sábado, 29 de septiembre de 2007

Enlightment

Poco a poco, según ha entrado el otoño, la temporada de exposiciones madrileña ha ido animándose. Entre las futuras que parecen interesantes, y que no tienen que coincidir con los museos más famosas, se encuentran la dedicada a los etruscos en el Museo Arqueológico Nacional y la de Bruno Schulz en el Círculo de Bellas Artes.

Una de las más raras, extrañas o curiosas, es la de que hay en el Centro de la Villa, de título Dios(es): modo de empleo, y que como puede suponerse se dedica al estudio del hecho religioso, como se decía en mis tiempos.

Una exposición que me ha dejado una impresión extraña, como que algo no cuadraba, hasta que hace unas horas me he dado cuenta de lo que no acababa de gustarme.

Como sabrán los habituales de este blog, weblog o como quiera que se llama, no es la primera vez que declaro mis convicciones religiosas, ergo, que no tengo ninguno y que son bastante ateo. Sólo que no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso. La idea de que la vida se acaba con la muerte no me parece algo de lo que haya que alegrarse, más bien me produce un profundo horror, un terror primordial que paraliza mi mente y mi entendimiento. El problema es que no veo prueba alguna de que existan esos dioses que prometen las religiones, ni por supuesto, de una posible supervivencia, más bien al contrario, todo me parece que apunta hacia la inexistencia de esos seres sobrenaturales y nuestra desaparición completa.

Sin embargo, y aquí aparece otra contradicción, creo que entiendo perfectamente eso que he llamado el hecho religioso. Mejor dicho, entiendo perfectamente la necesidad que tenemos de creer. Al fin y al cabo, yo también fue un creyente, hasta tal punto que aún recuerdo versículos completos de la biblia e incluso llegan a emocionarme profundamente, como todas las cosas aprendidas durante la infancia y que llegan a ser indistinguibles de uno mismo, de lo que es, de lo que se fue y de lo que será.

Porque eso es precisamente lo que te ofrece la religión, lo que nos hace apegarnos a ella, a pesar de que todas las pruebas muestran su falsedad. Una fe te ofrece una razón, un motivo por el que estar aquí y por el que estar viviendo. Una seguridad de que tus acciones servirán para algo, de que no estás solo y abandonado en este mundo, de que simplemente, todo tiene sentido, y que no eres un accidente del tiempo, olvidado para siempre, peor aún, nunca conocido.

Precisamente de ahí, de esa consciencia de lo que es y lo que representa la religión, de las razones que me llevarían a creer, y que quizás lo hagan cuando sea anciano y vea la muerte cerca, es lo que provoca mi insatisfacción con esta exposición.

En sí, el enfoque no es malo, puesto que es una visión antropológica, en el sentido, de que, a pesar de lo diferentes que nos puedan parecer las religiones, todas intentan resolver los mismos problemas humanos básicos, diferenciándose solamente en la soluciones aportadas y en como se plasma. De esta manera, la comparación de las religiones, sirve para descubrir esa humanidad compartida entre todos nosotros, lo que podríamos llamar las características de nuestra especie.

Sin embargo, el conocimiento que un visitante de esta exposición pueda llevarse a casa de las diferentes religiones del mundo es mínimo, superficial, puesto que en cierta manera, lo que se muestra parece más un parque temático religioso, y no un análisis de la fuerza, la potencia, la visceralidad que ellas tienen sobre nuestra especie, hasta el extremo de llevarnos a destruir a aquellos que no comparten nuestras creencias.

Una visión apresurada y superficial, de parque de atracciones, que se plasma en increíbles generalizaciones, como es el caso de la primera sala en que unos vídeos intentan mostrarnos lo que piensa un fiel de cada religión, su alma en definitiva.... sin contar con que dentro de cada religión, cada individuo lo ve de forma distinta, e incluso de formas contradictorias, unas moderadas, otras fanáticas, unas más desapegadas, otras más comprometidas, con lo que, bordeando el sofisma, se nos hace pasar la parte por el todo.

Por poner un ejemplo, no puedo estar más lejos de las opiniones del ateo que se nos pone como ejemplo. Para él, el hecho de que no hay otra vida, le lleva a aprovechar esta al máximo (un concepto que es extremadamente vago, por cierto), para mí la certeza de mi desaparición, me lleva a pensar que todos los caminos son válidos, puestos que todos confluyen en el mismo destino, ergo, la fosa.

Pero todo esto sería soportable. Al fin y al cabo, toda visión sobre un tema complejo, tiene que ser forzosamente parcial, debe entenderse como una acicate que nos lleve a aprender más. El problema está, como digo, en el tono de parque temático, de explicación destinada a niños que no saben nada y a los que hay que darles todo mascado.

Una visión donde no hay nada que nos muestre la gloria y el éxtasis que puede aportar una religión, ni la abyección y degradación que tan a menudo les acompaña. Una presentación plana y sin nervio, donde ni se plantean preguntas, ni se dan respuestas.

Una simplificación ad usum delfini, que poco tiene que ver con la situación actual de este mundo

jueves, 27 de septiembre de 2007

Civil Wars

In the resulting torrents of books, television documentaries and public events, the Spanish Civil War is refought as a war of words

Paul Preston, the Spanish Civil War

Like other commander and senior officers, Colonel Casado thought that there might be a better chance of professional army officers obtaining better terms for surrender than a regime controlled by Negrin and the communists. He was not one of those who hope to save their lives, or perhaps also their professional careers, through a last minute betrayal. But he was naive to believe that their military links and a record of anticommunism would sway Franco. The last thing Franco wanted was for anyone else to be in the position of claiming that they have saved Spain from communism.

Antony Beevor, The Battle For Spain.

En estos últimos meses he estado leyendo varias historias sobre la república y la guerra civil, en concreto, la escrita por Julian Casanova para la Historia de España editada por la editorial crítica, junto con con las que cito arriba, de Preston y Beevor.


Lo primero, lo justo que es la frase de Preston, como 70 años más tarde, la guerra civil se sigue librando, no ya en los campos de batalla, sino sobre el papel. O lo que es lo mismo, como no hay una versión común que sea popularmente aceptada por todos, excepto por algunos revisionistas, como podría ser el relato de la segunda guerra mundial, sino que se sigue narrando de acuerdo con la ideología de cada uno, casi repitiendo los términos dictados por la propaganda de cada uno. De manera que aceptar que tal matanza existió, o que tal personaje mintió, o que tal otro era el títere de tal partido, o que parte de la culpa pudiera residir en cuales, parece una rendición ante el enemigo, algo, que no puede tolerarse en una guerra a muerte, aunque sea como digo de papel.


He hablado, con toda intención, de una versión común que sea popularmente aceptada por todos. Si nos movemos al ámbito académico (y por ámbito académico no hablo de Pio Moa o César Vidal, que no pasan de ser unos avispados panfletistas), si que parece haber una cierta unidad o al menos coincidencia de criterios. Notable es la coincidencia, por ejemplo en señalar las atrocidades cometidas por el bando nacional, como resultado de una política establecida desde arriba y continuada durante toda la guerra, mientras que la restauración de las instituciones repúblicanas, tras el caos de los primeros meses, permitió que los actos descontrolados, las represalías indiscriminadas contra el bando contrario fueran desapareciendo.


Esta unicidad, sin embargo, no implica que no haya debate. Los años de lucha política, hasta hoy mismo, han provocado que mucho de lo dicho y escrito, pueda considerarse como propaganda partídista, intentando hacer caer la responsabilidad en el otro, o un intento de exculpación personal. Una maraña de la cual, como podría esperarse , sólo la investigación documental, el peinar una y otra vez los archivos, puede ofrecer una salida. En ese sentido, la apertura de los archivos de la antigua URSS ha sido crucial para desmontar ciertos mitos, por ejemplo, la famosa cuestión del oro de Moscú.


Sin embargo, como digo, quedan aún muchos puntos de debate. Un debate que muchas veces es sobre cuestiónes, por así decirlo de grado, no sobre si ocurrieron o no. Un ejemplo sería la valoración de la figura de Negrín, al que la propaganda nacional teñía de títere de los comunistas, y sobre la que aún no se puede decir la última palabra, o mejor dicho, donde cada estudioso nos revela a un Negrín distinto, desde el que retrata Preston, que intenta liberarse de los comunistas para restaurar la república del 36, al que retrata Beevor, que los utiliza para crear un régimen autoritario personal. Sin contar, por otra parte, las discrepancias sobre el auténtico poder e influencia de un partido comunista que, como todos sus homónimos de la época, seguía a rajatabla las consignas de Stalin, y buscaba fagocitar o destruir al resto de formaciones de izquierda, hasta quedar sólo él.


Pero, ligado a esto, hay otro punto, aún más doloroso, al menos para mí, y que señala muy bien el texto de Beevor. Si entre los herederos del bando nacional, hay una coincidencia en defender el alzamiento, la figura de Franco y su sistema, a pesar de las diferencias entre los diferentes corrientes, entre los herederos del bando republicano se refleja la guerra civil dentro de la guerra civil que enfrentara principalmente a anarquistas y comunistas. Un conflicito y que al final devoraría a ambos grupos y a la república, y que impidé evaluar las virtudes y vicios de ambos movimientos a menos que se quiera ser atacado por uno de ellos, como demostró la violenta reacción con que se acogiera Tierra y Libertad de Loach, claramente proanarquista y antiestalinista, y que llevó incluso a rodar Libertarias, para defender en el celuloide las tesis comunistas.


Un encastillarse en sus propias decisiones, que llevaría al absurdo de los últimos meses de la guerra, con el ejército de la república rebelándose contra el gobierno de la república. Un estado de cosas en el que nadie tenía razón, pues, al contrario de lo que pretendía Negrín, la resistencia era imposible y no llevaría más que a una matanza inútil, mientras que, al contrario de lo que pensaban Besteiro y Casado, Franco nunca toleraría un compromiso que permitiese una rendición honorable de las fuerza repúblicanas.


Una situación sin salida, donde un camino llevaría a una matanza inutil y el otro no lograría salvar a todos aquellos condenados por el espíritu de revancha de los ganadores.

martes, 25 de septiembre de 2007

Optical Problems

Hace ya unos años cuando se produjo la matanza en el Instituto Columbine, las cadenas de televisión se apresuraron a cancelar la emisión de los episodios finales de la tercera temporada de Buffy, The Vampire Slayer, porque en ellos se mostraba como uno de los alumnos, solitiario y reservardo, un raro, vamos, planeaba vengarse de sus compañeros disparando contra ellos desde un campanario.

Una decisión comprensible, pero cuanto menos curiosoa, puesto que el digamos, tema, del episodio es que nadie tiene derecho a comportarse así, por mucho que sufra, o mejor dicho, que la salida a tus problemas no está en la violencia, sino en superarlos.

En concreto, venciéndote a tí mismo, tu único enemigo.

Hace unos días, la semana pasada, una adolescente japonesa, ha asesinado a su padre a hachazos. Como podían esperarse, la joven era aficionada al manga y al anime, en concreto a una serie llamada Higurashi no naku koro ni, donde, en cierto momento, uno de los personajes asesina a su tío y a la amante de éste, por el mismo procedimiento.

De resultas de este suceso, la emisión de ambas series ha sido suspendida sine die y se especula incluso con su posible cancelación.

No se puede negar que la serie es particularmente gráfica en su representación de la violencia, como bien muestra este vídeo



Pero hay que señalar también que el tema de la serie es justamente el mismo que el de Buffy, mostrar, demostrar, podría decirse, que la violencia no soluciona nada, y que la única salida a los problemas es precisamente, el escaparse por el propio esfuerzo de la cárcel de soledad y mentiras que uno mismo se ha construido.

Pero la situación que describo, la suspensión de ambas series, sería perfectamente comprensible, humano. El respeto que se debe a las personas que han sufrido esa situación y el miedo a herir la sensibilidad de la gente en unos momentos difíciles.

Sería perfectamente comprensible si no fuera porque uno no recuerda que estas imágenes

provocaran la suspensión de serie alguna, incluso cuando la susodicha serie sí justificaba que se cometiesen esos actos.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Buried Treasures


Tras el breve descanso de verano, vuelve a animarse la temporada de exposiciones madrileñas, y como siempre uno tiene la impresión de que las mejores no son aquellas que salen en todos los medios como imprescindibles u ocasiones únicas (uno está temiendo la de inauguración de la ampliación del Prado, que por lo leído no es sino los cuadros del casón en otras salas, ergo, que la penuria de espacio del museo sigue sin solucionarse), sino aquellas mínimas y de escasa publicidad.

En este apartado, las presentadas en el antiguo cuartel del Conde Duque no suelen defraudar. Y esta exposición, dedicada a las antiguas ciudades de Pompeya y Herculano, no ha sido la excepción.

No pretendo glosar aquí la importancia de ambas ciudades. Bastante famosas son, hasta el extremo de haberse convertido en mitos, en esos lugares de los que todo el mundo ha oído hablar y que todo el mundo conoce casi al dedillo, aunque nunca haya estado allí.

No, lo primero que pensé al ver esa exposición es algo que también es archiconocido, como el hecho de que ambas ciudades constituyan una inmensa cápsula temporal, congelada en ese día del año 79, ha cambiado completamente nuestra percepción de la Roma Imperial, liberándola de la siempre sesgada narración literaria que nos ofrecen las fuentes.

Para darse cuenta de la importancia de Pompeya en la historia de la investigación del Imperio romano, en partícula, y de la Arqueología en general, basta con reparar en el shock que las excavaciones supusieron en la sociedad mojigata y puritana del siglo XIX, eso que los ingleses llaman la época victoriana. Enfrentados a la vida cotidiana de una ciudad de provincias, con sus burdeles, su propaganda electoral, sus graffitis soeces y burlones, y sobre todo, a una concepción más visible, por decir algo, de la sexualidad humana, un ambiente donde la representación del falo se consideraba portador de buena fortuna y donde los dormitorios de las casas pudientes estaban decorados con escenas eróticas, la sociedad de aquel tiempo reaccionó negando la mayor.

En otras palabras, no lo tomó como un ejemplo de lo que era la cultura grecolatina, la clásica que constituía su modelo, sino como un ejemplo de su decadencia, de un estado que anunciaba su pronta caída y que justificaba, por tanto, la ascensión del cristianismo superior a ellos en un plano moral (un modo de pensamiento que no es muy distinto del de los radicales islámicos, que se también se consideran superiores a la decadente sociedad occidental). Una respuesta similar a la del crítico Ruskin, enamorado de la belleza ideal de las estatuas de mármol, y que, al ver desnuda a su mujer, no pudo consumar el matrimonio, del asco que le dió comprobar que las estatuas no tienen vello púbico.

Pero tan importante como este encuentro con la Roma real, la habitada por personas de carne y hueso, tan diferente la escrita, habitada por modelos e ideales, fue la triste constatación de todo aquello que, en términos de arte, nos había robado el tiempo, especialmente en lo referido a pintura.

En ese tema, los escritores antiguos, ya nos habían dejado vívidas descripciones del nivel alcanzado por griegos y romanos. Unas descripciones que nos hablaban de un realismo ilusionista de proporciones casi míticas, capaz de engañar al ojo y hacerse pasar por la propia realidad. Algo casi increíble, y que para un pintor del renacimiento o del barroco, de aquellos que estaban recreando la pintura (y sería a mediados del XVII cuando la pintura figurativa alcanzase su perfección, el punto donde se detiene la evolución de un estilo y a partir del cual no queda sino inventarse otro nuevo) debía sonarle simplemente a ideal estético, a algo que le sirviera de guía, de ideal, pero que no podría alcanzarse nunca, ni lo había sido en el pasado.

Sin embargo, cuando se desenterraron los frescos de esta ciudad, quedó claro que los escritores antiguos no habían exagerado en lo más mínimos, más si se tiene en cuenta de que Pompeya era una ciudad provinciana, a la cual sólo acudirían los artistas de segunda y de tercera. Razón por la que asusta imaginar lo que podría hacer un artista de primera clase en la capital del imperio, es decir, alguien que contase con el talento apropiado, junto a los materiales y el tiempo que le permitiesen utilizarlo al máximo.

Asusta, es cierto. En eso pensaba yo al contemplar el fresco de Aquiles y su maestro Quirón, encontrado en esa ciudad y con el que encabezo esta entrada.

Porque los cuerpos y la actitudes estaban narrados con tanta precisión, con tanta realidad, que cuesta pensar en un pintor conocido que pudiera haberlo plasmado mejor

viernes, 21 de septiembre de 2007

Forests of Stone (y 1)

Mientras pensaba en el contenido de esta entrada, me he dado cuenta de como en el enrarecido ambiente político en el que vive este país, las declaraciones más inocentes pueden interpretarse como un alineamiento en un sentido u otro.

O dicho de otra manera, qué antes de decir cualquier cosa más vale presentar credenciales y pliegos de descargo, no sea que encuentre uno admiradores que no quiere.

Porque uno es ateo, pero, a pesar de eso, paradoja de las paradojas, ama profundamente la música sacra y las catedrales medievales, especialmente las góticas, al igual que ama profundamente la música antigua y no le hace ascos a los experimentos musicales ultramodernos, Por ello piensa que lo que le falta a Madrid, para ser una ciudad de verdad, es tener una catedral en condiciones y no la neocosa donde contrae matrimonio la monarquía (y si en verdad fuéramos tan centralistas haría ya tiempo que hubiéramos desmontado alguna de provincias y nos la hubiéramos traído. Personalmente, yo me quedo con la de León, por ser la más francesa, ergo, la más elegante de todas). Sin contar con que los amplios espacios de las catedrales, actualmente vacíos de fieles, visitados sólo por los turistas, le ofrecen un refugio frente al tráfico y la locura moderna. Un espacio donde todo ese ajetreo, ese bullicio, ese ruido ensordecedor que es el signo de nuestro tiempo ha sido abolido.

¿Y a que viene esta retahíla? El caso es que hace diez años pase un mes en París, hospedado en el piso que mi hermana tenía alquilado allí, por razón de los estudios que cursaba entonces. Un tiempo que ocupe, martes y jueves de cada semana, en hacer excursiones a las ciudades de alrededor, Laon, Amiens, Beauvais, Reims, Bourges, Caen, Chartres, Rouan.

A la caza y captura de las catedrales del primer gótico, de ese periodo, entre 1150 y 1250, en que surgió ese estilo y en menos de un siglo, llegó a su perfección absoluta... o mejor dicho, al punto en que las limitaciones de la técnica y los materiales de la época, le impidieron seguir evolucionando.

Para ello, para el estudio de ese estilo y esa época, es un lugar, una base de operaciones perfecta. Antes de extenderse al resto de Europa, por repetir lo archisabido, la región conocida como L'Ile de Francia se convirtió en el laboratorio donde, por así decirlo, la vanguardia realizaba sus experimentos artísticos, con lo que, en un radio de 100/200 kilómetros de París, a escasas dos horas de tren, puede uno realizar, como digo, un estudio en profundidad del nacimiento, evolución y estancamiento de un estilo artístico, algo casi imposible en otros casos (sólo se me ocurre el ejemplo de la Roma Barroca), por la dispersión de las obras o la abundancia de centros regionales.

Una tarea aburrida, se puede pensar. Piedras y más piedras, todas iguales, repeticiones y más repeticiones del mismo patrón.

Sí y no. Algo que todo amante de las vetustas catedrales europeas sabe es que cada una de ellas tiene su propio carácter. Por alguna razón, quizás por la división en feudos y ciudades independientes del medievo, los habitantes y constructores quisieron y consiguieron que la suya fuera diferente a la de sus vecinos. Algo que en el caso de estas construcciones del primer gótico se amplía más aún, puesto que cada una de ellas era un paso adelante, un bosquejo en la construcción de una nueva forma, y la cercanía entre ellas, provocaba que los arquitectos supieran perfectamente lo que se había hecho hasta entonces, lo que no se había aún conseguido, lo que quedaba aún por hacer.

Aún que esto no fuera así. Precisamente por su tamaño, las visiones que una catedral puede ofrecernos son inagotables. Sólo verla a diferentes horas del día, como la luz cambia el color de la piedra, como esa misma luz destaca en su interior unos detalles y oculta otros, basta para que visitarlas una y otra vez... sin contar con como esa luz y por tanto, la misma catedral, varía a lo largo del año, con las estaciones y con el tiempo.

Así que, no es de extrañar que, en cuanto tengo ocasión, aproveche para visitar una de ellas.

O que me entre la necesidad de narrarlas, como haré en entradas sucesivas.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Back to your childhood


Había hablado ya con anterioridad de este anime, Dennou Coil, para mí una de las joyas de esta temporada, y que desgraciadamente no está recibiendo la atención que mereciera (como es el caso de la mayor parte de las series que estoy viendo, cuyos fansubs se retrasan y retrasan hasta el punto de hacer desesperar de que vayan a completarse).

Pero el caso es que para mí, una persona para quien la juventud empieza a ser ya una cosa del pasado, esta serie viene a remover sentimientos, sensaciones, experiencias, que ya creía olvidadas, de un tiempo en que mi edad era similar a la de los protagonistas.

Porque esta serie retoma la vieja y buena tradición de la literatura infantil y juvenil, la de antaño, la que yo leía siendo niño, a pesar de transcurrir en un mundo hipertecnificado y cambiante, que aparentemente poco tiene que ver con el de épocas pasados

Simplemente porque el concepto fundamental de esta serie no es otro que el descubrimiento del mundo. El ansía de aprender, la curiosidad que lleva a explorar el entorno que nos rodea, sin saber que se está buscando, sin poder predecir que se va a encontrar, movidos simplemente por el mero de placer de encontrar algo distinto, algo nuevo, algo que sólo conozcas tú y tu pequeño círculo de amigos, y que se convierta en un secreto compartido que sirva para acercaros, para mantener unidos ese estrecho círculo de personas, manteniéndolo oculto a los demás.

Algo que, en ese mundo virtual, superpuesto al mundo real, que esta serie representa, puede encontrarse en cualquier esquina, mejor dicho en los lugares más recónditos, a los que sólo se puede acceder por caminos complejos y retorcidos, conocidos y al alcance, como digo, de sólo unos pocos.

Pero había otro tema que estas obras de infancia solían representar, y que iba estrechamente unido al del descubrimiento del mundo. Se trataba del paso a la madurez, entendido, no como descubrimiento del amor y el sexo, sea lo que sea que signifiquen esas palabra, sino del encuentro, en ese mundo nuevo y aparentemente maravilloso, con la muerte y la desesperación.

En concreto, con la certeza de que todo aquello que amamos, todo aquello que deseamos, todo aquello por lo que luchamos, habrá de desaparecer, habrá de sernos arrebatado, independientemente de nuestros esfuerzos por conservarlo.

En definitiva, el presentimiento y la certeza de nuestra propia destrucción, de nuestra desaparición en el olvido.

Y como seguir viviendo tras haber descubierto esa verdad, la única cuya certeza es absoluta.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Cheating the ear

Por una casualidad de mis compras musicales, me encuentro estas últimas semanas escuchando, casi en bucle, la Selva Morale e Spirituale (Siglo XVII) de Monteverdi , una Selección de Misas (siglo XVI) de Pier Luigi de Palestrina y el Requiem (Siglo XV) de Ockeghem.

Un auténtico empacho de Polifonía medieval y Renacentista, más la mezcla/compendio de antigüedad y modernidad que es característica de Monteverdi, algo inusitado en estos tiempos de combate artístico y estético entre viejos y jóvenes.

Pero hay algo más sorprendente, un pequeño detalle que nos resultaría repelente, digno de acabar con la carrera de cualquier artista que se atreviera a repetirlo en nuestros tiempos. El caso es que en la magnífica edición de la Selva que estoy escuchando, grabada en una abadía románica de Francia, dos piezas, el Iste Confessor Secondo y el Ut Queam Laxis comparten la misma música, idéntica hasta la última nota, de manera que ambas piezas dura unos exactos tres minutos, once segundos.

Un efecto multiplicado, porque los compiladores de la edición las han hecho coincidir en el mismo disco, el último, justo una a continuación de la otra.

Si juzgásemos con los criterios de ahora, como digo, nuestra opinión del artista se vería inmediatamente disminuida. No se trata de otra cosa que de un autoplagio. El último recurso de un artista que ha perdido su talento y que trata de reutilizar material antiguo, para continuar comiendo de su profesión. Algo muy triste y muy lamentable, pero que si se es riguroso hay que denunciar con toda dureza.

¿Seguro?

Como he dicho ambas piezas tienen la misma música, idéntica. No se ha cambiado ni una sola nota, ni siquiera el ritmo. Lo único que ha variado es la letra a la que se aplica. Algo que para , cualquiera que entienda un poco de composición, o simplemente de música, es en sí una proeza. Cuando se compone bien, música y palabra llegan a fundirse en un bloque, como si ambas creaciones independientes parecieran necesitarse obligatoriamente. Basta variar una sola nota, variar una sola palabra, para que el edificio se desmorone y aquello se convierta en el mayor de los ridículos.

De ahí el genio de Monteverdi, el haber conseguido componer una música que es aplicable a textos completamente dispares, y que, en ambos casos, parece responder y obedecer al sentido que las palabras le dictan. Un juego culto, destinado a eruditos, muy propio del último renacimiento, teñido de Manierismo, y el primer Barroco, en el que vivió el artista italiano.

Hay algo más sin embargo. Algo que es aún más sorprendente para nuestros dogmas culturales, aquellos que representan el culmen de la evolución artística occidental y, por ende, la de la humanidad.

El caso es que estos compositores sacros, Monteverdi, Palestrina, Ockhegem, trabajan con los mismos textos. El conjunto de himnos, cánticos, preguntas y respuestas que componían el rito de la liturgia católica.

Primera paradoja. Sin quererlo tendemos a suponer que todo texto exige necesariamente una música (o que todo guión exige una forma de ser rodada). Una música en la que el texto alcanzará su perfección y convertirá al resto en meros ensayos. Sin embargo, como digo, cada uno de estos artistas musicaba a su manera, con su propio estilo particular estos mismos textos, y la mayor parte de ellos lo hacía varias veces durante su vida, de forma que es posible descubrir los cambios en su estilo y sus preferencias, así como los tics y los manierismos.

Sin embargo, es imposible decir que unos sean mejores que otros. Que la versión de Monteverdi sea superior a la de Palestrina, o esta a la de Ockeghem. O que tal versión de Monteverdi sea mejor que otra anterior o posterior del mismo artista.

Lo único que se puede decir es que son distintas. Cada una hermosa, perfecta, completa en su propio estilo y a su propia manera.

Porque algo que caracterizaba a estos artistas es que conocían de memoria esos textos, los escuchaban todos los domingos en misa, los musicaban una y otra vez, hasta saberlos de memoria, hasta que cada sílaba se convertía en parte de ellos mismos.

Lo cual les daba una libertad que nosotros no podemos soñar. Porque no tenían que preocuparse por componer un texto, ni por aprenderlo, sino que podían ocuparse únicamente de la música, tejer despreocupados sobre una trama que conocían tan bien como sus propios cuerpos.

Todo lo contrario de nuestros ideales estéticos de ahora mismo, donde hay que ser eternamente original, o al menos pretenderlo, y estar siempre reinventándose a sí mismos, persiguiendo novedades que no lo son tanto, y demostrando en todo momento que se es mejor que los que le precedieron a uno.


martes, 11 de septiembre de 2007

Across the wide world (y 2)

Hace siete años, en el 2000, antes de que entrásemos en este nuevo periodo de locura e incertidumbre al que nadie es capaz de ver el final, estuve viajando por Uzbekistán.

Por supuesto, en aquel entonces, nadie era podía imaginarse que el mundo se dividiría de nuevo en facciones irreconciliables, y que, aunque no lo quisiéramos, habríamos de separar a los seres humanos en amigos y enemigos, según nos lo dictasen religiones, ideologías e intereses.

De hecho, en aquel tiempo era posible soñar que el mundo era uno, y que no había diferencias entre los hombres... aunque eso fuera tan falso en aquel entonces como lo es ahora.

Así no es de extrañar que en la noche que pasamos en Urgench, justo al lado del Mar de Aral, al ver desde las ventanas del hotel que, al otro lado del río, se celebraba una fiesta popular, ninguno se preguntase si habría algún peligro en bajar, cruzar a la otra orilla y curiosear un poco, a ver como era el ambiente.

No ocurrió nada, por supuesto. Los habitantes del lugar estaban demasiado ocupados por disfrutar de su fiesta, casi idéntica, en aquel antiguo país comunista, a cualquiera de las europeas, como para reparar en unos cuantos extranjeros, que, en ese instante, no se comportaban como turistas, puesto que habían dejado cámaras, guías, bolsos, en el hotel, y se limitaban a vagar entre la gente, con mirada distraida, cansados del trajín del día.

Así que, cansado, somnolientos, acabamos sentándonos bajo unos pórticos, sin ganas de hablar entre nosotros, para al poco perderse cada uno en sus propios pensamientos.

Aún la veo.

Era una niña muy joven, nueve diez años, y se puso a bailar sola, despreocupada de quienes pudieran estar observándolas, ensimismada en su baile, ausente de todo lo que no fuera ese físico, tan simple y tan reconfortante, que consiste en sumergirse en la música, dejarse llevar por ella, sincronizar cada movimiento del cuerpo con su ritmo

Parecía feliz. Absorta en ese placer, no podía imaginarse mayor felicidad. Esa felicidad que parece eterna, sin principio ni fin, pero que es sólo un breve momento de la existencia, desaparecido antes de poder darse cuenta, antes de poder saborearlo por entero.

Por supuesto, a pesar de mi fascinación, yo no podía menos de pensar en la diferencia de nuestros destinos, en el inmenso e injusto abismo que nos separaba. A pesar de no ser de la elite, más bien uno de tanto, mis escasos recursos me habían permitido cruzar medio mundo hasta llegar a esa ciudad y en cuantos días estaría de vuelta en casa, rodeado de todas mis comodidades, calefacción, comida hasta hartarme, todo tipo de distracciones con las que aliviar el vacío interior creado por mi propio bienestar.

Ella continuaría viviendo allí. Seguramente moriría, mucho más joven que yo, en el mismo lugar en el que había nacido, sin conocer la mayoría de las comodidades que yo daba por supuestas, es más que exigía como si fueran derechos básicos e inalienables.

Su vida no sería fácil. Uzbekistan es un país que se enfrenta a una catástrofe ecológica inconcebible para nosotros. Ubicada en medio de desiertos inmensos, el agua del Sir Daria y el Amur Daria ha sido desviada para la agricultura, sólo que esa agricultura no está destinada a alimentar a la población, sino para cultivos de exportación, como el algodón, el arroz y la caña de azúcar, que requieren inmensas cantidades de agua y no menos inmensas cantidades de fertilizantes, pesticidas y defoliantes, con la terrible consecuencia de contaminar esa misma tierra y ese mismo agua que son el sostén económico de Uzbekistán, envenenando de rebote al pueblo que lo habita y hurtándole sus medios de subsistencia.

Una situación para la que no hay marcha atrás.

Se podría pensar en abandonar esos cultivos, gestionar mejor el agua, limpiar las aguas y las tierras. Pero para unas tareas el estado no tiene dinero, ni recursos suficientes, y para las otras, la población ha crecido tanto que su propia existencia, paradoja de las paradojas, depende de aquello mismo que le mata lentamente.

Por supuesto, podríamos, desde nuestra postura de occidentales, concienciados ecológicamente, acusar a regímenes extintos, como el de la antigua URSS, de la locura medioambiental del país, o fustigar la inercia de los habitantes actuales, que no quieren darse cuenta del problema y no se preocupan en resolverlo.

Pero quizás deberíamos pensarlo, si nuestro respeto ecológico, aquí en occidente, no se debe a que estamos exportando todo aquello que contamine, cultivos, minería, industria, al tercer mundo, en una nueva encarnación perversa del colonialismo y del imperialismo de antaño.

En resumidas, si yo, el visitante curioso y despreocupado, no soy tan responsable como políticos y grandes corporaciones, nuestro chivos expiatorios habituales, del triste destino que espera a la niña que veía bailar hace siete años.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Astra

Tenía muy pensada esta entrada.

De hecho iba a consister en dos pasajes literarios sin ningún comentario, uno de Der Zauberberg (La montaña mágica) de Thomas Mann, y otro de Rites of Passage (Ritos de Paso) de Willian Golding, más una captura estratégicamente colocada.

Pero he aquí que al revisar la inmensa, en numero de páginas, novela de Mann he sido incapaz de encontrar el pasaje que buscaba, más que nada por falta de tiempo, y al rebuscar en mi biblioteca, he descubierto que me falta el ejemplar de la novela de Golding, que me temo debió quedarse olvidada en mi antiguo domicilio (y empiezo a creer que poseo demasiados libros, puesto que los hay que dudo si los he leído o no, e incluso he comprado algunos repetidos, creyendo que no los tenía).

Así que que el lector tendrá que fiarse de mi palabra y hacer uso de la imaginación para recrear el efecto que pretendía y que me ha sido imposible conseguir, puesto que ambos pasajes de ambas novelas tan distintas en su narración e intenciones (¿o quizás no?) compartían la descripción pormenorizada de un mismo fenómeno astronómico, la casi imposibilidad de ver, en extremos opuestos del horizonte, como se pone el sol, como se alza la luna llena, y el cielo entre ambos extremos pasa de la luz hiriente a la obscuridad profunda.

Algo que sólo se puede observar cuando se viaja por mar o por un lago.

Un momento que resultaba crucial para los protagonistas de ambas obras, un antes y un después en su experiencia vital y que intentaban explicar a su manera, los dos platillos de la balanza divina, para el predicador en viaje a Australia de la novela de Golding, el tránsito del nacimiento a la muerte, y el hombre suspendido entre ellas, para el joven aislado en el sanatorio de los Alpes, en la novela de Mann.

Más o menos como ocurría aquí


miércoles, 5 de septiembre de 2007

The location of the soul

... la he colocado en el buche de un gorrión; a este lo metí en una cajita, la cajita en un cajón, el cajón en el interior de siete cajas y las cajas debajo de una losa de mármol, junto al océano de esta región, pues está lejos del país de los hombres y ninguno de ellos puede llegar hasta él...


La una y mil noches, noche 770

Había anunciado el lunes que ésa sería la última entrada que dedicase a la una y mil noches.

Me equivoqué.

Según publiqué la entrada descubrí esta otra, cuyo borrador había sido guardado el 25 de mayo, hace más de tres meses, y, como suele ocurrir en estos casos, no me acordaba ya de porque guardé ese texto y sobre todo de lo que quería contar/reflejar/divagar con él.

Bueno, en realidad, sí sé porque lo guardé. Porque era bello. En el sentido de tomar una idea, esa constante en muchas narraciones de las mil y una noches, y en general de la mitología universal, del hombre que conoce el destino y pretende inutilmente protegerse contra él, huyendo a un lugar inaccesible donde nadie pueda escontrarle, mucho menos sus asesinos, destruyendo aquel objeto, aquella persona que producirá su caida, escondiendo celosamente de todo y de todos, con cualquier medio a su alcance, el punto débil que le rendirá inerme ante sus verdugos.

Un arquetipo que busca demostrar la futilidad de las acciones humanas, cuando se trata de oponerse al destino, y que para aumentar el efecto, la resonancia entre los oyentes utiliza, como en este caso, la exageración, multiplicando las defensas, los obstaculos, las trampas, las pistas falsas, los enigmas, hasta convencernos de que ningún ser humano, nunca, habrá de llegar hasta el objeto protegido ni podrá apoderarse de él.

Por supuesto, siempre ocurre que esas previsiones, esas precauciones, esos planes largamente meditados y no menos magistralmente ejecutados acaban por fallar y el destino predicho se cumple inevitablemente. Porque esa misma seguridad, ese sentimiento de haber vencido a lo que ha sido escrito, se convierte en orgullo y soberbia, en jactancia suicidad que hace abandonar finalmente toda precaución, y muchas veces termina con que es la propia víctima quien revela su debilidad, como encontrarla y como aprovecharla, a sus propios ejecutores.

Así ocurre esta historia, puesto que el genio, el Djinn, que tan celosamente guarda su propio corazón de los enemigos, acabará revelando ese secreto, a nosotros, los lectores, y la mujer que había raptado, hecho prisionera y finalmente terminado locamente enamorado de ella, sin saber que ella jamás le había perdonado la violencia primera y que sólo esperaba la llegada de alguien, de otro hombre, con el que, una vez puesta en práctica su venganza, poder abandonar aquellos lugares alejados del resto de la humanidad donde había sido recluida.

Con lo que al final, él mismo habrá sido el responsable de su propia caída y nadie más.

lunes, 3 de septiembre de 2007

No way out (y V)

Mi noche fue larga entre pesares e insomnio
Mi cuerpo ha adelgazado y mis pensamientos se han multiplicado.
Me levanté para recorrer otra vez mi morada y otra las habitaciones del harén.
Mis ojos distinguieron una persona negra que era blanca pues se ha había tapado con los cabellos.
¡Qué mujer como la luna llena cuando resplandece, como la rama de sauce a la que recubre el pudor!
De un trago me bebí la copa; después me volví y la besé en el lunar.
Se despertó temblando como una rama bajo el peso de la lluvia.
Después se levantó y me dijo: "¡Oh fiel a Dios! ¿Qué ocurre!"
Contesté: "Es un huesped que llama a vuestro barrio, que espera que le deis alojamiento hasta la llegada de la aurora"
Me replicó lleno de Alegría: "¡Señor mío! ¡Honro al huesped con la vista y el oído!"

La una y mil noches, noche 340

Ésta será la última entrada que dedico a La una y mil noches. Terminé su relectura hace ya meses (fue en abril cuando creé esta entrada) y poco a poco los detalles se van desvaneciendo. De hecho, recordaba este texto de otra manera bien distinta y me ha costado un poco adaptar el recuerdo que guardaba, el recuerdo de la impresión que me produjo, a las palabras que figuran aquí arriba. Por ello, voy a intentar ser conciso, tratando de no divagar, de no alejarme demasiado del texto que he incluido.

La primera reflexión, es que este texto aún bello, no lo sería tanto si eliminase, como yo he hecho, el contexto al que pertenece. El caso es que el cuento en el que se haya, comienza como una más de las aventuras del Califa Harum al Rashid, al que encontramos una y otra vez en la una y mil noches. Un califa aficionado a vestirse como las gentes del común, y así disfrazado, salir en mitad de la noche a vagar por las calles de Baghdad, acompañado sólo por su visir Jafar y por Masrur, el portador de la espada que administraba justicia. Unas expediciones que le servían para conocer el sentir de su pueblo, siguiendo ese arquetipo tan repetido una y otra vez del buen gobernante, que necesita conocer la verdad, mejor dicho, que necesita saber todo lo que aduladores e intrigantes le ocultan.

En esta ocasión, sin embargo, la aventura tiene lugar en el palacio, y parece reducirse a un simple encuentro erótico, ése descrito en el poema, excepto porque a la mañana siguiente, el califa manda llamar al mejor poeta de su corte y le pone a prueba. Si tan grande es su arte, dice, con sólo un verso, será capaz de reconstruir lo que ocurrió la noche anterior. Si no es capaz, amenaza, no merece el título de poeta, ni los honores conferidos, sino ser humillado ante toda la corte.

Un desafío del que el poeta sale airoso sin ningún esfuerzo. Por tres veces.

Como si el arte fuera realmente un medio de conocimiento. El único noble y posible. El que descubre lo oculto y lo muestra a los ojos de la gente, de manera que hasta los necios y los bobos son capaz de comprenderlo, recreándolo más bello y más hermoso de lo que en realidad era, incluso para aquellos que fueron testigos de esos acontecimientos.