sábado, 16 de septiembre de 2006

...So simple, so beautiful...

Gilgamesh ¿Por qué vagas de un lado para otro?
La vida que persigues no la encontrarás jamás.
Cuando los dioses crearon la humanidad,
asignaron la muerte para la humanidad,
pero ellos guardaron entre sus manos la Vida.
En cuanto a ti Gilgamesh, llena tu vientre,
haz fiesta cada día,
danza y canta día y noche,
que tus vestidos sean inmaculados,
lávate la cabeza, báñate,
atiende al niño que te toma de la mano,
deleita a tu mujer, abrazada contra ti,
Ésa es la única perspectiva de la humanidad.

Cantar de Gilgamesh

...que otros busquen dioses ante los que arrodillarse, por los cuales estén deseando entregarse al martirio, en cuya defensa estén dispuestos a exterminar a aquellos que los ofendan con sólo el pensamiento....

...que otros busquen la gloria y dediquen toda su vida a ella, que no vean otra cosa que la senda que les lleva a las alturas, que ansíen estar por encima de los demás, hasta que a sus ojos no sean más que hormigas, idénticas y por ello perfectamente prescindibles....

...que a mí me basta con esto... pero ¡Ay! que ni eso me será concedido.

jueves, 14 de septiembre de 2006

... Y en el principio fue el verbo....

...él sació con ella su codicia amorosa,
Durante seis y siete noches, Enkidu, excitado, cohabitó con Shamjat
Después de que hubo saciado su voluptuosidad
volvió su mirada en busca de su manada
pero al ver a Enkidu las gacelas huyeron
la manada de la estepa se alejó de su cuerpo
Enkidu había perdido su fuerzas, su cuerpo estaba flojo
sus rodillas quedaban inmóviles, al tiempo que huía su manada
Enkidu estaba débil, no podía correr como antes
pero había desarrollado su saber, su inteligencia estaba despierta.
El vino a sentarse a los pies de la hierádula
y se puso a contemplar el rostro de Shamjat
ahora comprendían sus oídos lo que le decía la hieródula...


Cantar de Gilgamesh, Tablilla I


...y así ocurrió que la literatura nació ya perfecta y casi, casi, agotó todos sus temas, sus ambiciones, sus posibilidades, en el mismo acto de su nacimiento...

domingo, 10 de septiembre de 2006

Children of Revolution

Honda recordó como había insistido en que, les gustase o no, cien años más tarde Kiyoaki y él figurarían incluidos en el sentir de la época, mezclados con aquellos por los que no tenían ningun respeto, clasificados a su lado basandose en unas frágiles similitudes.

Mishima Yukio, Caballos desbocados

Hay que generaciones que tienen suerte. Generaciones que se convertirán en el símbolo de un siglo. Generaciones cuyo brillo apagará al resto y cuya fama las reducirá al olvido más completo.

Así ocurrió con la generación de los años 60 del siglo XX.

Si creemos al mito, ellos transformaron el mundo, cambiaron su faz, triunfaron sobre todo lo que era viejo y antiguo. Antes que ellos, no hubo nada por lo que luchar, después de ellos, no hubo nadie que luchase. Sus ideas fueron las únicas que merecieran la pena, ellos, los únicos creadores.

Yo no pertenecí a esa generación. Yo formé parte de la generación posterior, aquella de los 80. La compuesta por los hijos de la revolución, esa supuesta revolucion gestada y alumbrada por los jóvenes que se convirtieron en nuestros padres.

Y como todos los jóvenes, nos rebelamos contra nuestros padres.

No nos faltaban razones. Sabíamos de su mentira. Hablaban de política, de ideas, de compromiso, de revolución, pero aquello no eran más que palabras vacías, excusas para justificar como se habían enriquecido, como habían codiciado el poder, como habían vendido todo, y a todos, por obtenerlo.

Como se ha repetido tantas veces, aunque nadie quiera aceptarlo, el 68 se acabó cuando a los estudiantes les dieron las vacaciones y se fueron a la playa. A follar, que es lo que sólo piensan los jóvenes de todos los tiempos, mientras que los sistemas políticos, las estructuras económicas, permanecían inamovibles, reclutando, a medida que pasaba el tiempo, a los mismos que habían sido sus enemigos.

Así que nos rebelamos. Mientras ellos pretextaban excusas, grandes ideales tras los que ocultar su vacío, su mentira, nosotros hacíamos lo mismo, pero sin buscar ninguna excusa. El mundo había sido creado para nosotros, para que lo disfrutásemos, sólo había que alargar la mano, sin que fuera preciso ningún esfuerzo.

Así que nos acusaban de falta de seriedad, de ausencia de ideales, de materialismo y hedonismo... y nosotros nos reíamos de ellos, les mostrábamos como eran ellos los traídores, los que habían vendido todo por la tranquilidad, por la seguridad, por un sueldo, por un piso, por vacaciones pagadas todos los años, por ver los seriales de la tele todas las noches.

Sobre todo, disfrutando con el dolor que producía, como eran ellos mismos los que nos habían educado en los ideales contrarios a los que proclamaban, como eran ellos mismos los responsables de su propia derrota, como seríamos nosotros quienes habríamos de sucederles y substituirles.

Nosotros, su mayor fracaso.

Y sin embargo, perdimos. No pudimos ganar. No podíamos ganar. Teníamos que habernos dado cuenta.

Como nuestros padres, nosotros tampoco teníamos objetivos, por tanto no conseguimos ninguno.

Como nuestros padres, nosotros también envejecimos. La generación que va a substituirnos, la de ahora mismo, primeros años del siglo XX, siente hacia nosotros lo mismo que nosotros sentíamos hacia nuestros padres, desprecio hacia nuestra comodidad, asco ante las renuncias que hemos tolerado, despecho ante nuestros olvidos, burla por nuestro falso pudor ante sus excesos.

Por todo ello, nadie va a cantar nuestras glorias, por que no existieron, ni nuestras miserias, por que no las hubo.

Sólo se dirá de nosotros que nos gustaba Mecano, como proclama la publicidad de cierto musical de moda, y que U2 era el símbolo de nuestra juventud, y sus canciones, nuestros himnos.

Aunque yo odiase profundamente a unos y los otros fueran, para mí y para mis amigos del colegio, "un grupo de pijos que gustaba a los pijos".

El tiempo ha decidido por nosotros. El tiempo nos ha arrojado a todos, amigos y enemigos, en la misma fosa.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Paradise on Earth (y 3)

A mi no me interesa, como no le interesa a ninguna persona culta, quien haya dicho "A". Lo que me interesa es ampliar y utilizar esa "A" hasta el final, hasta que sea posible decir "B"

Alexander Rodchenko, 1928

Leía estas palabras, escritas por Rodchenko, pintor, fotográfo y teórico, y pensaba en como son totalmente ajenas a nuestras "certezas" de ahora mismo.

En este ambiente cultural en el que vivimos, la originalidad de la obra de arte es un tabú, y como todos los tabús, aquel que lo transgrede merece todos los castigos inimaginables, entre ellos el del expulsión del grupo y el del olvido de su nombre. Resulta gracioso, por utilizar alguna palabra suave, la obsesión que algunas personas presentan por buscar cualquier señal de plagio o copia, o las eternas discusiones, sin resultado alguno, para determinar si las coincidencias, las similitudes son producto del homenaje, lo cual parece honroso, o de la copia descarada, lo cual solo merece el desprecio.

Casi da la impresión de un tribunal de la inquisición, colocado por encima de todas autoridad, sin tener que responder a nadie, y en posesión, él solo, de la auténtica doctrina. El ejercicio perfecto para aquellos incapaces de crear y de creer.

Sin embargo, siempre he pensado que esto no es más que una perversión de nuestra sociedad capitalista. En un mundo en que todo es mercancia, especialmente el objeto de arte utilizado como entretenimiento, es primordial dar una imagen de marca, algo que sea fácilmente reconocible y al mismo tiempo diferente del resto, con la intención de que el cliente, el espectador, no tenga opción a equivocarse y compre el del vecino, reduciendo nuestros ingresos.

Desde este punto de vista, resulta perfectamente comprensible esa obsesión nuestra por detectar el plagio, por evitar que alguien nos haga competencia y nos quite el pan. Sin embargo, se olvida el efecto esterilizador que esta perversión tiene sobre el arte. Al prohibir la copia, cualquier copia, se está impidiendo la reutilización, la reescritura, la reinterpretación, lo que, en cierta manera, constituye una de las esencia del arte, de la vida, y del progreso humano. Ver lo que los demás hacen y hacerlo tú mejor, dar un paso adelante, descubrir nuevos horizontes.

De ahí la importancia de la frase de Rodchenko, un artista que negaba el plagio, más aún que reclamaba el plagio, o por decirlo así la fertilización mutua entre artistas, la compartición de ideas y logros, o por utilizar una fraseología más política, la colectivización y democratización del arte, convertirlo en un inmensa biblioteca, a la cual todos tuvieran acceso, cuyos contenidos, todos pudieran utilizar, puesto que lo que no se te había ocurrido a ti, se le ocurriría a otro, y eso te pondría en el buen camino, te mostraría la dirección que deberías tomar, te abriría las vías que considerabas cerradas.

Una explosión de creatividad por tanto, al contrario del arte/entretenimiento moderno, que para evitar la acusación de plagio, se refugia en formas amorfas, que no pueden ser asociadas a ningún artista en particular, y que se repiten una y otra vez sin ninguna vergüenza, con apenas unas mínimas variaciones, que se pretenden originalidad, frescura, renovación, todas esas palabras rimbombantes con las que se descubren a diario cientos de nulidades...

...pero que no son más que un estéril ejercicio de remover la mierda, a ver si huele mejor o peor.

martes, 5 de septiembre de 2006

La melancolía de las miradas (y 3): Rosso

Hablaba unos días atrás de Pontormo, de sus sensibilidad torturada, casi al borde de la fractura, y de como se reflejaba en una reprentación del cuerpo humano completamente deformada, casi eterea y soñada, debil y a punto de desvanecerse (el Greco, en el fondo, no descubrió nada, como sabe todo buen conocedor del quinquecento italiano), pero que ocultaba bajo sí una personalidad y una fortaleza a prueba de casi todo, simplemente por la perseverancia en mantener los rasgos de su estilo, a pesar de que este no gustaba entre sus contemporáneos, a pesar de que se siempre se les comparaba, para mal, con los artistas de la generación anterior.

Curiosamente, el nombre de Pontormo suele ir unido al de su contemporáneo Rosso Fiorentino. Ambos intentaron dar un paso más allá de donde habían dejado la pintura su predecesores, Miguelángel, Rafael y Leonardo. Ambos fracasaron aparentemente en esa empresa y durante muchos años, siglos, se les nombraba sólamente como ejemplo de quiero-y-no-puedo, de pintores sin talento, pero sin genio, extraviados precisamente por ese talento que no supieron domeñar y que les llevo a la exageración y a la locura.

Ahí se acaban las similitudes, porque donde Pontormo es delicadeza, casi malsana en su suavidad, Rosso es violencia sin disimulo que ataca al espectador, y donde el primero es belleza , pronunciada hasta hacerla dolorosa, el segundo es fealdad que se ríe a carcajadas.

Basta la contemplación de esta deposición, donde Rosso, justo sobre la cabeza de la vírgen y los santos, en un lugar donde es imposible no verlo,para acenturar el dramatismo y el dolor de una escena coloca el rostros de un animal irreconocible. Una bestia que no es sino uno de los ejecutores, alguien que se sabe, así representado, como incapaz de compasión y misericordia.

El único personaje que mira al exterior del cuadro, a nosotros los espectadores, como si nos avisará de que nosotros seremos los siguientes en morir, de que esa muerte es nuestra muerte, y de que nosotros tampoco obtendremos clemencia.



No se acaba ahí el catálago de transgresiones de Rosso. De uno de sus primeros cuadros, colgado ahora en los Uffizzi, se cuenta que la persona que lo encargo lo devolvió porque no podía soportar la visión de aquellos santos, demacrados, consumidos por el ayuno y la penitencia, convertidos en esqueletos andantes, con miradas alucinadas, propias de locos (y nuevamente hay que recordar la leyenda del apostolado de El Greco, de como eligió para representar a los apostoles a los locos del manicomio de Toledo, porque sólo locos podrían seguir al Cristo).

Un cuadro, por tanto que en vez de invitar al recogimiento y a la devoción, invitaba a al horror existencial, provocaba la duda sobre sí esa religión fuerte y poderosa, llamada a sobrevivir a todas las construcciones humanas, no era más que un sueño de orates, una fantasía sin ningún fundamento, tan falsa y despiadada como los personajes representados.

Y no es menos transgesor hoy en día (o habría que decir actual) un cuadro como la deposición que sigue.


Un pintura donde el Cristo, la virgen y la Madalena se han teñido de un color negro, casi de ébano, un color inusitado en la Europa del XVI, puesto que representaba al enemigo (recuérdese el odio racial que late en todo el Otelo de Shakespeare, contra el Moro de Venecia), al turco que amenazaba a Europa apenas unos kilómetros al este de Viena o al corsario argelino que acechaba las rutas de comunicación del Mediterráneo, como los protagonistas en la historia de la salvación.

O el hecho, ahora sin significado, de que el Cristo sea pelirrojo, algo que en sus tiempos debió constituir casi una blasfemia, puesto que, popularmente, se creía que Judas era pelirrojo, y por tanto, se estaban equiparando ambos personajes, el salvador y el traídor.

Una doble blasfemia además, puesto que Rosso, como su nombre indica, era también pelirrojo, y el Cristo, por tanto, no era otra cosa que un autorretrato suyo, una forma de indicar que ese martirio era también su martirio, y que había sido perseguido, traicionado y torturado como él.

Una representación atrevida, polémica, rabiosa y salvaje, pero al mismo tiempo, sincera y técnicamente impecable.

Casi como un artista de ahora mismo.

lunes, 4 de septiembre de 2006

Stepping on the threshold


En realidad, todos los dilemas morales se reducen a uno solo.



Intentar averiguar como reaccionarás cuando descubras, en la mirada de la persona amada, temor, asco, odio... y que esos sentimientos los provoca tu mera presencia.








O lo que es lo mismo. ¿Descubrirás algún día que estás actuando en contra de tus convicciones más profundas?

Es decir, que ellas, esas ideas tuyas tan queridas, de las que tanto te ufanabas, no eran más que mentiras convenientes, en las que nunca creíste.