viernes, 28 de diciembre de 2007

A little white cat (y 3)

Me duele escribir sobre esto:lo ucraniano y lo ruso se unen en mi sangre en mi corazón, en mis pensamientos. Pero mi dilatada experiencia en el trato amistoso con los ucranianos de los campos me reveló como les dolía a ellos. Nuestra generación no podrá evitar el pago de los errores de nuestros mayores.

Estampar el pie en el suelo y gritar "¡Esto es mío!" es el camino más sencillo. Incomparablemente más difícil es pronunciar ¡El que quiera vivir que viva!. Por asombroso que parezca, no se hicieron realidad las predicciones de la doctrina progresista en el sentido de que el nacionalismo se marchitaría. En el siglo del átomo y la cibernética, no se sabe porqué, ha florecido. Y nos llega la hora, nos guste o no nos guste, de pagar todos los pagarés de la autodeterminación y de la independencia, y debemos pagarlos por iniciativa propia y no esperar a que nos quemen en las hogueras, nos ahogen en los ríos o nos degüellen. Debemos demostrar que nuestra nación es grande no por la enorme extensión del territorio, ni por el número de pueblos sometidos a nuestra tutela, sino por la grandeza de nuestros actos. Y por la profundidad con que labraremos lo que nos quede de tierra una vez descontadas aquellas que no quieren vivir con nosotros.

Con Ucrania, será extraordinariamente doloroso. Pero hay que hacerse cargo de lo caldeados que están ahora sus ánimos. Ya que no se ha arreglado en el transcurso de los siglos, ahora nos toca a nosotros mostrar cordura. Estamos obligados a que sean ellos los que decidan, que sean los federalistas y los separatistas, a ver quien convence a quien. No ceder sería una locura y una crueldad. Y cuanto más suaves seamos, cuanto más pacientes nos mostremos, cuantas más explicaciones demos ahora, más esperanzas habrá de restablecer la unidad en el futuro.


Siguiendo con la lectura de Archipielago Gulag de Alexander Soljenitsin (aquí pueden leerse las entradas anteriores), este párrafo me ha hecho meditar, concretamente, en la situación actual de mi país, a pesar de lo alejados que estamos de Rusia y lo distinta que es nuestra historia de la suya.

Porque lo que Soljenitisin intenta poner de manifiesto es que el rigor (por llamarlo de alguna manera) sin sentido con que el estalinismo se aplicó en Ucrania al final sólo sirvió para consagrar la separación irreparable entre ambos pueblos. No hay que olvidar que ese rigor parecía propio de una venganza personal del dictador contra ese país, puesto que se manifestó en un intento de destruir todo lo ucraniano y casi de eliminar a los ucranianos, según la interpretación que demos a las hambrunas inducidas por la colectivización. De esa manera, en cuanto llegaron gobernantes más tolerantes y dialogantes, que permitieron que las opiniones políticas se expresaran libremente, fue imposible detener el proceso que llevó a la división de lo que había estado unido durante siglos... llegando a la durísima paradoja para los rusos de que la capital del reino medieval que consideran como el origen de su patria, el reino Rus fundado por los varegos suecos (¡otra paradoja histórica!), sea ni más ni menos que Kiev, la actual capital de Ucrania.

O por enlazarlo con mi tierra natal, aunque las cosas no llegaran al grado de exasperación que el soviético, de como la imposición a la fuerza por parte del régimen de Franco de una España monolítica e indivisible, eliminando, exiliando o represaliando a quien se atreviese a disentir en lo más mínimo, sólo sirvió para destruir cualquier lazo que pudiera unir a los hablantes de las diferentes lenguas ibéricas, eliminado cualquier sigo que pudiera hacernos pensar que existía una entidad superior, España, por llamarla de alguna manera, donde todos tuviéramos cabida.

En mi opinión, es inevitable que un futuro cercano, el País Vasco y Cataluña acaben por declararse independientes. Existe, por así decirlo, una especie de inercia política, un magnetismo irresistible que hace orientarse todo el sistema político hacia ese punto, y ante el que nada, ni la concesión de un grado mayor de competencias por parte del estado central, ni por supuesto, el golpe sobre la mesa y aquí se ha acabado todo, que pretenden algunos insensatos, servirá para evitarlo.

Y todo esto, esa especie de necesidad histórica que decían los marxistas, en mi opinión no obedece a otra razón que la mostrada por el pasaje de Soljenitsin. Franco, en su obsesión por salvar su idea de España, imponiéndola de buen o mal grado en el resto de la población, no hizo otra cosa que matar en las mentes de la mitad de la población el concepto que realmente importaba, el de España como casa común de todos los habitantes de la península ibérica, inculcando por el contrario el de España como madrastra, que abjuraba de sus hijos y los maltrataba.

Una educación a palos que convirtió así a la mitad de los españoles en apátridas dentro de su propio país, en personas crecidas sin sentimiento nacional, un sentimiento que parece inseparable, consustancial a todos los habitantes del planeta, simplemente porque ese sentimiento era propiedad exclusiva de una única ideología... cosa que en cierto modo aún sigue ocurriendo, para nuestra desgracia.

Así, ante ese vacío, similar al que queda cuando se pierde la fe religiosa, muchos corrieron a abrazar el sentimiento nacional alternativo que existía en sus tierras, y que, independientemente del color, rojo o azul, que tuviera, se estimaba opuesto a la dictadura totalitaria que les oprimía, y por lo tanto parecía noble, digno de ser abrazado, a pesar de las acciones y decisiones que tomara, en muchos aspectos similares a las de ese totalitarismo padre y madre.

Simplemente porque ese vacío anímico que supone ser un apátrida es insoportable, casi tanto como es el vacío que supone la perdida de la fe, y que sólo unas cuantas almas fuertes son capaces de soportar, puesto que implica que no hay una solución para el mundo, que no hay un plan maestro que al final vaya a solucionar todo, sea en otro mundo, como es el caso de la religión, o en este, como es el caso del nacionalismo.

Un vacío, que provoca que se construyan religiones y naciones substitutivas, dando lugar al espectáculo lamentable, de aquellos que, habiéndose librado del yugo de religiones universales y de imperios no menos universales, corren a los brazos de curanderos y adivinos, o de sueños esencialistas reducidos al valle de un río, a una aldea, al patio de una casa.

Mientras que yo, doblemente desengañado, persisto en mi ateísmo y en mi falta de raíces.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

One Step Back (y 6)


Ha llegado el momento de terminar estas anotaciones sobre la exposición Cranach/Durero de la Thyssen madrileña (véase aquí y anteriores), y por supuesto, no se podía dejar fuera de estas notas a la otra estrella de la exposición, es decir, Durero.


No creo que haya una mejor introducción a Durero que el retrato con el que abro esta entrada. En él, el pintor, un trabajador manual en esa época, no lo olvidemos, se retrata de un modo reservado hasta entonces a santos y reyes, vestido con sus mejores ropas, en actitud de dominio y orgullo, mirando directamente al espectador, mientras que tras él se despliega un paisaje bucólico.


Un auténtico manifiesto, en definitiva. Un first en la historia, en el que el artista se representa disociado de su arte, la única referencia a éste es la propia firma, en la que se nos informa de que él mismo ha sido quien se ha pintado, y en el que el creador, se nos presenta como una persona admirable, simplemente por su propia personalidad, por la forma en que ha sido representado.


Un first, sí, pero también un signo de los tiempos, del nuevo arte que venía Italia, donde Leonardo, Miguel Ángel o Rafael (y un poco más tarde, Tiziano) ya no se consideran a sueldo de un señor, ni se ven obligados a seguir sus instrucciones al pie de la letra, sino que pueden elegir clientes y temas, y representar estos de la forma que les apetezca, sin que esta aparente rebeldía suponga ningún desdoro, sino todo lo contrario.


Pero un first, a pesar de todo, puesto que aquello, que en Italia se veía como normal, como el resultado del siglo de experimentación que se abriera con Masaccio y Bruneleschi, en Alemania era algo completamente nuevo, una novedad más de las que venían desde el sur, empaquetadas como renacimiento, y que, como hemos visto, unos veían como traición y seguían manteniendo a toda costa la tradición gótica, otros intentaban contemporizar, dorar la píldora nueva, para no perder la clientela y que esta se fuera poco a poco acostumbrando a las moderneces, mientras que otros se entregaban a ella con fruición, sin compromisos, con ese gusto y ese orgullo que hace calificar un tipo de arte como Arte Nuevo, y otro tipo de arte como Arte Antiguo, convirtiendo a uno de ellos en el único que merece la pena ser cultivado, y al otro en algo despreciable y el peor de los insultos.


Y luego estaba Durero.


O mejor dicho el problema de Durero. Porque este artista es una personalidad tan amplia, tan enciclopédica que es imposible reducir a un conjunto de etiquetas. Es a la vez moderno y antiguo. Es capaz de adoptar las innovaciones más radicales, de dar un paso más allá (como es el caso de sus acuarelas) y al mismo tiempo sigue siendo alemán hasta la médula, antiguo y medieval, con esa desconfianza por la luz y los cielos claros, con ese presentimiento de que el ideal clásico, el ideal de belleza que ha decidido cultivar, será quebrado por fuerzas obscuras e incontrolables, como sería el caso de ese obra maestra del grabado que se llama Melancolía.


Alguien que se sabe a caballo entre dos tiempos, lo antiguo y lo moderno, y que es capaz de cultivar ambas, de utilizar lo viejo y lo nuevo con igual maestría, pero sabiendo que el tiempo juega a favor de las novedades, que lo antiguo tiene fecha de caducidad y que será barrido inevitablemente por el tiempo y la historia, independientemente del genio y el talento de aquello que lo cultiven.


Alguien, y con él resto de su generación, que se convertirá en una excepción, puesto que ocurrirá que la reforma protestante, triunfante en Alemania, no encontrará utilidad para los pintura, cerrado el mercado religioso por la iconoclastia reformista, inexistente una clase de burgueses enriquecidos que necesite decorar sus hogares.


Y así esa generación, tan brillante como las generaciones contemporáneas de Flandes e Italia, que podía haber desencadenado una (otra más) revolución en el arte europeo se desvanecerá sin dejar rastro, por razones completamente prosaicas, que nada tienen que ver con la sucesión de los estilos, la evolución de las formas, o todas esas leyes falsas que tanto se gusta formular en la historia del arte.
Simplemente porque no eran necesarios para esa sociedad y no tuvieron a nadie a quien entregar el testigo.

domingo, 23 de diciembre de 2007

The last thing you'll see...





...y no, no debe ser ésa una mala forma de morir, que lo último que veas sea la imagen de la persona amada...

viernes, 21 de diciembre de 2007

A little white cat ( y II)

Ahora cuando estoy escribiendo este capítulo, hileras de libros humanistas cuelgan sobre mí desde sus estantes de la pares y sus desgastados lomos de brillo apagado centellean reprobadores como las estrellas a través de las nubes: nada debe conseguirse en este mundo por medio de la violencia. Si tomamos la espada, el cuchillo o el fusil nos ponemos de inmediato al nivel de nuestros verdugos y opresores. Y no habrá fin...

No habrá fin... Aquí detrás de mi mesa, en una habitación caliente y limpia, estoy totalmente de acuerdo.

Pero se tiene que haber recibido una condena de veinticinco años sin motivo, haberse puesto encima cuatro números, haber tenido las manos siempre a la espalda, haber sido registrado mañana y tarde, haberse extenuado trabajando, haber sido arrastrado al BUR por una denuncia, y haber ido a parar irremisiblemente bajo tierra, para que, desde allí, tdos los discursos de los grandes humanistas nos parezcan la charlatanería de unos hombres libres bien cebados.

¡No habrá fin..! ¿Pero habrá un principio?¿Habrá un claro en nuestra vida o no?

El pueblo oprimido llegó a la siguiente conclusión: con benevolencia no se termina con la violencia.

Leía estas líneas y no podía por menos que sorprenderme. Porque dichas así, con su exaltación a tomar las armas, a obrar justicia utilizando la violencia, resultarían propias de un terrorista de esos que copan las portadas de los periódicos y que hacen temblar a los que tenemos la desgracia de vivir en este mundo desquiciado.

Pero el caso es que no es así. Este pasaje proviene ni más ni menos que de la pluma de A.S. Soljenitisn, esa escritor que fue condenada como tantos otros por el régimen soviético sin haber cometido ningún delito, simplemente porque había que llenar un cupo de enemigos del partido, el régimen y el futuro (o como diría más adelante en el mismo Archipielago Gulag, puesto que la humanidad había fallado al ideal, había que castigar a la humanidad, no cambiar el ideal).

Así que tenemos a un inocente, prisionero de un sistema completamente desquiciado, que hacía mucho que ya había perdido cualquier atisbo de racionalidad que guardara, y que le consideraba como un elemento peligroso e irrecuperable, culpable hasta el mismo momento de la muerte, válido solo para ser explotado como si fuera un esclavo, peor aún, como un animal, cuya desaparición no supone ningún coste, puesto que siempre habrá muchos otros para reemplazarlo.

¿Qué hacer, entonces? Porque lo que se está planteando es una de las preguntas más elusivas, quizás porque solo tiene una respuesta, la de los límites del pacifismo y la no violencia.

O por decirlo de otra manera, los métodos de Gandhi sólo pueden obrar resultado, hasta el extremo de, como ocurriera en su caso, granjearse el respeto y la admiración de tus enemigos, cuando esos enemigos tienen también un sentido moral de gran altura, es decir, creen que hay una serie de reglas del juego y que adherirse a esas reglas, respetarlas y castigar a los que las infringen aunque sean de los suyos, es algo que les situa por encima de los demás, les da la justificación necesaria para poder juzgar a los demás y dictarles esas propias normas.

Un juego que en manos de un antagonista habil, como fuera el caso de Gandhi, lleva a que tu enemigo te conceda lo mismo que te niega, simplemente porque es de justicia, porque en cierta medida, tu victoria es su victoria.

Pero claro eso funciona cuando los contendientes son Gandhi y el Imperio Británico, que excusaba su dominación de la India, diciendo que habían ido allí a civilizar a esas gentes y, por tanto, no podía actuar en contra de esos altos ideales, a menos que quisiera destruir las propias bases de ese Imperio. Muy distinto el caso de la Alemania Nazi y Polonia (o la URSS, o el resto de Europa), puesto que esa conquista no tenía otra razón que la rapiña, o mejor dicho, asegurar la supervivencia y el bienestar del pueblo alemán, esclavizando, expoliando y exterminando al resto de europeos que no fueran arios (o que fueran arios no nazis). Una misión que no se ocultaba ni se disimulaba, sino que constituía la raíz de su sistema.

Un sistema y un tiempo, en el que cualquier intento de combatir a los nazis por medio del pacifismo y la no violencia, sólo habría servido para que ellos hicieran mejor su trabajo, pues les habría costado menos arrastrarte hasta las cámaras de gas... o como en el caso de Soljenitsin, esperar, incluso aunque lo negara la evidencia que tu sistema, el más justo de todos, aquel que decía iba a traer el paraíso a la tierra, reconociera el error que había cometido e restableciera la justicia que había quebrantado por descuido.

Craso error, puesto que no era más que una cueva de ladrones, de hipócritas y mentirosos, en la que sólo podían medrar, prosperar y sobrevivir, aquellos que reuniesen esas tres características, aquellos que podían cometer las mayores injusticias sin parpadear, sin experimentar ningún titubeo o estremecimiento, muy al contrario, proclamando al mundo que éso era precisamente la mayor justica y que actuaban movidos por los más altos ideales, aunque su labor cotidiana fuera pisotearlos.

Por ello, si se quería recuperar la dignidad, vencer, no había otra solución que la que nos cuenta Soljenitsin, rebelarse utilizando la violencia, exterminar a los bandidos, a los soplones que los carceleros habían introducido entre los presos para dividirlos y así dominarlos, demostrando a los torturadores que ya no tenían poder sobre ellos, que a pesar de todas sus verjas, de todas sus armas, de todas sus leyes, pronto les llegaría el turno, pronto la venganza les alcanzaría y habrían de pagar por todas las iniquidades cometidas.

Porque, la pregunta no es sí es lícito rebelarse violentamente contra la injusticia, la pregunta correcta es cuando y en qué circunstancias....

...y sobre todo, cuando deja de serlo, cuando las causas justas se convierten en injustas, cuando el movimiento liberador se transforma en un movimiento represor más, preocupado únicamente por mantener sus privilegios y prebendas.

Como ha ocurrido con todas las revoluciones, excepto las fracasadas, que diría Corto Maltés.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

One Step Back (y 5)


Por seguir la serie de entradas anteriores sobre la exposición Durero/Cranach, le ha llegado el turno, como no podía ser menos, al paradigma de la idea que anima esta exposición, el cómo toda una generación de artistas de gran talento se vio afectada por las novedades del renacimiento Italiano y sus intentos para mantener una personalidad propia, sin convertirse en meros copistas de las tendencias de moda. Una lucha en que los caminos adoptados fueron tan variados como las propias personalidades de estos artistas, desde el intento de convertir el renacimiento Italiano en un renacimiento alemán, como sería el caso de Durero, hasta el rechazo completo y rotundo de esas soluciones, aunque se las conociera perfectamente y se fuera capaz de replicarlas, como sería el caso de Mathias Grünewald.

Un artista que, en más de un aspecto es excepcional, paradójico. En primer lugar porque una personalidad de primera magnitud como la suya nos es conocida, no por por su nombre auténtico, Mathias Gothard Nithard, si no por el nombre erróneo que un cronista de siglos más tarde le atribuyera. Un detalle que apunta a un pintor provinciano, alejado de los centros culturales de importancia, y que, debido a ese mismo aislamiento, falto del conocimiento de lo que se llevaba en ese momento, no debía haber pasado de artista de segunda y tercera fila.... y por hacer un inciso, no resulta menos curioso, que ese aislamiento y ese provincianismo, ése estar fuera y alejado, siga siendo una constante actual de su arte, puesto que aquel que quiera gozarlo no debe ir a las grandes instituciones artísticas, sino a Colmar, una ciudad de provincias francesa, donde se guarda lo mejor de uno de los grandes artistas alemanes.

Pero la mayor de las contradicciones es una que constituye uno de los mayores problemas no resueltos (o que no se quiere resolver) del arte actual, puesto que suponemos instintivamente, que el artista genial, tiene que ser también revolucionario, o al menos vanguardista, mientras que en el caso de Grünewald, tenemos a un pintor genial, en el sentido de que su obra es distinta a todo lo que se hacía en su tiempo, pero que no es revolucionario, ni vanguardista, si no que utiliza un lenguaje y unos postulados artísticos, que nosotros hubiéramos calificado de conservadores y reaccionarios... por no llamarlos directamente repetitivos, faltos de originalidad, callejón sin salida.

Quizás sea ahí donde radique la originalidad, lo revolucionario de Grünewald, ese radicalismo y esa fiereza que también sabrían reconocer y admirar los expresionistas alemanes del XX. Simplemente Grünewald decidió ignorar las rutas que llevaban al futuro, a pesar de conocerlas y de saber como utilizarlas. Voluntariamente prefirió el callejón sin salida, el ser antiguo, el cultivar las formas caducas, y precisamente con ello, consiguió distinguirse y superar a todos sus contemporáneos, incluyendo a Durero, convertirse en el que resulta más cercano a nuestra sensibilidad actual, que detesta lo clásico, el equilibrio, el ideal y la belleza, y ama el desarreglo, la asimetría, la fealdad y la crueldad.

Sin embargo, hay otra lección aún más importante.

El hecho, comprobado cada día de que toda crítica artística no es más que un intento de hacer encajar a martillazos, un hecho complejo, multiforme y en sí, indefinible, en unas cajitas prefabricadas y confeccionadas de acuerdo con la moda del momento, y que en unos años, en unos meses quizá, serán completamente prescindibles, más aún, habrán sido completamente olvidadas, esas clasificaciones definitivas, como si nunca hubieran existido.... al igual que los artistas que la moda del momento haya elegido ensalzar.

O lo que es lo mismo, que toda crítica de arte es inútil y ociosa, puesto que roba el tiempo que debería utilizar en disfrutar de ese mismo arte, y como el ruido, solo sirve para confundir tanto al artista como al espectador.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Beautiful Lies

A todos nos llega un momento de estar en la encrucijada. Y en en ese momento, siempre preferimos mentirnos, proclamar nuestra libertad, aunque en el fondo ansiemos las cadenas, esas que elegimos nosotros mismos, esas cuyo peso nunca sentimos, cuyas desolladuras y laceraciones agradecimos...


...y en nuestra locura llamamos hogar, refugio, abrigo, al campo de ruinas en el que nos hemos perdido, del cual ansiamos salir, pero al que nos ata el miedo a nueva derrota, a un nuevo fracaso, a ese fracaso, que nos arrebate de una vez por todas la fe, la esperanza, las fuerzas para seguir luchando, levántándose, acercándose, amándo...

...pero da igual cuanto queramos engañarnos, porque la respuesta es única...


... en las ruinas, en los cementerios, sólo pueden vivir los que estén muertos, los que vayan a estarlo pronto; los que quieran vivir, los que quieran seguir viviendo, deben mentirse a sí mismo, aparentar que creen las frase de esperanza, los lugares comunes siempre repetidos, las palabras de cariño, las manos no menos acogedoras...


...aunque se sepa que fueron esas mismas mentiras, mejor dicho, otras mentiras pasadas, la causa y el origen de todas las desdichas presentes...



viernes, 7 de diciembre de 2007

A little white cat (y 1)

Durante estos días estoy leyendo el tercer volumen de la edición española de Archipielago Gulag de Alexander Soljenitsin, que contiene los libros cinco y seis de la obra. Un volumen que ha sido editado más de dos años después de los dos primeros (en verano y otoño del 2005), y que yo desesperaba de ver editado.

Como siempre la lectura de esas páginas, de lo que suponen, me impresiona y conmueve profundamente, ya detallaré el porqué, y esta entrada iba en principio a ser una sola, dedicada a un detalle increíble, especialmente para nuestro ambiente cultural de ahora mismo, pero en el tiempo en que iba escribiendo otras anotaciones en este blog, progresaba con la lectura, y el enfoque, las conclusiones, mi imagen mental, iba cambiando a medida que Soljenitsin añadía pincelada tras pincelada a ese universo inabarcable que era el Gulag, y del que esta obra inmensa sólo es un pálido reflejo.

Unas pinceladas y detalles, que contradecían lo que tenía pensado decir, pero al mismo tiempo lo corroboraban, si eso es posible. Por ello, no he tenido más remedio que convertir esa anotación única, perdida entre otras muchas, en toda una serie, no demasiado larga, espero....

Pero antes de comentar ese detalle que me impresionó tengo que retrotraerme a mediados de los años 80, cuando leí por primera vez los dos primeros libros de Archipielago Gulag, hacer un poco de historia, rememorar quién era yo, qué pensaba, como se veía esa obra en ese mundo de mi juventud, un mundo tan distinto al actual, que parece pertenecer a un universo paralelo, sin conexión con éste, una mentira imaginada por algún novelista barato, algo de lo que reírse, o por lo que aburrirse, como ocurre con las historias de viejo.

Porque en aquellos tiempos, la URSS, ese sistema cuyo horror y cuya abyección nos narra Soljenitsin, era aún el modelo soñado, el ensayo general del paraíso al que mirábamos muchos con esperanza y emoción, con anticipación, ansiando el momento en que la revolución habría de barrer nuestras estructuras anquilosadas e instaurar el único sistema justo, noble y necesario que habría de perdurar para siempre.

Un tiempo donde, nadie pensaba de otra manera, el sistema americano, occidental, se veía como débil, podrido hasta los cimientos, a punto de derrumbarse en cualquier momento, ante nuestros ojos regocijados, mientras que el sistema soviético, se veía como una roca indestructible, una máquina imparable, que país tras país iba liberando el mundo, entre las aclamaciones de los pueblos.

Es posible imaginar entonces el asombro, la estupefacción entre amigos y enemigos, cuando en 1989 el imperio soviético, las naciones hermanas que decía la propaganda, se sacudieran el yugo, y en 1991 fuera la propia patria del socialismo la que se hundiera sobre sí misma, mostrando al mundo que era un auténtico tigre de papel, mientras que el resto de los regímenes ideológicamente afines, excepto excepciones, emprendían un largo camino hasta configurarse como dictaduras y autocracias tradicionales, donde la ideología, los altos ideales que servían de propaganda para dignificar esos sistemas se convertían en el conocido you are what you earn, sin que ni siquiera intentasen disimularlo.

Todo esto, sin contar que al caer estos regímenes, al desaparecer los aparatos del poder, el control sobre la cultura y la opinión, las eficaces máquinas de propaganda, mostraban sin posibilidad de duda, lo que Soljenitsin ya nos había narrado en Archipielago Gulag, lo que muchos otros artistas de esos países nos habían narrado de manera críptica, que no eran otra cosa que inmensas cárceles, que nunca habían sido lugares donde la humanidad hallase su destino y sentido, o donde se construyese el paraíso en la tierra.

Puede con ello imaginarse el agudo dolor que yo sentía al leer esas páginas en los 80, al comparar la realidad que narraba Soljenitsin con los sueños, con la esperanza, con la fe que había sido inculcada en mí por mis padres y mis abuelos, y que aún entonces constituía una experiencia común de la izquierda. Una lectura que constituía una especie de piedra de toque, puesto que muchos, a pesar de tener enfrente la evidencia, la negaban, cerraban su inteligencia, prefiriendo la mentira que amaban a la realidad que les robaba su raison d'être.

Mientras que otros como yo, hablábamos de excesos, de desviaciones, de como la idea inicial de la revolución, esa idea sobrehumana, inmaculada, perfecta e incorruptible, había sido traicionada y destruida por unos cuantos malvados, que se habían adueñado del movimiento... en una ingenuidad semejante a la de tantos y tantos revolucionarios y no revolucionarios rusos, mencheviques, socialistas revolucionarios, etc, etc, que acabaron siendo devorados y aniquilados por los engranajes del mismo sistema que habían contribuido a construir con tanto entusiasmo u mayores sacrificios.

Un sistema que llevaba en su seno, desde su concepción, el germen de los horrores futuros.

Pero la imagen queda incompleta. Puesto que aquellos tiempos, además, eran los de la guerra fría. Un tiempo cuyo horror sobrehumano empieza a ser ya incomunicable para las generaciones jóvenes, como lo es cualquier cosa que se experimenta con las vísceras.

Porque aquel era un tiempo en que todos estábamos seguros de que una tercera guerra mundial estallaría inevitablemente, el día en que menos los esperáramos. Una guerra que sería nuclear y en la cual el primer objetivo de cualquiera de los bloques sería exterminar a la población del bando contrario, sin titubeos, sin reparos de conciencia, sin pensar en la propia población, sólo en que que quedase un mínimo que permitiese recuperarse en 20, 50 cien años.

Un conflicto que todos sabíamos, incluso aquellos que jugaban con porcentajes y probabilidades buscando predecir su curso, que sería corto, que acabaría con la humanidad, y en el que más valdría morir en el primer blast, que no agonizar desesperados en los días sucesivos.

Un destino seguro que hacía que mi juventud fuera la de un perpetuo desengañado. Yo, al contrario, que el resto de la humanidad que me precediera, sabía como iba a morir. No sabía cuando, pero sabía que sería pronto, con lo que no ténía ningún sentido hacer planes de futuro, mejor dicho, hiciera lo que hiciera, no era más que una ficción, algo con lo que entretener el tiempo hasta que nuestros generales y nuestros políticos decidieran apretar el botón.

Además, como persona que vivía al lado de una base de los EEUU, (la extinta de Torrejón en Madrid), los que me iban a convertir en polvo radioactivo el primer día de la guerra, iban a ser los míos, aquellos que decían estar construyendo el paraíso sobre la tierra, pero que cuando lanzasen los misiles, no pensarían en las ideas o las aspiraciones de lo que iban a desaparecer, solo que había un millón, dos, tres, menos de enemigos en el bando contrario.

Y así ocurría que, en la habitación donde estudiaba, sabía de qué dirección vendría el destello de la explosión y que si daba la casualidad de estar mirando hacia allí en ese instante, me quedaría instantáneamente ciego. También sabía el tiempo que tardaría en llegar la onda expansiva, los segundos que me restarían de vida, hasta que el aire ardiente me carbonizase, los cristales de las ventanas me traspasasen, el edificio entero se desplomase sobre mí.

Y así soñaba con el hongo atómico elevándose sobre mi ciudad, e incluso, para exorcisarlo, le escribía versos.

Como se hace con una enamorada de la que se ansía el encuentro.

lunes, 3 de diciembre de 2007

One Step Back (y 4)


Por continuar con esta serie de reflexiones sobre la exposición Durero/Cranach de la Thyssen (de la cual ya he hablado en entradas anteriores), señalaba yo lo diferente que era este prerenacimiento alemán de entre los siglos XV y XVI con el renacimiento italiano contemporáneo. Concretamente, como uno buscaba siempre el ideal, de manera que a pesar de la crueldad de los hechos representados, lo que nos sobrecogiera fuera la belleza plástica, o por, decirlo de otra manera, como incluso en la mayor de las catástrofes, los italianos conseguían que reinase la serenidad, mientras que en el caso de los alemanes, el énfasis siempre estaba en conseguir un sentimiento de desasosiego, de forma que por muy bello que fuera el cuadro, siempre tuviésemos la sospecha de que algo más, turbador y peligroso, nos acechaba desde fuera de la estrecha región representada.

Un sentimiento que, curiosamente, reaparecería en la misma Italia, con los pintores manieristas, Pontormo y Rosso Fiorentino, cuando estos intentasen apartarse del Kanon creado por Leonardo, Miguelángel y Rafael , absoluto en su perfección y por ello mismo, un callejón sin salida para cualquier artista.

Y para representar ese sentimiento no se me ocurre un ejemplo mejor que el Adan y Eva de Hans Baldung Grien con el que abro esta entrada, simplemente por constituir un compendio de transgresiones sobre un tema archiconocido, y del cual se espera una representación, un mensaje ideológico fijo y determinado. Una obra en fin, que está a la altura de las estatuas de la portada de la catedral de Reims, de las que ya hablara hace largo tiempo.

¿Por qué hablo de transgresión o, por ser menos demagógico, de reinterpretación? Lo primero que me llama la atención es la agresiva sexualidad de la pintura. Normalmente, la primera pareja suele representarse de manera inocente, axesual, recordando aquello de "estaban desnudos y no tenían vergüenza", mientras que aquí ocurre precisamente lo contrario, los vemos a punto de embarcarse en el frenesí amoroso, y sin sentir ninguna vergüenza, más bien presumiendo de ello, como demuestra la mirada directa, orgullosa, que Adán nos dirige a nosotros, los espectadores.

¿Cuándo ocurre la escena? Normalmente, se representa el momento en que Eva tienta a Adán, ofreciéndole la manzana. Sin embargo, la pintura de la impresión de que la escena tiene lugar después, como mostraría la fina tela que cubre el sexo de Eva, que ya por tanto debería sentir vergüenza, pero que por su propia delicadeza transparenta su desnudez, otra nueva vuelta de tuerca a la historia bíblica, puesto que ahora sí saben que están desnudos, pero siguen sin tener vergüenza.

¿Y cual es la moral de la historia? Normalmente, en estas representaciones de la caída de la humanidad se nos muestra la expulsión, el horror que sigue a esa caída, o cuando se nos muestra ese pecado original, da la impresión de haber sido casi por casualidad, un descuido, como se decía entonces, que se revela de consecuencias aterradores. Como mucho (como era de esperar de tiempos en que la mujer se consideraba un ser de segunda), se hacen recaer las culpas en Eva, a la que se muestra como inductora, la que muestra y entrega la manzana a Adán, mientras que este queda excusado, víctima de ese desliz al que nos referíamos.

Nada queda de este espíritu en la pintura. Eva no necesita mostrar la manzana, Adán no se muestra temeroso y lleno de dudas. Ambos han decidido hacerlo voluntariamente, con orgullo, con desafío, con evidente fruición. Es más, ni siguiera han necesitado morder la fruta del árbol de la ciencia, ya conocían el significado del bien y del mal, y han elegido este último.

La manzana por tanto, es sólo un símbolo de la rebelión, no la causa.

Nota: Otra cosa que me asombra de este cuadro, es como se pueden pintar unos desnudos tan clásicos, tan rotundos y perfectos, y al mismo tiempo, con la aplicación del color, convertirlos en algo irreal, a punto siempre de desvanecerse.

Expresionista. En una palabra.