a realizarse, por ser, en general, demasiado experimentales o simplemente no estar dirigidos a un público mayoritario (entiéndase por mayoritario el mínimo común denominador, tan motivo de orgullo ahora entre muchos críticos de vanguardia).
Una labor, la de la NFB, que ha permitido la creación de un buen puñado de obras maestras y a personalidades no menos míticas de la animación, como es el caso de Frédéric Back, poder desarrollar su obra, lo cual debería bastar para callar a tanto enemigo del cine subvencionado, que no acaba de comprender lo que se habría perdido sin esos apoyos monetarios.
Pero dejando atrás estas consideraciones políticas y volviendo a Frédérick Back, hay que decir de él que es un animador tan mítico como la propia NFB, debido a su particular y originalísimo modo de animar, pobremente ilustrado en las capturas que encabezan esta entrada. Como puede apreciarse, Back es eminentemente pictórico, de manera que cada fotograma suyo puede calificarse de pintura animada (pastel en este caso). Un camino que, a pesar de su llamativa belleza es especialmente peligroso cuando se traslada al cine, ya que el estatismo de la pintura puede contaminar la obra cinematográfica y convertirla en una mera sucesión de diapositivas.
No éste es el caso, sin embargo. Back se las arregla para sortearlo habilmente al dejar cada uno de sus fotogramas en el estado de inacabado preciso para que, sin impedir la lectura de los representado, le permite transformar una pintura en otra, transitar sin problemas ni saltos, de forma natural. Una estilización que le viene de su fascinación por la niñez, de su inocencia e imaginación, y que le permite conseguir el máximo de expresividad con el mínimo de trazos.
Una sencillez que se contagia a su temática, puesto que Crac! no es otra cosa que un apretado resumen de la historia del Canadá, narrada desde el punto de vista de la mecedora construida por un artesano y que es utilizada por diferentes miembros de la familia a lo largo de sus vidas. Un tema serio que Back narra, como digo con la mayor sencillez, al entrecruzar con esa historia íntima, las músicas y las leyendas populares, lo cual le dota de una alegría y una resonancia realmente inusitadas, al convertir a lo trivial en esencial, y al despojar a esa esencialidad de cualquier atisbo de seriedad, como si lo importante de la vida estuviera en disfrutarla al máximo, sin prisas como si no fuera a tener fin.
Y como siempre, aquí tienen el corto.
sábado, 27 de febrero de 2010
Eyewitnesses (y I)
Volver a un clásico, ya sea literario o cinematográfico, es una labor a la que tengo particular miedo, especialmente cuando se trata de obras como Roma, Citta Aperta, de Roberto Rossellini, que vi en mi adolescencia (debería tener 17 años cuando la vi por primera vez) y que me impresionaron profundamente, hasta el extremo de obsesionarme y quedar grabadas de forma indeleble en mi retina.
Por supuesto, ese miedo se debe simplemente a la certeza que tenemos de ser diferentes a aquellos que fuimos, con distintas ideas y apetencias, y que la obra venga a confirmarnos una de esas múltiples muertes en vida que supone el envejecer, al no coincidir con lo que nos atrae en ese momento y defraudarnos profundamente, demostrando así lo pasajeras que son nuestras certezas, lo frágiles que son nuestras seguridades.
No me ha ocurrido con esta película, por suerte, y es que otro efecto que tienen los clásicos, las grandes obras, especialmente si de las deja reposar entre visionado, es el de aparecerse como obras completamente nuevos, territorios inexplorados llenos de enigmas, de detalles y situaciones antes inadvertidas, y por tanto, como renovados hitos intelectuales.
En ese sentido, la restauración a la que Criterion a sometido a esta cinta mítica, que todos creíamos conocer a la perfección, no la presenta en un estado cercano a su primera proyección en 1945 y que la mayoría de los aficionados desconocía, en un caso similar a las obras de arte a las que se libera de los barnices amarillentos o las capas de humo que se han ido adhiriendo, como ocurriera con las Meninas o la Capilla Sixtina, deshaciendo de paso muchas de las opiniones críticas que como la suciedad nos la ocultaban.
Puede parecer extraño lo que digo, pero una película como Roma, Cittá Aperta, había sido puesta como ejemplo de la improvisación y de la espontaneidad, casi como si fuera un documental rodado directamente en las calles de Roma, sin intervención apenas del director que se limitaba a capturar lo que sucedía en ese momento, impidiendo así un acabado más formal y limpio, y constituyéndose en su mayor virtud, al ser un ejemplo de honestidad fílmica ... una visión cercana a los postulados de otro movimiento posterior de todos conocidos.
Sin embargo, esta nueva restauración, al limpiar los planos y librarlos de defectos, muestra como Rossellini planifica al detalle los encuadres, incluyendo incluso efectos de iluminación para resaltar ciertos detalles, y como emplea eficazmente el montaje, fragmentando escenas que en nuestra memoria creíamos continuo.... lo cual no debería sorprender a nadie, ya que al igual que la limpieza de la Capilla Sixtina nos descubrió un Miguelángel que utilizaba el color manierista, como era de esperar de un pintor de su tiempo, esta reconstrucción nos descubre a un director que parte del cine de teléfonos blancos del fascismo y que en muchas de sus soluciones adopta los automatismos del cine de los 40, especialmente en las escenas que por su temática se solapan con ese otro cine que había practicado anteriormente.
Otro punto importante es el ideológico. Ésta es, ante todo, una película ideológica, que canta la lucha contra el fascismo por parte de la resistencia italiana. Yo, por mi edad, por mi interés en la historia (especialmente en el conflicto mundial) y por mi posicionamiento político, soy capaz de entenderla y lo que se dice en ella me emociona profundamente, al coincidir con mis opiniones (como es el caso del diálogo entre los ocupantes nazis arriba ilustrado).
Sin embargo, el paso del tiempo poco a poco nos separa de ese tiempo y sus conflictos, borrando las diferencias y difuminando su importancia, tornándolo indiferente, de manera que un chaval joven podría no llegar a entender lo que se dice aquí, puesto que ha perdido la clave para entender las referencias, para ponerse en el lugar de los personajes y apreciar lo que les separa o une. Así, con el paso de los años, se han realizado estudios desde fuera del momento histórico y la película, demostrando como Rossellini distorsiona la realidad de su tiempo, por ejemplo, ocultando la existencia de los fascistas italianos, presentando a toda Italia unida en la lucha contra el ocupante alemán, cuando en el contexto de la ocupación y posterior liberación, tuvo lugar una auténtica guerra civil entre italianos, entre fascistas y antifascistas, que sigue proyectando su sombra sobre la Italia actual, al igual que en España.
Una opinión que, curiosamente, esta restauración viene a demostrar también como parcial. Es cierto que el punto de vista de la película es de la resistencia, pero no es menos cierto que el espectador de aquel tiempo descubriría en multitud de detalles el cisma de la sociedad italiana, la guerra fraticida en la que el conflicto mundial había desembocado, detalles que a un espectador poco familiarizado con esa época le pasarán desapercibidos, como es el caso de que las patrullas que vigilan la aplicación del toque de queda son camisas negras, las unidades de élite formadas por los elementos más fanatizados del partido fascista, es decir, italianos que aceptan la ocupación alemana y la imponen a sus compatriotas, o que la persona que dirige el registro en la casa de los protagonistas es un oficial italiano, al que no le importa que los alemanes vayan a deportar a los hombres de esa casa, es más, lo considera necesario para exterminar a la resistencia antifascista.
Detalles mínimos, en los que Rossellini no hace hincapié pero que a todo espectador italiano de 1945 le hubieran puesto los pelos de punta, al recordarle los horrores de aquellos meses de espera, caracterizados por la locura alemana, la de aquellos que saben cierta su derrota y están dispuestos a hacérsela pagar cara al mundo, en nombre de falsos ideales.
martes, 23 de febrero de 2010
Reading the Bible (y III)
El joven Samuel servía a Yahve en presencia de Helí. Era por entonces rara la palabra de Yavé y no era frecuente la visión. Un día, estando acostado en su lugar Helí, cuyos ojos se habían obscurecido y no podían ver, cuando todavía no se había apagado la luz en el santurario, Samuel, que dormía en el santuario de Yavé, donde estaba el arca de Dios, oyó la voz de Yavé que le llamaba, "¡Samuel1!" Él contestó "Heme aquí" y corrió a Helí y le dijo " Aquí estoy, me has llamado". Helí contestó: "No te he llamado, vuelve a acostarte". Y fue a acostarse. Yavé llamó otra vez a Samuel; y éste se levantó y yendo a donde estaba Helí, le dijo "Heme aquí, pues me has llamado". Helí repuso: " No te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte". Samuel no conocía todavía a Yavé, pues todavía no se le había revelado la palabra de Yavé. Yavé volvió a llamar a Samuel por tercera vez; y este se levanto y fue a Helí, y le dijo: "Heme aquí, pues me has llamado". Comprendió Helí que era Yavé quien llamaba al joven y le dijo: "Anda, acuéstate, y si vuelven a llamarte, di; Habla Yavé, que tu siervo te escucha" Samuel se fue y se acostó en su lugar.
1 Samuel, 3, 1-9
Es muy común hablar de humor judío para calificar a cierto tipo de humor basado en reírse de uno mismo, el me pego yo antes de que me sacudas tú, que se supone consustancial a los fieles de esa religión. Como todo, esa asociación es relativamente reciente, puesto que pocos libros hay más serios que la Biblia, si acaso el Corán, donde los ejemplos de humor se pueden contar, sin exageración con los dedos de una mano.
No es para menos. Cualquiera que haya leído el Antiguo Testamento sabrá que no hay bromas con Yahvé. Sin contar que unos de sus mandamientos es precisamente el exterminio de la población autóctona de Canaán, para que pueda ser ocupada por el premio elegido, los castigos ante cualquier violación de sus normas, sean voluntaria o involuntariamente, son Draconianos. No solamente no existe posibilidad de redención, como mucho de cierta atenuación, por mucha penitencia y buenas obras que realice el condenado, sino que el castigo se extiende a sus familiares y a los hijos de los hijos, acabando por sufrir las consecuencias personas completamente inocentes, que serán castigadas sea cual sea su conducta.
Por ello el pasaje de Samuel que he escogido es especial. Desde siempre ha sido uno de los favoritos en la lecturas de la Misa, como supuesto ejemplo de vocación divina, pero aún así el mero hecho de su ubicación ya bastaría para atraer la atención del lector, simplemente porque esa anécdota banal se halla entre dos pasajes terribles de la Biblia, entre la condena a la que somete Yahvé a Helí por una ofensa mínima y el castigo, la muerte, que reciben sus hijos por el pecado de su padre.
Como digo, sólo la colocación de esta anécdota banal entre dos pasajes terribles, tan terribles como el Dios supremo, bastaría para justificar la fama, pero es que además se trata de uno de los pocos pasajes de humor del libro de libros, y de un humor casi de slapstick de tiempos del mudo. Sin mucha dificultad es posible imaginarse al cuentacuentos de la comunidad, en una noche de verano, narrando con todo lujo de detalles y gestos, el sueño pesado de Samuel, como se levanta medio dormido al oír la voz de Dios y va a ver que quiere Helí, el cual le despide con cajas destempladas al ser despertado en lo mejor de su sueño.
Y así repetido hasta tres veces, cada vez con mayor exageración, entre las risas del público que anticipa lo que va a ocurrir, lo saborea y lo aplaude cuando lo ve finalmente representado.
Pero es que no podía ser de otra manera. Porque los libros de Samuel (y el de los Jueces antes que él y parte del de los Reyes) son especiales en el conjunto de la Biblia. A leerlos uno siente que se han recogido allí los cantares épicos de un pueblo, narrados generación tras generación, pulidos y embellecidos, transformados hasta transcender la Historia que los había originado, hasta el punto que todos se los sabían de memoria y no concebían su vida, su pueblo, su historia, sin ellos, al igual que los españoles sin el Cid, el legendario de romances y cantares, los franceses sin Roldan y Carlomagno, los ingleses sin Robin Hood o Arturo, o los alemanes sin sus Nibelungos...
1 Samuel, 3, 1-9
Es muy común hablar de humor judío para calificar a cierto tipo de humor basado en reírse de uno mismo, el me pego yo antes de que me sacudas tú, que se supone consustancial a los fieles de esa religión. Como todo, esa asociación es relativamente reciente, puesto que pocos libros hay más serios que la Biblia, si acaso el Corán, donde los ejemplos de humor se pueden contar, sin exageración con los dedos de una mano.
No es para menos. Cualquiera que haya leído el Antiguo Testamento sabrá que no hay bromas con Yahvé. Sin contar que unos de sus mandamientos es precisamente el exterminio de la población autóctona de Canaán, para que pueda ser ocupada por el premio elegido, los castigos ante cualquier violación de sus normas, sean voluntaria o involuntariamente, son Draconianos. No solamente no existe posibilidad de redención, como mucho de cierta atenuación, por mucha penitencia y buenas obras que realice el condenado, sino que el castigo se extiende a sus familiares y a los hijos de los hijos, acabando por sufrir las consecuencias personas completamente inocentes, que serán castigadas sea cual sea su conducta.
Por ello el pasaje de Samuel que he escogido es especial. Desde siempre ha sido uno de los favoritos en la lecturas de la Misa, como supuesto ejemplo de vocación divina, pero aún así el mero hecho de su ubicación ya bastaría para atraer la atención del lector, simplemente porque esa anécdota banal se halla entre dos pasajes terribles de la Biblia, entre la condena a la que somete Yahvé a Helí por una ofensa mínima y el castigo, la muerte, que reciben sus hijos por el pecado de su padre.
Como digo, sólo la colocación de esta anécdota banal entre dos pasajes terribles, tan terribles como el Dios supremo, bastaría para justificar la fama, pero es que además se trata de uno de los pocos pasajes de humor del libro de libros, y de un humor casi de slapstick de tiempos del mudo. Sin mucha dificultad es posible imaginarse al cuentacuentos de la comunidad, en una noche de verano, narrando con todo lujo de detalles y gestos, el sueño pesado de Samuel, como se levanta medio dormido al oír la voz de Dios y va a ver que quiere Helí, el cual le despide con cajas destempladas al ser despertado en lo mejor de su sueño.
Y así repetido hasta tres veces, cada vez con mayor exageración, entre las risas del público que anticipa lo que va a ocurrir, lo saborea y lo aplaude cuando lo ve finalmente representado.
Pero es que no podía ser de otra manera. Porque los libros de Samuel (y el de los Jueces antes que él y parte del de los Reyes) son especiales en el conjunto de la Biblia. A leerlos uno siente que se han recogido allí los cantares épicos de un pueblo, narrados generación tras generación, pulidos y embellecidos, transformados hasta transcender la Historia que los había originado, hasta el punto que todos se los sabían de memoria y no concebían su vida, su pueblo, su historia, sin ellos, al igual que los españoles sin el Cid, el legendario de romances y cantares, los franceses sin Roldan y Carlomagno, los ingleses sin Robin Hood o Arturo, o los alemanes sin sus Nibelungos...
domingo, 21 de febrero de 2010
100 AS (III): Moznosti dialogu (1982) Jan Svankmajer
En este análisis de la lista de Annecy sobre los mejores cortos animados del siglo XX, ha llegado el momento de dejar atrás a los pioneros, para abordar uno de los animadores contemporáneos más importantes y orginales de la historia de la animación. Se trata por supuesto de Jan Svankmajer, el mítico animador de stop motion checo, y el corto escogido para representarle es el no menos magistral Moznosti Dialogu (las posibilidades del diálogo).
Sin embargo, la etiqueta de animador puede resultarle estrecha a una personalidad como Svankmajer, especialmente dados los tonos peyorativos que la palabra animación tiene entre el público en general y la crítica especializada en particular. Sería más correcto clasificarle como el último de los surrealistas, una personalidad que utiliza la animación fotograma a fotograma como el arma más apropiada para sacudir la consciencia de los espectadores amodorrados.
Un vistazo a cualquiera de los cortos de Svankmajer, y Moznosti Dialogu no es una excepción basta para demostrar lo que digo. Al igual que los surrealistas de antaño, el director checo está fascinado por los objetos cotidianos y especialmente por las asociaciones inesperadas entre ellos y que, de un papirotazo, disuelven nuestras seguridades y derrumban nuestras expectactivos. De esta manera, en sus cortos esos objetos inocentes cobran vida, para revelarse animados por nuestras más bajas pasiones, atacarnos sin piedad para vengarse de nuestra opresión o servir de catalizador para la expresión de nuestros deseos más ocultos.
Una subversión que, al buen modo surrealista utiliza y pervierte las formas del pasado, encontrando hermanos de movimientos en artistas separados de ellos por siglos de distancia (y mostrando así la cultura y el saber que les distingue del mero gamberro) o en lugares inesperados como los museos de ciencias naturales o las gruesas enciclopedias. Una rebelión, asímismo, cuya ratio ultima se esconde al espectador, evitando ser asociada con hechos contemporáneos que conviertan a la creación surrealista en pasajera y asimilándola a constantes que siempre aquejaran al genero humano, sin posibilidad de liberación o remisión.
Así, un corto como Moznosti Dialogu, se revela como profundamente hermético y al mismo tiempo conmovedor, porque estos diálogos intrínsicamente irónicos, que culminan en la destrucción de las dos partes, podrían asimilarse a la situación de Checoslovaquía tras la primavera de Praga o en la entonces aún eterna guerra fría, pero transformados en figuras de Arcimboldo, que se destruyen en un ciclo eterno hasta hacerse indistinguibles los unos a los otros y por tanto tornar inútil e incomprensible su conflicto, se convierten como digo en un trasunto de la naturaleza humana, siempre buscando excusas para destruir al otro y a la que nada hará cambiar nunca, si no es su propia extinción.
Y como siempre, les dejo aquí con el corto para que lo disfruten, aunque youtube no le hace justicia.
sábado, 20 de febrero de 2010
The Web
Entre lo mejor de este invierno de anime se encuentra Durarara! (Drrr! por reproducir la onomatopeya de una motocicleta acelerando), lo cual es decir mucho y poco, ya que puede ser la única serie aprovechable de este invierno aunque en otras temporadas más ricas en aciertos, también habría sido de las notables.
Esta calidad de la serie no es inesperada, ya que sus creadores son los que nos obsequiaron con otra serie notable y francamente original, Baccano!, hace un par de años... y cuando hablo de mismo equipo creador me refiero a que no sólo repite el estudio (Brain Base), sino los guionistas, directores y animadores, e incluso el material de partida de la adaptación, una serie de novelas populares, en ambos casos hayan sido escritas por la misma persona.
Toda esta serie de coincidencias consigue que Baccano! y Durarara! tengan una fuerte aire de familia, casi de series hermanas, reforzada por el hecho de que su aproximación formal es casi la misma. En ambos casos tenemos una única situación y en la que confluye un amplísimo reparto de personajes, perfectamente caracterizados y singularizados, y en ambos casos el método de narración no es lineal, sino que cada capítulo es narrado por uno de los personajes, de manera que se nos muestra esa misma situación desde diferentes puntos de vista, creando múltiples versiones del mismo hecho en las cuales aparecen diferentes detalles, se ocultan otros o, simplemente se interpretan de diferente manera.
Una manera de contar que presupone una postura muy infrecuente hoy en día, la del respeto por el espectador, ya que se supone que éste será lo bastante inteligente para poder reconstituir el puzzle, cosiendo mentalmente los diferentes retales en que se ha dividido la historia. Por supuesto, cuando esto se hace bien y no se ponen trampas a lo largo de narración (por ejemplo, contradecir lo ya dicho, modificar el carácter de los personajes o simplemente inventarse nuevos datos no anunciados para sacar la narración de un callejón sin salida) se tiene el éxito ya asegurado, ya que a los espectadores les gusta, aunque parezca increíble, que se les trate como seres pensantes y que se incité y provoqué a sus cerebros, evitando ofrecerles las historias de siempre previamente masticadas.
Podría pensarse que, en cierta manera, eso es lo que hace Durarara!, repetir lo mismo que hizo Baccano!m buscando capitalizar el éxito anterior, pero estaríamos muy equivocados. Si en la primera serie, el mundo descrito era una América ficticia en la época de la depresión, que daba juego a todo tipo de excesos y exageraciones, dada la lejanía de ese tiempo, en este caso, la serie se mueve en el aquí y ahora, de manera que el espectador puede ver reflejada en imágenes su experiencia cotidiana, aunque ciertamente distorsionada.
¿Y cuál es esa experiencia cotidiana, cabe la pregunta? Simplemente la certeza que tenemos todos de vivir en dos mundos distintos, uno perfectamente reglamentado y compartimentado, semejante a una máquina bien engrasada y que nunca se detiene, mientras que existe otro en el que todas esas reglas se desvanecen y las jerarquías sociales se desvanecen para ser substituidas por las antiquísimas leyes del prestigio y la fama dentro de la tribu y el grupo.
Dos mundos separados por barreras infranqueables, pero que nosotros, al igual que los fantasmas de las leyendas, podemos franquear y de hecho franqueamos sin ningún problema, adoptando papeles completamente distintos en cada uno de ellos y guardando la sospecha de que el mundo real, el auténtico, el que realmente decide la marcha de este mundo, es ese mundo secreto, oculto entre las sombras, y no el público y oficial que brilla a la luz del día.
Les dejo con el OP, para abrirles el apetito
viernes, 19 de febrero de 2010
The End of an Age
What was unique about Reagan was his willingness to reach out to a leadership he abhorred, men whose values he detested, to appreciate the concerns of the adversary, and to learn from experience.
Reagan had begun his presidency with a desire to contain and transform an evil empire, but he ended with an understanding of Soviet fears, an appreciation of perestroika , and a belief that he and Gorbachev shared a commitment to make a "better world"
Melvyn P. Leffer, For the Soul of Mankind
Unas entradas atras había comentado el libro de Vladimir Zuvok, A failed Empire, sobre la URSS durante la guerra fría y ahora le ha tocado el turno al libro de Leffer. Las críticas que habían leído me habían hecho imaginarlos como libros opuestos, siendo el de Leffer la versión "normal" y el de Zuvok la alternativa, pero las diferencias estriban más en el foco del estudio que en sus conclusiones, que coinciden apreciablemente, signo de que se está llegando a un consenso sobre lo que fue la guerra fría, ése mundo en el que nací y alcancé la madurez intelectual, pero que ya empieca a parecer historia antigua para muchos.
Un punto en el que ambos libros coinciden notablemente es en su rechazo del mito sobre el final de la guerra fría, que se ha hecho común en los ambientes de la derecha (ya sea liberal o simplemente conservadora). Según éste, la firmeza de Reagan (y Tatcher) y su marcaje estrecho a la URSS, la llevó a un punto sin salida, en el cual no pudo competir con los EEUU y se hundió sobre sí misma irremediable y necesariamente mente.
Un mito fundacional que como digo contamina la actitud política actual de la derecha mundial, según la cual la intransigencia (y su corololario, la acción bélica) es una virtud, la única que puede obrar resultados, además de dotar a toda su interpretación histórica de un tinte de inevitabilidad (el mercado, el liberalismo y la democracia acabarán por prevalecer siempre, de un modo u otro) más propio de sus enemigos comunistas de la guerra fría, convencidos de la necesidad histórica de su sistema.
Sin embargo, para cualquiera que haya vivido en ese tiempo y no haya perdido la memoria, sabe como, hasta bien entrado 1989, nada hacía prever que el bloque comunista fuera a derrumbarse o que en 1991 la URSS desaparecería para siempre. Más bien, lo inevitable era un mundo siempre escindido y enfrentado, que desembocaría en un holocausto nuclear en cuanto una de las superpotencias sintiese que iba a perder la partida.
¿Un espejismo provocado por nuestro desconocimiento? Puede. Pero el estudio de lo que sucedió en las altas esferas de uno y otro bando, más los veinte años que han pasado ya desde el fin de la guerra fría deberían bastar para matizar cualquier juicio apresurado y desechar mitos como el arriba indicado. En realidad, a pesar de los problemas innegables de la URSS y su imposibilidad económica para mantener el papel imperial que había elegido, el final de la guerra fría podía haber sido muy distinto.
Como bien indican Leffer y Zuvok, si Gorbachov no hubiera sentido aversión por el uso de la fuerza y no hubiera creído firmemente (¡cómo comunista convencido, ojo!) que la sociedad soviética debía tender a ser lo más democrática posible, la URSS podría haberse replegado sobre sí misma y convertido en una sociedad fosilizada, como la Cuba la Corea de ahora mismo, pero con la capacidad de destruir el mundo. Un tiempo que habría sido más incierto y más peligroso que el que vivimos ahora mismo, a pesar de sus 11-S. O bien habría seguido un camino a la China, transformándose en un estado capitalista de partido único, es decir, una potencia económica de primera fila pero sin ninguna de las libertades de las que gozamos en Europa. Una URSS renovada que sería al mismo tiempo el paraíso, por lo económico, y la pesadilla, por lo social de tanto liberal de boquilla que pulula por ahí.
Pero aún así, suponiendo que las cosas tuvieran que ser como fueron, en esa aparente inevitabilidad histórica que es tan fácil de concebir para los que conocemos el final de los sucesos, la cuestión es que el mito se derrumba simplemente porque su personaje principal, Reagan, no es el guerrero intransigente al que ninguna circunstancia pudo conseguir que se apartara de su misión establecida, como ocurrió con su caricatura, Bush hijo. Lo que caracterizó a Reagan y lo que permitió desbloquear el peligroso impasse de la guerra fría al coincidir con otra personalidad afin como Gorbachov, fue precisamente su voluntad de negociación, su convicción de que era preferible ir a hablar con el enemigo, entender sus motivaciones y alcanzar un acuerdo, que persistir en el desprecio y el enfrentamiento, los cuales, mas tarde o mas temprano, desembocarían en la guerra termonuclear, esta sí inevitable.
Una actitud que bien harían en retomar en estos tiempos confusos, tantos autoproclamados admiradores de Reagan, pero que sólo proyectan en esa figura histórica sus propias limitaciones intelectuales.
Reagan had begun his presidency with a desire to contain and transform an evil empire, but he ended with an understanding of Soviet fears, an appreciation of perestroika , and a belief that he and Gorbachev shared a commitment to make a "better world"
Melvyn P. Leffer, For the Soul of Mankind
Unas entradas atras había comentado el libro de Vladimir Zuvok, A failed Empire, sobre la URSS durante la guerra fría y ahora le ha tocado el turno al libro de Leffer. Las críticas que habían leído me habían hecho imaginarlos como libros opuestos, siendo el de Leffer la versión "normal" y el de Zuvok la alternativa, pero las diferencias estriban más en el foco del estudio que en sus conclusiones, que coinciden apreciablemente, signo de que se está llegando a un consenso sobre lo que fue la guerra fría, ése mundo en el que nací y alcancé la madurez intelectual, pero que ya empieca a parecer historia antigua para muchos.
Un punto en el que ambos libros coinciden notablemente es en su rechazo del mito sobre el final de la guerra fría, que se ha hecho común en los ambientes de la derecha (ya sea liberal o simplemente conservadora). Según éste, la firmeza de Reagan (y Tatcher) y su marcaje estrecho a la URSS, la llevó a un punto sin salida, en el cual no pudo competir con los EEUU y se hundió sobre sí misma irremediable y necesariamente mente.
Un mito fundacional que como digo contamina la actitud política actual de la derecha mundial, según la cual la intransigencia (y su corololario, la acción bélica) es una virtud, la única que puede obrar resultados, además de dotar a toda su interpretación histórica de un tinte de inevitabilidad (el mercado, el liberalismo y la democracia acabarán por prevalecer siempre, de un modo u otro) más propio de sus enemigos comunistas de la guerra fría, convencidos de la necesidad histórica de su sistema.
Sin embargo, para cualquiera que haya vivido en ese tiempo y no haya perdido la memoria, sabe como, hasta bien entrado 1989, nada hacía prever que el bloque comunista fuera a derrumbarse o que en 1991 la URSS desaparecería para siempre. Más bien, lo inevitable era un mundo siempre escindido y enfrentado, que desembocaría en un holocausto nuclear en cuanto una de las superpotencias sintiese que iba a perder la partida.
¿Un espejismo provocado por nuestro desconocimiento? Puede. Pero el estudio de lo que sucedió en las altas esferas de uno y otro bando, más los veinte años que han pasado ya desde el fin de la guerra fría deberían bastar para matizar cualquier juicio apresurado y desechar mitos como el arriba indicado. En realidad, a pesar de los problemas innegables de la URSS y su imposibilidad económica para mantener el papel imperial que había elegido, el final de la guerra fría podía haber sido muy distinto.
Como bien indican Leffer y Zuvok, si Gorbachov no hubiera sentido aversión por el uso de la fuerza y no hubiera creído firmemente (¡cómo comunista convencido, ojo!) que la sociedad soviética debía tender a ser lo más democrática posible, la URSS podría haberse replegado sobre sí misma y convertido en una sociedad fosilizada, como la Cuba la Corea de ahora mismo, pero con la capacidad de destruir el mundo. Un tiempo que habría sido más incierto y más peligroso que el que vivimos ahora mismo, a pesar de sus 11-S. O bien habría seguido un camino a la China, transformándose en un estado capitalista de partido único, es decir, una potencia económica de primera fila pero sin ninguna de las libertades de las que gozamos en Europa. Una URSS renovada que sería al mismo tiempo el paraíso, por lo económico, y la pesadilla, por lo social de tanto liberal de boquilla que pulula por ahí.
Pero aún así, suponiendo que las cosas tuvieran que ser como fueron, en esa aparente inevitabilidad histórica que es tan fácil de concebir para los que conocemos el final de los sucesos, la cuestión es que el mito se derrumba simplemente porque su personaje principal, Reagan, no es el guerrero intransigente al que ninguna circunstancia pudo conseguir que se apartara de su misión establecida, como ocurrió con su caricatura, Bush hijo. Lo que caracterizó a Reagan y lo que permitió desbloquear el peligroso impasse de la guerra fría al coincidir con otra personalidad afin como Gorbachov, fue precisamente su voluntad de negociación, su convicción de que era preferible ir a hablar con el enemigo, entender sus motivaciones y alcanzar un acuerdo, que persistir en el desprecio y el enfrentamiento, los cuales, mas tarde o mas temprano, desembocarían en la guerra termonuclear, esta sí inevitable.
Una actitud que bien harían en retomar en estos tiempos confusos, tantos autoproclamados admiradores de Reagan, pero que sólo proyectan en esa figura histórica sus propias limitaciones intelectuales.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Boundaries (y II)/Similarities and Contrasts
Con Melodie der Welt (1929), de Walter Ruttmann, a quien ya dedicara una entrada reciente, el tiempo se ha ensañado de forma literal.
No existe ninguna copia de época entera, ya sea negativo o positivo, o mejor dicho, existió un negativo original en su formato correcto, tal y como lo dejara Ruttman, pero cuando la Friedrich Murnau Stiftung emprendió su restauración a finales del siglo pasado, tras una larga estancia en sus archivos, la copia se había deteriorado tanto que apenas se pudo recuperar una pequeña fracción del metraje, de manera que lo que vemos ahora es un recosido de fragmentos dispares, de muy variable calidad, entre la perfección y lo apenas visible. Un destino que comparte con muchas de las obras de aquellos tiempos dañadas por la negligencia de sus propietarios y la extrema fragilidad de los nitratos que tienden a desvanecerse con el tiempo.
Sin embargo, esa calidad de vestido recosido a base de parches, en cierta manera conviene a esta película, la primera cinta sonora alemana. Simplemente, porque siguiendo la estela de Berlin, Eine Symphonie der Grosstadt, Ruttmann se propone construir una imago mundi, mostrarnos en apenas 45 minutos una visión completa del mundo, para lo cual se recogió material de multitud de países, que luego fue recompuesta en la mesa de montaje.
Por supuesto, nada más lejos del espíritu de Ruttman que ofrecernos un travelogue o un reportaje turístico. La película tiene un claro enfoque antropológico, mediante el que se comparan y contrastan diferentes respuestas humanas a las mismas necesidades básicas, el alimento, la reproducción, la diversión, la guerra o la religión, como en la secuencia con la que he encabezado la entrada en la que se va saltando de una civilización a otra, haciendo hincapié en sus parecidos arquitectónicos, en como culturas separadas por auténticos abismos intelectuales, hasta el extremo de ser incomprensibles las unas para las otras, llegan a resultados parecidos para las mismas necesidades, en lo que podría calificarse con toda justicia como evolución convergente.
Es necesario hacer un inciso aquí, para reparar en un detalle en el que no solemos caer habitualmente, la inmensa diferencia que existe entre el horizonte mental de un Europeo de 1930 y el de 2010, a pesar de pertenecer a la misma cultura. Vivimos en un tiempo en que los paisajes urbanos del mundo han adoptado un mismo modelo, de manera que las ciudades empiezan a ser indistinguibles las unas de las otras. Sea por esta razón o no, el caso es que nos esforzamos en resaltar las diferencias entre las culturas, hasta el extremo de suponerlas casi embebidas en el código genético de los individuos. Sin embargo, para Rutmann y sus contemporáneos, trasladarse a otra cultura era, sin exagerar, como trasladarse a otro mundo completamente distinto, casi situado en otro planeta, por lo que en su caso, lo que se llamaba más la atención no eran las diferencias, sino los parecidos entre esas estructuras aparentemente sin relación alguna.
De esa manera, la película de Ruttmann es un ejercicio continuo de comparación, del cual las propias imágenes, como las premisas de un silogismo, producen sus propias conclusiones. Unos razonamientos que no concluyen en la superioridad de la la cultura europea sobre el resto de culturas, como sería de esperar en su tiempo, el de un imperialismo aún orgulloso de su supuesta misión, ni intentan convencernos de que todas las culturas en el fondo son reducibles a lo nuestra. No, lo que intenta Ruttmann, nuevamente con el prisma de la antropología, es reducir como digo la complejidad de las culturas humanas a lo esencial, a esas necesidades básicas compartidas por todos los humanos y cuyas respuestas constituyen la esencia de toda sociedad y toda cultura.
Unas respuestas que cómo digo, nos sorprenden por su variedad, pero también, como nos señala adecuadamente Ruttmman por los fenómenos de evolución convergente de los que hablaba, por los que estímulos similares producen respuestas parecidas, sin importar los distancias espaciales o temporales que separen a individuos y sociedades.
A la vista de esto resulta extraño que en 1933, con la llegada de los nazis al poder, Ruttmann se convirtiera, por voluntad propia, en su propagandista oficial y ya sólo se dedicara a realizar películas a mayor gloria del movimiento... él y su alumna más aventajada, Leni Riefenstahl.
Pero por supuesto, esta deriva final no quita un ápice a su grandeza, como demuestra Weekend de 1930, un sorprendente collage sonoro, donde se intenta describir un día de asueto, con sólo los ruidos y voces de la calle...
domingo, 14 de febrero de 2010
100 AS (II): Fantasmagorie, 1908, Emile Cohl
Es innegable la influencia de los Cahiers du Cinema sobre la crítica y la historiografía del cine. Sin embargo, debido a que la mayoría de sus redactores eran también cineastas en activo (al menos en su época mítica, hacia 1960) tendían a confundir la esencia del cine con el cine que ellos mismos rodaban, como ha ocurrido con todos los movimientos artísticos en todas las épocas. En otras palabras, el cine que practicaban con su énfasis en la captura inconsciente y sin preparación de lo que sucedía a su alrededor, espontáneo e inesperado, les llevaba a rechazar todo lo que pudiese sonar a preparado, ensayado y planificado.. aunque algunos de ellos fueran maestros en esas mismas tareas y la espontaneidad de su cine fuera cualquier cosa menos eso.
En esas guerras teóricas, la animación fue una de las primeras víctimas, debido a sus propios métodos de trabajo, lejanos de esa inmediatez y espontaneidad que he dicho que pretendían, ese casi dejar que la cámara capturase lo que buenamente quisiera, sin entrometerse con ella. Debido este abismo aparente que les separaba de la animación, llegaron a considerarla como el enemigo a batir, el anti-cine, una forma menor y bastarda que sólo era válida para los niños que aún no habían madurado y descubierto el auténtico y verdadero arte del cinematógrafo.
No siempre había sido así. Hacia 1930, teóricos como Walter Benjamin elogiaban la animación como forma casi de la revolución, y la lista de artistas vanguardistas que, con mayor o menor fortuna habían utilizado la animación para experimentar sería interminable. Pero así es la historia del arte, todo movimiento intenta expulsar, definiendo como no arte, todos los productos que no se ajustan a sus criterios estéticos, hasta que pasado el tiempo, tornados en viejos y caducos esos mismos productos antaños revolucionarios es posible mirar al pasado con ojos nuevos y descubrir todo lo que nos habíamos perdido.
El caso de Emile Cohl, en este segundo corto, Fantasmagorie, de la lista del festival de animación Annecy, es un caso ejemplar. Emile Cohl no era un cualquiera, en la década de los 80 del siglo XIX había sido uno de los impulsores del movimiento Incohérent, precursor en muchos aspectos de lo que sería más tarde el Dadá y el Surrealismo de principios del siglo XX, de manera que cuando en 1908, con cincuenta años, se decide a realizar cortos animados, no es como digo un cualquiera y de hecho puede, con cierta discusión, considerárselo el creador del dibujo animado.
¿Y qué es lo que ve este antiguo vanguardista pre dadá y surrealista en el dibujo animado? Resulta curioso comprobar, por las capturas que he incluido lo próximas que estan sus concepciones de las que animaban a McKay en el corto que comenté la semana anterior. Para ambos, el dibujo animado tiene un aspecto mágico fascinante, puesto que supone dotar de vida aquello que está inerte. Una aspecto que se muestra de manera magnífica en ambos cortos al mostrar la mano que dibuja al personaje principal, un instante antes de dotarle de vida.
Pero para Cohl esa forma que el acababa de inventar tiene un aspecto nuevo y mucho más importante, un rasgo que se ha convertido en uno de los invariantes absolutos de la animación que surge una y otra vez en los grandes creadores. Se trata de la absoluta libertad que concede esta forma de arte, puesto que al tratarse de lineas dibujadas, a las que sólo limita la voluntad del creador todo es posible, cualquier cosa puede transformarse en cualquier otra y las situaciones más delirantes tener lugar... todo ello con el mínimo de medios, como es el caso, la tiza que pinta sobre una superficie y cuyos trazos son capturados fotograma a fotograma
Una aspiración, de libertad y simplicidad, que no podía venir de otra persona como Cohl, el viejo Incohérent, y que debía haberle hermanado con los cineastas de la Nouvelle Vague, tan preocupados por ellos en liberar al cine, creando un cine con el mínimo de medios y con el máximo de espontáneidad.
Más o menos lo que hace Cohl en este corto fundacional, que aquí les adjunto.
sábado, 13 de febrero de 2010
Lacking and Wanting (y V)
Los dos últimos capítulos de Aoi Bungaku, con los que se cierra la serie y mi comentario, adaptan sendos cuentos de Ryunosuke Akutagawa, en concreto Kumo no Ito (El hilo de la Araña) y Jigoku Hen (La pantalla del infierno). Ambos son magistrales, como ya es acostumbrado en esta serie, pero Jigoku Hen aplasta literamente a Kumo no Ito por su intensidad emocional, con lo que me voy a limitar a comentar el primero.
Ambos capítulos se apartan literalmente de la tónica que habían seguido las adaptaciones antecedentes. Si en esos otros capítulos se tomaban grandes libertades con las historias contadas, la ambientación intentaba conseguir el máximo realismo y reproducir fielmente el tiempo en el que transcurrían, aunque luego lo fantástico, lo asombroso, lo alucinatorio irrumpiese en esos escenarios cotidianos, perfectamente plasmados. En el caso de los capítulos finales, sin embargo, desde el primer momento se nos traslada a un lugar fantástico, onírico, un imperio oriental en un tiempo indeterminado donde los trajes, la misma ciudad parecen haber sido concebidos cruzando el carnaval con la ópera. Un escenario donde el color, los decorados y el vestuario parecerían imponerse a lo contado, constituir un espectáculo donde sólo tendría importancia lo meramente sensorial.
Superficial y sin substancia, por tanto.
No obstante, esta serie se ha caracterizado por sus repentinos vuelcos que ponen patas arriba lo asumido hasta ese instante y estos capítulos finales no desmerecen esa tendencia anterior. En efecto, la realidad sin tapujos y el compromiso moral, político y social se convierten en el tema que se esconde envuelto cuidadosamente tras la brillante presentación.
Porque el tema del último capítulo, no es otro que la posición, el compromiso y la honestidad que el artista debe asumir frente a su obra. La historia de un pintor que hasta ese instante ha descrito y cantado con sus pinceles la gloria, la belleza y la grandeza del emperador y su corte, pero que recibe el encargo de decorar las paredes de la tumba del emperador con la representación exacta del imperio, para que el gobernante supremo pueda seguir disfrutando de la belleza de sus dominios incluso tras la muerte.
Una tarea que llevará al artista a descubrir el horror que supone la existencia, como la felicidad de unos se basa en la desgracia de otros, y como toda belleza tiene su origen en las más profundas injusticias, de manera que la voz del mundo no es otra que el clamor de miles de agonizantes que no ven término a su martirio.
Una realidad que le es imposible, una vez vista, dejar de tener siempre presente y que sus pinceles no pueden por menos que representar en toda su crudeza, poniendo en ello todo su talento, toda su experiencia, todo su saber, toda su habilidad.
Con la misma dedicación y pasión con que anteriormente cantara al amor y la belleza.