martes, 30 de octubre de 2007

One Step Back (y I)

Para los medios parece que en este otoño Madrileño sólo existe una exposición que ver y visitar, ergo, la reapertura del Prado, un asunto que me provoca escalofríos, simplemente por una series muy importante que todo el mundo olvida preguntarse o prefiere no hacerlo.: ¿Dónde van a ser expuestos los cuadros del casón, una vez terminados los festejos? ¿Cómo se va a reorganizar el resto de las salas? ¿Se le ocurrirá a alguien alguna genialidad, por eso de dejar huella imperecedera en su gestión?


En resumidas cuentas, que cuando se calme un poco el patio, y la población vuelva a su estado habitual, el de pretender que el Prado es un museo inexistente, me acercaré por allí a dar un paseo y ver como ha quedado, sin muchas esperanzas, así cualquier mejora me alegrará.


Pero dejando aparte este "gran acontecimiento" que dirían los medios, el caso es que la temporada de otoño, tras un verano también muy cargadito, ha venido repleta de grandes exposiciones, de manera que me queda la duda de si podré repetir visita en alguna de ellas (Nota: Resulta curioso que la Caixa, otro de los habituales, no haya realizado exposiciones en todo el año pasado, septiembre-septiembre, y que este año parezca ir por el mismo camino. Espero que el inaguantable e insoportable clima de crispación político no tenga nada que ver con esta ausencia).


Entre estas exposiciones la gran sorpresa, tras el fiasco Van Gogh del verano, es la mega exposición Cranach/Durero que organizan conjuntamente el Thyssen y la fundación CajaMadrid, no sólo por ser una exposición que ofrece lo que promete, una visión del arte alemán en una época escindida entre dos revoluciones traumáticas, la reforma protestante y la transición del gótico al renacimiento, sino que además la calidad de las obras presentadas es realmente impresionante, no sólo por ser obras maestras de sus autores, sino por dar una visión completa de ese momento histórico, es decir, qué, quién, cómo, con quién.


Qué, quién, cómo, con quién, Menudas palabras acabo de soltar. Que bien suenan y a saber que quieren decir, porque el caso es que me alejado (o quizás me he acercado) de lo que era mi intención al empezar este artículo.


¿Qué cual era? Pues lo de "un paso atrás" que decía, se refiere a un feo vicio que nos han inculcado los impresionistas. Sin darnos cuenta, tendemos a mirar los cuadros desde lejos, buscando una visión de conjunto, algo que es absurdo en obras como éstas, pintadas con la cabeza metida en el cuadro y donde el detalle, el detalle microscópico de relojero es importantísimo.


De ahí que me resulte chocante haber visto como los visitantes contemplaban los grabados de Durero a un metro de distancia, cuando hay detalles, temáticos y de ejecución que sólo son visibles con lupa. Que exijen una cercanía y una intimidad que estas ocasiones multitudinarias no permiten, especialmente si la dichosa cuerdecita de protección no permite acercarte (¿En qué estarían pensando los organizadores me pregunto?)


Mejor prueba de que no sabemos ya ver no existe. Mejor dicho, de que hemos olvidado una forma de mirar y de sentir, algo que yo mismo he experimentado, puesto que, aunque al principio de mi afición a la pintura, no era muy partidario de la pintura contemporánea, luego me aficione tanto que tuve que reeducarme, por decirlo de alguna manera, para volver a disfrutar la pintura clásica (y no hay nada como un buen viaje italiano para eso).


Pero puesto que hablo de formas de mirar, antiguas y modernas, y en la entrada anterior, hablaba de la aparente oposición entre progreso y tradición, esta exposición, curiosamente, viene a redundar en lo mismo, se convierte en un magnífico ejemplo de lo creativo que puede ser en arte dar "un paso atrás".


Estos pintores de comienzos del XVI, Durero, Cranach, Grünewald, Baldung Grieg, Altdorferd, eran artistas de primera fila, no es posible ya dudarlo, pero se encontraban en una encrucijada, entre el arte medieval que había regido la vida europea hasta entonces y la revolución renacentista, que no se podía ignorar ni se podía parar. Una encrucijada ante la cual cada uno reaccionó de una manera distinta, tan diferente que no puede uno dejar de preguntarse hasta donde habría llegado el arte alemán si no hubiera sido por la reforma, que detuvo la evolución pictórica al cegar las fuentes de financiación de estos artistas, puesto que ya no había una iglesia que hiciera propaganda de sí misma, ni unos nobles que quisiesen glorificarse a sí mismo.


Un abanico de respuestas que resulta sorprendente, puesto que, y la exposición lo refleja claramente, va desde un Durero que intenta ser renacentista y alemán, absorberlo todo, digerirlo y traducirlo, a un Grünewald que lo rechaza y se mantiene medieval y antiguo, pasando por un Altdörfer que inventa el paisaje puro (a quién le vendería esas obras me pregunto) o unos Cranach y Grieg que se reinventan a sí mismos, realizando una pintura al mismo tiempo aclasica y amedieval, si eso es posible, y que sería redescubierta mucho tiempo después por otro siglo aclásico, como el XX en generar y los expresionismos en particular.


Una abanico de reacciones que sólo se explica ante la existencia de una fuerza poderosísima venida del sur, esa del protorenacimiento en sus vertientes toscana y especialmente veneciana, al menos para los alemanes, ante la cual todo pintor tenía que definirse y situarse, bien para rechazarlo, bien para aceptarlo, bien para ser un servil copista de lo nuevo, bien para encontrar en ello la fuerza creativa que le era propia.



Un impulso que esta exposición nos hace también comprender al comparar directamente las obras de Durero, con las obras de Giovanni Bellini, su contemporáneo veneciano, y figura única de quinquecento veneciano, tan singular y poderosa que bien puede medirse de igual a igual con cualquiera de los que le sucedieran, Giorgione, Tiziano o el resto.


Una personalidad que convierte en un plus extra la visita de las iglesias venecianas, luminosas, pequeñas y frecuentemente vacías, excepto aquellas situadas en el maelstrom turístico, simplemente para encontrarse alguna de sus pinturas, tan llenas de vida, tan distintas del racionalismo geométrico de los toscanos, y donde los personajes parecen detenidos en sus movimientos, a punto siempre de continuar y marcharse del cuadro, como es el caso que ilustro.



del cual bastan dos detalles para demostrarlo. Éste


donde la delicadeza con que la Magdalena toma la mano del cristo y le unge con los aceites, rompe el dramatismo de la escena que vemos, el entierro de un crucificado, y lo llena de una humanidad, una ternura y un calor que Mel Gibson jamás podrá imaginar. O éste otro.

del rostro concentrado de la misma Magdalena, absorta en su labor, indiferente al mundo, pillada desprevenida por la mirada de nosotros, los curiosos ociosos que la contemplamos.

Pocos retos como éste, y pocos talentos como aquellos alemanes que lo recogieran.

Nota: Creo que esta exposición me dará mucho más que hablar. Simplemente porque lo que para un español (y más cuando me empecé a aficionar esto de la pintura) no es más que un periodo secundario, una nota al margen en la historia del arte, se me torna año tras año, cada vez más interesante y seductor, por las razones que he indicado en esta entrada.

sábado, 27 de octubre de 2007

Walls without gates

Siempre que discuto con otro cinéfilo con el anime (o en general con alguien que no sea aficionado al anime) acabamos llegando al mismo punto. Un instante que temo, en el que se plantea una pregunta directa, "¿Por qué sus reglas de representación son tan estrictas? ¿Es que nadie va a romperlas? ¿Es que nadie va a revolucionar/dinamitar el anime?" Una pregunta en la que se esconde un reproche, la aparente constatación de que no es sino una forma acomodaticia y conservadora, que no aporta nada a la historia del arte y de la cultura.

Pregunta a la que me quedo con ganas de responder "Pero, en ese caso dejaría de ser anime ¿no?" Pero me callo, porque esto no resolvería nada. Muy al contrario , no sería entendido, simplemente por un prejuicio cultural nuestro. Ese de que sólo es arte válido el que lleva consigo el concepto de progreso.

¿Por qué digo prejuicio cultural nuestro? Simplemente porque en otros ambientes, no existe ese concepto, el de superar a los que te precedieron, hacer algo mejor que ellos, para así demostrar la valía como artista. Más bien al contrario, el artista es realmente válido, artista, no por cambiar lo que ha encontrado, sino por restaurarlo. Mejor dicho, por aprehender completamente la esencia de ese arte que dice dominar y alcanzar la perfección. Una perfección que se supone normada, sometida a a un Kanon.



Algo, ese concepto tan extraño a nosotros que había ilustrado a la perfección Louis Malle en el documental mítico L'Inde Fantôme, cuando al rodar a las estudiantes de una academia de baile tradicional hindú, le vino a la mente la turbadora idea que su constante búsqueda de la perfección dentro de unos parámetros completamente acotados (axfisiantes, diríamos aquí) era más noble que nuestra continua búsqueda de novedades. Simplemente porque el dominio, el conocimiento, la identificación con el arte que ellas serían capaces de alcanzar era inimaginable para nosotros, siempre en perpetuo movimiento, nómadas sin hogar alguno.

Un concepto el de progreso, el de la innovación constante, que ya en otras épocas de nuestra historia cultural ser reveló mortal para el artista, cosa que ocurrió en la transición del alto Renacimiento al Manierismo. Simplemente, porque durante todo el siglo XV, en la búsqueda por representar la realidad de forma racional y matemática, cada generación había superado los logros de sus maestros, en una aparente ascensión sin fin, hasta que Leonardo, Miguel Ángel y Rafaél, completaron el estilo, que tras ellos era imposible de mejorar.

Una situación en que todo artista, por mucho talento que tuviera se veía abocado al fracaso, puesto que si intentaba pintar al estilo de los grandes, le acusarían de plagiario, peor aún, de inútil puesto que era incapaz de añadir algo más, mientras que si intentaba hacer algo completamente nuevo, le acusarían de mal pintor, puesto que para hacer eso nuevo tendría que experimentar, andar a tientas, equivocarse una y otra vez hasta acertar... instante en el que seguramente ya nadie le haría caso.

Una idea, esa del progreso, que nos hace ver en toda imitación, una servidumbre, en todo parecido un plagio y un robo, o como mínimo una falta de lo que hay que tener para ser artista. Una actitud que si se aplica a rajatabla nos llevaría a intentar buscar desesperados, cual de estos dos cuadros fue pintado primeto, si el de Mantegna



o el de Giovanni Bellini



para así poder decir que el primero es el bueno, mientras que el segundo no, cuando ambos son igual de importantes, puesto que en ellos se distingue claramente la mano de la persona que lo ha creado.

Y hay otro factor más, en esta absurda carrera sin fin a la que nos ha llevado el fantasma del progreso continuo. La idea de que si fracasas las concepciones, supuestamente buenas por nuevas, del artista, es debido a la existencia de fuerzas obscuras, políticas, económicas y religiosas, que lo frustran, cuando la realidad es que el mayor enemigo de cualquier innovación es el público, por lo que si el público disfruta con que se le muestre experimentación, esas fuerzas obscuras bien que se preocuparan de que haya experimentación, para así sacar tajada, como fue el caso de las vanguardias históricas, ya que en ese tiempo era cool ser culto y avanzado, y promover el High Art.


Mientras que el camino señalado por Chuck Jones en estos dos cortos (Now Hear This, y The Dot and the Line, a Romance in Lower Mathematics) nunca fue recorrido por la animación simplemente porque el público, y muchos críticos se debieron quedar a cuadros.





Lo cual no dice mucho a favor de esa necesidad de la innovación en el arte, en la que todos creemos y que todos pregonamos.

...

Y resulta curioso que me haya embarcado precisamente ahora en esta defensa a ultranza del anime. Porque me ocurre con el anime lo que pasa en esos viajes largos, de semanas y meses, sin rumbo fijo, una noche, otra noche acá, disfrutando a cada momento, sin arrepentirte en absoluto de nada, porque sabes que es definitorio en tu existencia...

...hasta que un día te sientas en un banco y te viene todo el cansancio encima, y sólo deseas una cosa: volver a casa. y desde ese instante te mueves en línea recta, lo más rápido posible, para llegar cuanto antes, aún cuando sepas que ese hogar ya no existe...

...y ahora precisamente siento eso mismo, el ansia de volver a casa, tras la aventura...

jueves, 25 de octubre de 2007

Across the wide world (y 4)

En ese viaje que realice hace ocho años a Uzbekistán, una de las últimas imágenes que conservo del país es la de una gigantesca estatua de estilo realista sovietico, levantada en medio del desierto, que representaba a una mujer avanzando con paso firme y decidido, mientras agitaba en uno de sus brazos el velo que acababa de ponerse.


Se llamaba algo así como, no lo recuerdo bien, la liberación de la mujer musulmana, y conmemoraba el decreto por el que se abolía esa prenda.


Han pasado muchos años ya desde ocurriera ese hecho, sucedido antes desde de que yo naciera. Han pasado también muchos años desde que cayera el comunismo, los suficientes para que esté a punto de salir al mundo, a adueñarse de él como suelen hacer todos los jóvenes, una generación para la que ese sistema es casi tan remoto como la batalla de Salamina.


Y empieza también a hacer unos cuantos años, desde que comenzó esta nueva etapa de la historia del mundo, desde que se rompiera el espejismo de esta tierra eternamente en paz, al menos sin posibilidad de un holocausto nuclear, que sucediera al terror permanente de la guerra fría.


Un periodo, este nuevo, de sobresaltos, de pesimismo creciente, donde poco a poco vemos como el mundo se va polarizando, como lentamente, el miedo a la guerra de tiempos de la guerra fría, esa guerra que ániquilaría a la humanidad, va siendo substituido por la posibilidad de la misma, pensada, al estilo de Clausevitz, como continuación de la política por otros medios, como medio de imponer la voluntad de las naciones a otras naciones o de evitar que la impongan, e incluso como único medio de supervivencia nacional, racial o religioso, mediante el exterminio de las otras naciones, las otras razas, las otras religiones.


Una situación parecida a la del equlibrio de potencias de antes de la primera guerra mundial, donde la mejor forma de negociar era hacer como los jugadores de cartas, ir subiendo la apuesta hasta llegar al órdago, y donde romper la baraja, tirar la mesa y liarse a tiros formaba parte de las reglas asumidas del juego. Es más, se suponía que debería de ocurrir inevitablemente.


Y es entonces al ver el estado del mundo, esa especie de camino de autodestrucción en el que parece que nos hemos embarcado inevitablemente, entre cambio climático, destrucción mediambiental, recursos decrecientes, fanatismo político y religioso, eliminación de toda traba moral y sentimental siempre y cuando se consigan los fines propuestos, que me hago esta pregunta.


¿Qué habrá sido de esa estatua de Uzbekistán? ¿Mantendrá su poder omnímodo el autócrata que allí gobierna y se conservará en pie? ¿O habrá tenido que ceder algo ante la reislamización de toda la región, y para evitar que su poder se tambalee habra cedido la estatua?


Y lo que es más importante. Cuando yo estuve allí era rarísimo no ver ya velos, sino simplemente pañuelos, pero no los pañuelos tradicionales, que se llevan por razones estrictamente funcionales, sino esos que se llevan apretados al cuello y a la frente, como símbolo de compromiso religioso y político. ¿Cuál será la situación ahora?


Y es curioso comprobar también como cambia la opinión política de uno a medida que avanza la historia. Porque uno, como mandaba la tradición de la izquierda, esa que buscaba la liberación de la mujer, siempre ha estado y está en contra de esos símbolos, pero al mismo tiempo, se da cuenta de que la persona que menos culpa tiene es la niña a la que obligan a vestirlo en cuanto tiene la menstruación, o la mujer anciana que ha vivido siempre con esa prenda y la considera natural, es más se sentiría desnuda si la llevara.


Porque contra los que hay que combatir son otros, aquellos que utilizan a los inocentes, a los débiles, para avanzar en sus posiciones políticas, para hacer tragar su propio fanatismo disfrazándolo de tolerancia.


¿Pero cómo hacerlo, cómo hacerlo, sin que se le marque a uno como perteneciente al bando contrario, a ese otro fanatismo, que si le dejasen a solas, tomaría las mismas acciones?


Maldita encrucijada, maldita duda, en la que uno se detiene, mientras los que no conocen de eso, siguen avanzando, "con la seguridad de un sonámbulo" que decía un conocido dictador alemán.

martes, 23 de octubre de 2007

Remembering never seen landscapes

Por una de estas casualidades de la vida he estado leyendo, estos últimos días, las dos colecciones de cuentos que componen toda la obra conservada de Bruno Schulz, Tiendas de Canela y Sanatorio bajo el signo de la clépsidra, escritor a quien había descubierto gracias a los cortos de los hermanos Quay, mientras que simultáneamente se abría, en el Círculo de Bellas Artes madrileño, una exposición dedicada a su pintura.




Una exposición que, aparte de su valor, viene a confirmar como toda persona, incluso los genios, no son más que un acumulo de contrastes, no sólo en su personalidad, sino en su propia biografía, porque tenemos a un artista judío, que vive sus últimos años como protegido de un oficial de la Gestapo, porque éste quiere que le pinte un mural, para morir de un disparo en la cabeza, realizado por otro oficial alemán enemigo del primero, que buscaba venganza... sin contar que ese fresco se consideró perdido durante decenios, hasta ser descubierto hace unos cuantos años, restaurado por el gobierno polaco y mutilado por los representantes de un museo israelí, que arrancaron fragmentos del mismo y se los llevaron a Israel.

Un conjunto de contradicciones y paradojas de las que no se libra esta exposición, puesto que el que la vista, al ver la obras allí expuestas, de Schulz y otros artistas, puede llegar a pensar que los cuentos de este autor responden a los mismos criterios que su pintura, es decir, un erotismo basado en la humillación y la crueldad, cuando lo que caracteriza al Schulz escritor, son dos detalles muy típicos de su época, la de los formalismos y modernismos, a saber, el hecho de ser un mago del lenguaje, que nos descubre relaciones, conexiones, contubernios insospechados entre las palabras más normales, y por otra parte, el crear nuevos paisajes imaginarios, ensueños lúcidos que tienen lugar a plena luz del día, y que, aunque radicalmente personales, pueden ser soñados y compartidos por cualquiera.

¿y qué quiero decir con esto? Basta con una pequeña frase de Una segunda caída, cuento que forma parte de Sanatorio bajo el signo de la clépsidra.

Mi padre fue el primero en explicar el carácter derivado y secundario de esa estación tardía, que no es otro que el resultado del envenenamiento de nuestro clima, provocado por las miasmas que exudan los ejemplares degenerados de arte barroco que se amontonan en nuestros museos.

Un lenguaje con la sequedad, la frialdad y la precisión del lenguaje científico, pero que nos habla absurdos, imposibles que parecen ciertos, precisamente por ese rigor con el que están escritos.

O como este prodigio de poesía sacado de Agosto, perteneciente a Las tiendas de canela.

El tiempo de María - el tiempo prisionero en su alma - la había abandonado y - terriblemente real - llenaba la habitación, vociferante e infernal en el brillante silencio de la mañana, elevándose del ruidoso reloj como una nube de mala harina, harina polvorienta, la estúpida harina de los enloquecidos.

donde se observa otra de las constantes de Schulz, un recuerdo del romanticismos distorsionado a la moderna, o como el estado anímico de la persona que habita el mundo de los cuentos del autor polaco, es capaz de influir en la realidad que le rodea, deformarla y malearla, hasta hacer visible, más que eso, tangible, una presencia que puede saltar sobre nosotros y atacarnos.

Algo que a muchos les ha recordado a Kafka, y que debido a que uno escribió su completa antes de 1924 y Schulz lo hiciera a partir de 1936, ha llevado a calificar al polaco de discípulo y seguidor del checo. Opinión que sólo refleja la superficialidad de muchos opinantes, puesto que lo que en Kafka es la visión aterrada de un cuerdo en un mundo de locos (o de aquel que se despierta loco y deja de comprender el mundo) no existe en Schulz. Sus personajes, ninguno de ellos, encuentran extrañeza en el mundo que les rodea, muy al contrario, no es extraño que comiencen a celebrar la belleza de ese su mundo deformado y que consigan hacernos partícipes de ese mismo sentimiento, como muestra este pasaje de El Libro en Sanatorio bajo el signo de la Clépsidra, donde se nos habla de un libro de los libros, mágico y maravilloso.

En realidad, hay muchos Libros. El Libro es un mito en el que creemos cuando somos jóvenes, pero que dejamos de tomarnos en serio a medida que envejecemos.

Sin que, esa celebración y descubrimiento del mundo, signifique que existe una meta al final, llamémosla paraíso o salvación.

Ella nunca le había amado y puesto que Padre nunca había echado raíces en el corazón de una mujer, no pudo entrar en ninguna realidad y fue por tanto condenado a flotar eternamente en la periferia de la vida, en regiones medio reales, en los márgenes de la existencia.

Y es aquí, cuando descubrimos que las paradojas y contradicciones que habíamos creído ver entre su literatura y su pintura no existían en realidad, y que todo confluye en el mismo punto.

viernes, 19 de octubre de 2007

The well tempered flashback

Uno de los problemas fundamentales en eso tan dificil de definir que es el cine, es el de sí los flashbacks son un recurso válido, y, si lo son, como debe utilizarse, cuestión en la que una serie tan sorpredente como Oh! Edo Rocket!, otra de las joyas desconocidas de la temporada nos da una lección de auténtico maestro.

Ya que nos enseña que lo primero hay que buscar una situación en la que los protagonistas/causantes del flashback puedan encontrarse a solas...



..preferentemente al lado de un río, para a continuación echar el anzuelo por ver si pica algo...



...confiar en que se acabe pescando un televisor...


...para encenderlo...


...y comentar en buena compañía las peripecias del episodio de la semana pasada...

..un ejemplo que, como digo, debería servir para acallar cualquier duda que se tuviera sobre como utilizar un flashback...

miércoles, 17 de octubre de 2007

boundless landscapes (y 2)

Había señalado, siguiendo la estela de la exposición que comentaba en la entrada anterior, la igualdad estética e ideológica, de estas acuarelas de Turner.







y estos óleos de Nolde.




pero, como suele ser habitual y casi inevitable, en estas generalizaciones apresuradas que constituyen la esencia de un blog, estaba diciendo medias verdades.

Porque, a pesar de su igualdad a nuestros ojos, para el artista y para los espectadores de las épocas respecivas, primeros del XIX en el caso de Turner y primeros del XX para Nolde, la importancia y la valoración de ambas era muy distinta.

Entiéndase muy bien, antes que nada, que intentó decir con "importancia" y "valoración". Sin darnos cuenta, todos clasificamos los objetos artísticos en "mayores" y "menores". Productos que pueden ser mostrados al público, y productos que no deben serlo, simplemente una etapa en la gestación de ese otro producto y válidos sólo por eso.

Cosas Inacabadas e incompletas, por decirlo sencillamente.

Asímismo tenemos una impresión de lo que es normal y de lo que es revolucionario, de lo que es ser atrevido y de lo que es ser retraído. Algo que, dependiendo de nuestros fundamentos estéticos, puede ser tanto bueno como malo.

Porque el caso es que las acuarelas de Turner no estaban pensadas para ser mostradas al público, eran simplemente estudios, esbozos que deberían dar a obras completamente terminadas y que, además, dado el método de trabajo de Turner, se correspondían con la fase inicial de sus cuadros, en lo que empezaba trazando una serie de manchas vagas, para luego, como dicen los contemporáneos, ir sacando de ellas los objetos y los contornos, hasta hacerlos visibles.

Unos contemporáneos que no verían nada de radical ni de vangüardista ni de revolucionario, en estas acuarelas, puesto que para ellos (y quién sabe si para Turner) no eran más que pasos intermedios, borrones, que se decía entonces, abandonados en el camino hacia una obra definitiva y que, por tanto, no eran motivo de escándolo, aunque sí lo fuera el método de trabajo de Turner, contrario al de sus contemporáenos.

Un escándalo que sí vieron los contemporáneos en las obras de Nolde (incluso en 1933 Hitler las incluiría en el arte degenerado, aun cuando Nolde simpatizaba con el movimiento nazi), puesto que para Nolde, éstas si son obras acabadas, obras destinadas a la exposición, y sobre todo a la venta, lo cual enrabietaba mucho a los que no veían que por esa basura, por esos esbozos propios de un infante, se pudiera pagar dinero.

Sin embargo, para nosotros, los descendientes de tantas revoluciones artística, de tantos ismos y movimientos, ambas obras nos parecen iguales, acabadas y completas, independientemente de lo que pensasen en su tiempo creadores y espectadores.

Simplemente bellas, en definitiva.

Más aún, evocadoras de un cierto estado de ánimo, de un sentir común que cruza los siglos, y que por tanto, es susceptible de ser reinterpretado, recreado, en un futuro lejano.

Para conseguir como digo yo, repetir lo mismo de forma distinta.

lunes, 15 de octubre de 2007

Boundless lanscapes

Lo bello en la naturaleza se refiere a la forma del objeto... Lo sublime, en cambio, puede encontrarse en un objeto sin forma, en cuanto en él, u ocasionada por él, es representada la ausencia de límites.

Immanuel Kant, Crítica del Juicio

Un cuadro de Caspar David Friedrich no caduca, lo que caduca son sólo algunas circunstancias que dieron lugar a su creación, por ejemplo, determinadas ideologías. Por lo demás, cuando el cuadro es bueno nos interpela por encima de las ideologías como un arte que hay que defender (contemplar, exhibir o hacer) con algún esfuerzo. Por tanto, también "hoy en día" es posible pintar como Caspar David Friedrich.

de una carta de Gerhard Richter a Friedrich Amman, 1973


He señalado ya, en varias ocasiones, como no suele coincidir el concepto de calidad y publicidad, cuando se trata de juzgar las exposiciones de la temporada. Así ocurrido este año, puesto que mientras se están anunciando a bombo y platillo la exposición/reapertura del Prado (y ya comentaré a su debido momento mis dudas sobre el asunto), y la Durero/Cranach de la Thyssen, apenas se ha dicho una palabra sobre la exposición de Friedrich a Rothko, del paisaje romántico al expresionismo abstracto, que se puede visitar en la sede madrileña de la Fundación Juan March


Una exposición que para mí, es quizás la mejor de este temporada (septiembre-septiembre).


En primer lugar, por tratarse de una exposición de tesis, en la que se intenta demostrar una teoría sobre la historia del arte mediante la reunión de un conjunto escogido de obras. Un objetivo en el que cumple plenamente las expectativas que pudiera uno formarse simplemente por leer el título.


Me explico. Hace tiempo que vi en la Thyssen, una exposición llamada El renacimiento Mediterráneo. Con ese título, y dada la educación que se le supone al visitante habitual, se podría pensar en una exposición que mostrase la difusión y acogida (o rechazo) del renacimiento en el Mediterráneo y en los siglos XIV y XV. Sin embargo, la exposición no trataba de eso. Ni siquiera intentaba mostrar lo que pudieran haber sido otros posibles focos renacentistas, independientes del italiano, como fuera el contemporáneo de los países bajos. No. El título correcto de la exposición, por nombrarla de forma larga sería algo como, el arte en el resto del mundo mediterráneo occidental en la época (ss. XIV-XV) de la génesis del arte renacentista.


Pero claro, a ver quien es el que consigue atraer a algún visitante con ese título.


En este caso, el título y el concepto, y sobre todo el contenido, están perfectamente ajustados. El objetivo de la exposición como puede deducirse fácilmente, es demostrar como la abstracción americana de postguerra (el expresionismo abstracto) estaba fuertemente enraizado en el paisaje romántico nórdico, y como ese sentimiento del paisaje en el siglo XIX, fuertemente místico y abstracto, se refleja en la abstracción abstracta, hermética y , de los americanos del XX, en el sentido de que ambas modos de representación artística no se detienen en simplemente representar (o no) algo en el lienzo, sino que buscan ir más allá, es decir convertir lo que se ve en el lienzo un símbolo que haga referencia a algo distinto, irrepresentable y superior.


Por supuesto esta tesis no es nueva. Mejor dicho, es lo bastante antigua (de los años 70 del siglo XX) como para que su contenido se haya filtrado por toda la literatura artística y no resulte sorprendente para nadie. Es decir, que a nadie se le ocurriría ahora mismo proponer una historia lineal del arte occidental reciente, en el sentido en que todo el arte del pasado era un preludio del impresionismo (qué hacer con Caravaggio y Poussin que no cuadran), y el arte que le siguió un desarrollo de sus ideas (con el problema de qué hacer con el surrealismo, que es antimpresionista), sino que la visión es la de una trama en la que diferentes hilos confluyen para dar lugar a un estilo y luego se dividen en otros varios.


Un historia en la que no hay un solo centro artístico y una sola narrativa, sino muchos centros y muchas narrativas, dependiendo del punto de vista que se adopte, y donde parte del interés consiste precisamente en descubrir esos fenómenos que se habían pasado por alto, como era el caso de los simbolistas de finales del XIX, aplastados por la explosión impresionista, pero fundamentales para entender el surrealismo.


Y aquí entra el segundo factor que hace de esta exposición una exposición fundamental. En ella se visitan dos fenómenos artísticos aparentemente contrarios, por un lado,, el paisaje romántico, que se propone una representación cabal de la realidad y al mismo tiempo es una alegoría de las creencias cristianas, por otro lado, el expresionismo abstracto, que no se propone representar la realidad y cuya experiencia religiosa es más heterodoxa y adoctrinaria. Si se pretende unirlos es necesario emprender un doble viaje, uno que recorra la historia de la pintura entre las dos fechas, demostrando como existió un espíritu común, un deseo de hacer las cosas de cierta manera, que nunca se perdió, y otro que demuestre que ese espíritu sigue aún viviendo.


Así, aparte de mostrarnos el paisaje romántico alemán en sus ejemplos paradigmáticos, como sería el caso de Friedrich y Runge, nos muestra sus homólogos ingleses, Turner y Constable, y la pléyade de pintores americanos que transplantaron ese sentimiento al otro lado del atlántico, para, a continuación, señalarnos como la vanguardia más combativa, Nolde, Munch, Kandinski, Mondrian, siguió creando obras que no hacían más que repetir ese mismo espíritu místico y sublime, sólo que con técnicas completamente distintas, algo, ese utilizar ideas antiguas, rancias y demodé, con técnicas vanguardistas y ultramodernas, que es también el ethos de pintores de ayer mismo.


Pintores alemanes, como no podría ser de otra manera.


Pero todo esto no pasaría de ser un ejercicio de estilo, mejor dicho, un despliegue de erudición vacua, si no se hubiera conseguido, al mismo tiempo que la obras exhibidas fueran de primera fila.


Por decirlo, de otra manera, que si la exposición funciona, es porque la impresión que nos produce la contemplación de las impresionantes acuarelas de Turner de primeros del XIX



es amplificada por los no menos impresionantes lienzos de Nolde de primeros del XX



y eso, la emoción que ambas expresiones artísticas nos producen, las que nos hace darnos cuenta de que estética e ideológicamente no hay casi diferencia alguna.

O dicho de otra manera, que no hay evolución en el arte, sino que la modificación de las técnicas lo que permite es representar las mismas cosas de maneras distintas.

(y debería volver sobre esta idea que a muchos les sonará a blasfemia o herejía)

domingo, 7 de octubre de 2007

Show courage

Estaba uno viendo Loveless, una serie extraña, por sus fondos de acuarela y sus colores aguados y desvaídos. Una serie la presencia de orejas animales en la cabeza de un protagonista, o mejor, la ausencia de ese rasgo visible indica que se ha atravesado uno de esos ritos de paso imprescindibles para la maduración personal.







y sin saber porqué, al ver estas escenas, he venido a acordarme de cierta melodía del Carmina Burana, que venía a decir


Exit diluculo
rustica puella
cum grege, cum baculo
cum lana novella.

Sunt in grege parvulo
ovis et asella
vitula cum vitulo
caper et capella

Conspexit in cespite
scolarem sedere
"Quid tu facis, domine?
veni mecum ludere"

o traducido

Salía al amanecer
una niña campesina
con el rebaño, con el báculo
con lana nueva.

Había en su pequeño rebaño
una oveja y un burro
una vaca y un toro
un chivo y una cabra

Vio a un estudiante
sentado en la hierba
"¿Que hacéis, señor?
Venid a jugar conmigo"

jueves, 4 de octubre de 2007

Accross the wide world (y 3)

Muy frecuentemente tenemos la percepción de que el Oriente es inmutable y eterno. Estaba ya antes de la ascensión de Occidente y nunca ha cambiado ni cambiara, a pesar de nuestras interferencias e intromisiones.


Una percepción que es compartida tanto por Colonialistas como por lo que yo llamo Colonialistas inversos. Dos corrientes que, aunque opuestas hasta el extremo de parecer que sólo se dedican a vociferarse la una a la otra, parten de un mismo error teórico. Considerar que hay una oposición/diferencia clara entre Oriente y Occidente. O mejor dicho que hay un único Oriente, caracterizado por una serie de rasgos únicos y comunes, que se definidos por ser los contrarios de los Occidentales.


Dos corrientes cuya única diferencia está en que unos consideran a éstos rasos distintivos como peores que los occidentales, y que por tanto deben ser substituidos por los de la auténtica civilización, mientras que los otros los consideran mejores, y por tanto, algo de lo que debiéramos aprender, cuanto antes mejor.


Posturas que me parecen equivocadas, por no decir cosas peores, pues, al examinar la historia, yo no veo una única civilización, sino muchas, en competencia constante las unas con las otras, enfrentadas todas a los mismos problemas existenciales, repitiendo una y otra vez los mismos errores, alcanzando una y otra vez las mismas cumbres. Adoptando, según sea el tiempo histórico, el papel de víctima o el de verdugo, el de opresor o el de oprimido.


O lo que es lo mismo, culturas dispares que comparten la misma naturaleza humana, esa que nos hace a todos contradicciones andantes, ángeles y demonios encerrados en un único cuerpo.


Y para demostrarlo, basta un viaje a Uzbekistan, como el que hice en el año 2000. Un país que nos parece Musulmán, y en el que el Islam está tan patente que parece haberlo sido desde el inicio de los tiempos. Un ejemplo, por tanto, de ese Oriente eterno e inmutable.


Sin embargo, en cuanto se rasca un poco se descubre que no fue así. La mayoría de los edificios esos que nos parecen haber cruzado las épocas sin haber cambiados, son relativamente recientes, construidos en los siglos XVIII y XIX, contemporáneos de esas épocas en que el progreso, encarnado en la ciencia y la técnica, estaba siendo creado en Occidente.


Es un contraste realmente brutal. En nuestra Europa ultramoderna, que parece haber dejado atrás todo el pasado, haberse desprendido de él como lo hace uno de las cosas que son inútiles, no es raro encontrar edificios medievales, incluso del siglo XI, aún en uso, y meticulosamente cuidados y restaurados, o incluso, aunque ya reducidos a ruinas, los edificios de la antigüedad romana, que hasta ayer mismo se consideraban el Kanon con el que debían medirse las artes.


Nada de esto ocurre allí. De los nombres míticos, de Gengis Jan y Tamerlan, de las construcciones con que ellos y sus sucesores adornaron sus imperios, apenas queda nada, y lo que queda está reducido a escombros o desvirtuado por apresuradas restauraciones modernas, que buscan dar vida a un pasado muerto. Un olvido y una desvirtuación, que tiene un doble origen, el extraño y contradictorio olvido que sobre su pasado muestra una religión tan basada en un momento histórico, el tiempo de Mahoma y la revelación, mientras que por otra, se debe a la Dammatio Memoriae que cada conquistador de Asia Central ha aplicado sobre lo reinos y gobernantes que les han precedido.


Algo que muestra sin lugar a dudas el Minarete de Bujara, el único edificio que queda anterior al siglo XII (excepto otro que se salvó por estar cubierto por toneladas de tierra), puesto que el resto fueron mandados destruir por Gengis Jan cuando tomo, saqueó y arrasó la ciudad, exterminando a su población por supuesto. Un destino del que Bujara se recuperaría, pero al que Merv perecería.


Hay algo más, sin embargo. EL hecho de que el Islám no se asentó en un vacío histórico y humano, sino que lo hizo sobre tierras y pueblos ya existentes. Un destino, el del triunfo musulmán que no estaba prefijado, que habría de costar muchos siglos y que cambiaría el destino de esa religión... y que podría haber tomado otros derroteros completamente distinto, por ejemplo si en el 750 los ejércitos de la dinastía Tang hubieran triunfado en el río Talas.


Porque se nos olvida de que, antes de que la ruta de la seda sirviera de correa de transmisión para el Islam, de Mesopotamia a las puertas de China, ya había servido para propagar el budismo de India a China, y antes que ella, había servido de vía de entrada a los ejércitos de Alejandro y al Helenismo que propagaban.


Un sincretismo cultural que dio lugar a mezclas como que en Bactra, en el actual Afganistan ( si en otro país donde el Islam parece constituir su esencia, y los talibanes sus más altos exponentes) un rey descendiente de los conquistadores griegos, llamado Menandro, celebrase el concilio donde se produciría la división del budismo entre las ramas Mahayana (China, Mongolia, Nepal, Corea, Japón) y Teravada (Birmania, Tailandia, Camboya). O que fuera también allí donde se crease el arte grecobactrio, donde el buda se representa como un rey helénico y ese modelo, conveniente adaptado, se propagase a toda Asia.


Una situación como la que muestran la pinturas encontradas en el alto Tell en el que se haya enterrada la ciudad vieja de Samarcanda, sólo excavable parcialmente, pues gran parte de ella es un cementerio musulmán. Unas pinturas que se salvaron porque los conquistadores que siguieron a la primera ola árabe, decidieron fundar una ciudad nueva un poco más allí, y porque el musulmán que se quedó con la casa donde se encontraron, decidió que para cumplir el tabú religioso, le bastaba con picar los ojos de las figuras, y no con raspar toda la pared.


Unos frescos donde se cruzan y representan todas las leyendas, todas las culturas de Eurasia.

martes, 2 de octubre de 2007

Millions of colours

Antes de comenzar esta entrada, quería señalar con que frecuencia las malas noticias vienen solas.

El caso es que la semana pasada saltó la noticia de que Geneon USA, una de las mayores distribuidoras de anime en zona 1, cerraba sus puertas. Esta empresa se había ganado el aprecio de los auténticos aficionados por el hecho de traer todo tipo de series, especialmente aquellas que no se correspondían al perfil medio que se le supone al espectador de anime en occidente (adolescente interesado en las peleas eternas y la representación del sexo más simplona y primaria).

Geneon se había convertido, como digo, por méritos propios en la gran esperanza y la niña bonita de los aficionados. Cada vez que una serie de auténtica calidad, o simplemente una de esas que no se ajustaba al perfil, era emitida por la televisión japonesa, podía tenerse la seguridad de que Geneon acabaría por licenciarla, como bien demuestra una revisión del amplísimo catálogo de esa empresa.

Ahora, sin embargo, no queda quien se atreva a arriesgarse. Una empresa que busque demostrar que el anime es algo más que Dragon Ball, Naruto o One Piece, y que cree así un público más consciente y crítico. Por supuesto, esto tiene algo de bola de nieve, sí no hay quien consuma anime un poco diferente, ergo, si las empresas no reciben dinero por hacer esas cosas nuevas, evidentemente no se tomarán las molestias y tirarán por los caminos trillados.

Ergo, la disyuntiva de siempre, sin un público no se crean esas obras, y sin esas obras no se crea un público.

Pero ¿Quién ha tenido la culpa de la caída de Geneon USA? Es muy fácil echar la culpa a los ejecutivos de la casa madre japonesa. Al fin y al cabo, si han obrado así, no ha sido sino para cortar gasto. En efecto, a pesar de su variado catálogo y de sus cuidadas ediciones, lo cierto es que las ventas de Geneon USA eran mucho menores de lo que correspondía a la cifra de series que ofrecía.

Lo que quiere decir que los consumidores de anime, fuera del núcleo duro de aficionados, no estaban respondiendo. Es decir, que en vez de apoyar con su dinero a los que estaban haciendo algo distinto han preferido tirar por lo de siempre, haciendo que se vaya al traste una oportunidad de oro, y dejando tocado al mercado del anime y quizás a su evolución estética (y esto sin haber traido a colación el tema de los fansubs, o mejor dicho, el uso que algunos hacen de ellos, es decir disfrutar de lo que nos gusta sin dar una peseta a los que crean esos productos... algo que no deja de evidenciar cierto desprecio hacia esas personas)

Pero volviendo a lo que debería ser el tema de esta entrada. El caso es que aquí y allí, en una series más claramente que en otras, se puede apreciar las cumbres a las que podría llegar el anime. En ese sentido, una serie como Touka Gettan, de la que ya he hablado en otras ocasiones, es ejemplar.

No porque vaya a pasar a la historia, ni porque vaya a suponer un antes y un después en la historia del anime. Hace ya muchos episodios que la trama se desenredo y perdió, y si la sigo viendo es por los inesperados detalles de presentación y tratamiento, como fuera la representación teatral que llenó el episodio 19 o estas escenas del episodio 21, mostradas en blanco y negro, pero donde las diferentes telas que se van mostrando aparecen en color, como puede verse.







Y lo importante no es este contraste entre monocromía/color completo que hemos visto en tantas otras producciones. Lo realmente importante es que se pierda tanto tiempo en mostrar simplemente esas telas ricamente decoradas y teñidas cada una de un color único, como si se nos quisiera señalar que no estamos viendo el mundo tal y como él, que nos estamos perdiendo, hora tras hora, día tras día, lo más importante, la mayor parte del goce que supone estar vivo.

Una impresión aumentada por el tratamiento, puesto que si al principio el foco está en la persona que va mostrando una a una las diferentes telas, enseguida la deja fuera y se centra directamente en cada uno de los diseños, llenando la pantalla con ellos, permitiendo que los disfrutemos a gusto, tanto en sus parecidos como en sus diferencias.















Un modo de ver, de sentir y de vivir, que parece obligarnos a recordar el auténtico significado de la palabra sensualidad. O dicho de otra manera, que vivir en este moderno significa hacerlo todo deprisa y corriendo, consumir una etapa tras otra, anticipando la siguiente, sin apenas saborearlas, cuando lo que deberíamos hacer es aquietarnos, dejar decantarse el momento, descubrirlo y saborearlo en toda su extensión, el placer que se esconde y anida hasta en los menores gestos cotidianos.







Y claro, esta es una de esas series que Geneon USA podría haber traído a Occidente, pero que ya no lo hará, por razones obvias.