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lunes, 30 de octubre de 2006

Eyes Wide Open

La cámara descubre a las figuras que caen, las alcanza y las adelanta...


...salta a un primer plano de las amantes, y entonces vemos que una de ellas mantiene los ojos abiertos mientras se besan...


... primer plano absoluto...


...una de ellas comienza a interumpir la caída, conduciendo a la otra...

...a punto están de salirse del encuadre...


...hasta que, con un golpe de talón, acienden y giran sobre sí mismas...



... para terminar con otro primer plano, en cual se descubre que ambas tenían los ojos abiertos durante ese beso...

Pocas series como esta de Simoun, donde se acumulen tantos besos y tan hermosos...

...hermosos, por una parte, por ser de aquellos que a uno le gustaría recibir, hermosos tambiñen por pertenecer a esa categoría de besos que apenas se ven en las pantallas, como es éste de amantes que se miran a los ojos mientras lo hacen, y hermosos finalmente por la importancia que tienen en la propia trama y en su evolución...

...como el ilustrado, muestra de aceptación y reconciliación, pero también, precisamente por ese sostener y aguantar la mirada, símbolo de que uno de los amantes ya no tiene miedo al otro, ni a ser conducido por él, ni a los lugares donde pueda ser llevado...

..al estilo del símbolo preferido por Saint Exupery para referirse al amor, el del piloto de avión, de uno esos biplanos biplazas de cabina abierta, y el de su navegante/mecánico. Él uno capaz de hacer volar la máquina, manejarla y controlarla, y él otro, encargado de planear y trazar la ruta, de mantener el aparato en funcionamiento. Ambos necesarios, sin que uno pueda prescindir del otro, ambos separados mientras vuelan, sin poder tocarse, ni apenas hablarse, pero ambos mirando y volando en la misma dirección...

... el mismo símil que de esta viñeta...

...el de los dos amantes que marchan juntos, pero al mismo tiempo separados, manteniendo siempre su libertad, puesto que en cualquier instante puede uno decidir acelerar y dejar atrás al otro o quedarse atrás y verlo marcharse, pero que, mientras decidan continuar en esa relación, deben confiar, uno, en que el otro le seguira adonde vaya, el segundo, que el primero sabe a donde a va y que conoce el camino...

lunes, 23 de octubre de 2006

Dining with friends


En las ciudades suele haber rincones escondidos, lugares desconocidos incluso para sus propios habitantes, sitios que albergan, aunque sea un tópico decirlo, tesoros mayores que las imágenes e iconos que representan la ciudad ante el mundo... y que todos asociamos con ellas.

Las ciudades italianas son especialmente ricas en estos sitios mágicos, desconocidos, solitarios, casi perdidos y abandonados. Tan grande es la riqueza artística del país que es imposible mantenerlos abiertos todo el tiempo. No habría personal suficiente para su custodia y la mayoróa de los turistas, limitados por estancias de apenas un día, atados a los caprichos de los tours operators, nunca se pasarían por allí. Así ocurre que apenas abren un día a la semana, un par de horas.


Un tiempo brevísimo, que hace que sea extremadamente fácil perdérselos, bien porque alarga uno la visita a otro lugar que, erróneamente, considera más importante, bien porque el cansancio, el agotamiento y el hambre le harían preferir restaurantes y hoteles.

Sin que ni siquiera llegase a lamentarlo después. Pues sólo entristece lo conocido y perdido, o lo al menos vislumbrado e imaginado, pero nunca lo que se desconoce por completo.

El refrectorio de Santa Apolonia, en Florencia, es uno de esos lugares.

Cuando se llega a la plaza de San Marcos, en vez de cruzarla y dirgirse al convento donde se conservan los frescos de Fra Angélico, hay que torcer a la derecha y seguir una calle completamente anodina, sin nada que nos anuncie (torres, campanarios, arquitecturas) lo que nos espera. De hecho, la puerta del refrectorio parece la de una casa de vecinos, con su timbre, su mirilla y su manija, y sólo una placa minúscula, indica que es el lugar que buscamos.


Yo recuerdo haberla pasado de largo, llegar al final de la calle y tener que retrazar mis pasos, esta vez más atentamente. Recuerdo también haber dudado ante la puerta, pensar que estaría cerrada, que había llegado demasiado tarde, hasta que me atreví a llamar al timbre y alguien desde dentro acudio a abrirla.


El hombre se sonrió cuando le pregunté cuánto costaba la entrada. Era completamente gratis, sólo, si así lo quería, podía escribir unas líneas en el libro de visitas, cosa que no hice, ni tampoco me atreví a hojearlo para ver lo que otros habían escrito, sentido, juzgado digno de recuerdo antes que yo. Yo sólo quería ver los frescos de Andrea del Castagno, y el resto (ese placer añadido a la visita, ese ritual compartido con los que me habían precedido y con los que habrían de sucederme) me parecía estúpido y prescindible.


Dentro sólo había otras dos personas. Una mujer madura y un joven. Hablaban en inglés. "Do you realise what he is doing" decía la mujer, "Yes´, I do", respondió el joven.

"Yes, I do"


Sí, yo también me daba cuenta...y me quedé largo rato frente al fresco mirándolo, intentando fijar aquello que era tan importante.


Porque, ya lo he dicho en otras ocasiones. Cada artista del cuatrocento italiano estaba involucrado en una tarea única, superar a los maestros que le habían precedido, dar un paso más en la construcción de ese nuevo arte, de esa forma nueva, que constituiría el signo definitorio de la pintura occidental hasta casi 1910 y más allá. La representación cabal de la naturaleza, la representación racional del hombre, la muestra casi fotográfica de los sentimientos y emociones humanas, de manera que el espectador se sintiese también emocionado, espectador y actor de esa misma escena.


Porque en aquel fresco, el artista había reproducida una cena entre amigos que se conocía de tiempo atrás, el momento en que el más joven de ellos, agotado, se quedaba dormido, el cuidado el cariño, con que los otros intentaban no despertaban.


Lo que hace que una pintura quede pasados los siglos, olvidadas los religiones, perdidas las razones que la crearon.


El sentimiento, terrible y consolador, de la humanidad compartida.

jueves, 19 de octubre de 2006

À Reims


Para un habitante de la península ibérica, visitar una de las antiguas ciudades de Europa es una curiosa experiencia.

A pesar de las guerras que nos han sacudido, y en especial la guerra civil de hace ya tantos años, la destrucción que han experimentado nuestras ciudades ha sido muy pequeña y apenas han quedado huellas de ella. Sin embargo, en aquellos países en los que se libraron dos guerras mundiales, es habitual encontrar, en medio del tejido urbano pertenecientes a siglos anteriores, enormes espacios vacios, donde las casas y la red de callejuelas que las unían han desaparecido por completo, sin dejar rastro, sin merecer ni siquiera una reconstrucción.

El testimonio de la inmensa destrucción que trae consigo las guerras modernas y del rigor, inimaginable para un español, con que fueron libradas antaño.

Reims no es una excepción. Durante la primera guerra mundial, aunque la ciudad permaneció en manos francesas, el frente se encontraba a unas cuantas decenas de kilómetros. Para ambos contendientes, la ciudad era un símbolo especial. En ella y en su catedral, se había procedido, desde tiempos medievales a coronar a los reyes de Francia. En cierta manera, la existencia de la catedral suponía la existencia de Francia, la certeza de que nunca sería derrotada.

Así que no extraño que la coronación en ella de delfín, en el siglo XV, supusiera una prueba de que Francia vencería a Inglaterra en la guerra de los cien años, como tampoco resulta sorprendente que, siglos más tarde, el alto mando imperial alemán decidierá el bombardeo de Reims, tomando como objetivo la catedral, para quebrar así la resistencia de los franceses.

Quien visita ahora Reims, se lleva la sorpresa de encontrar como la catedral se alza en un amplio espacio vacio, separada de las casas y las calles. Toda la zona circundante fue aplastada por el fuego de la artillería alemana y la misma catedral no se vio mejor librada. Sus techumbres se vinieron abajo, los obuses abrieron cráteres en el pavimento, y la torre norte se vino abajo, demolidos sus cimientos por los impactos.

Lo que queda ahora no es otra cosa que una reconstrucción del periodo de entreguerras. Una resurreción que no es más que un fantasma de lo que aquel edificio fue antaño

Otra de las víctimas fue su estatuaria, la obra de un genio desconocido del siglo XIII, mutilada en los casos en que hubo suerte, como en la fachada Oeste, reducida a polvo en las zonas más expuestas, como la fachada norte, visible directamente para los artilleros alemanes.


Por ello, el que visita Reims, debe recordar que la mayor parte de lo que ve no son más que reconstrucciones y que muchas de las estatuas han sido retiradas de la fachada, debido al estado, a la fragilidad, en que habían quedado. Afortunadamente, no han ido muy lejos, basta con acercarse al cercano museo diocesano, un lugar con dos grandes ventajas, una, estar a salvo de las hordas de turistas que pasean por el templo sin ver nada, otra, poder contemplar las estatuas a una distancia cercana y admirar sus detalles, en vez de tener que conformarse con adivinarlas suspendidas en la fachada, a una distancia de decenas de metros.


Es entonces cuando uno descubre la grandeza de los escultores de la catedral de Reims, grandeza que no estriba sólo en la calidad de su trabajo escultorico, sino en la originalidad de su programa.


En efecto, habría que esperar al renacimiento para encontrar unas estatuas tan corpóreas y tan sensuales como éstas, tan ricas en pequeños detalles, tan atentas al gesto, la postura, la actitud que las define. Unas formas de las que podría decirse que no difieren en casi nada del espectador que las mira. Algo que parece sorprendente en ese tiempo y en ese contexto, pero que para cualquier conocedor, es el producto de una tradición lara, de casi un siglo antes, mediados del XII, y de una serie de intentos y fracasos, la culminación la larga serie de catedrales góticas que se alzan a apenas cien kilómetros de Paris y cuyo estilo se expandiría a todo Europa.


Pero como digo, esa audacia de la forma es vencida por la audacia del pensamiento, hasta convertirse en una excepción que no volverá a verse hasta principios del siglo XX.


Estamos aconstumbrados a otra iconografía de Eva, la de lamujer que extiende la mano hacia la manzana, mientras Adan que la contempla, observados ambos por la serpiente que ha urdido todo el plan. En esta ocasión, sin embargo, Eva tiene en su regazo a la serpiente, a la cual acuna y acaricia, mientras que con una sonrisa, parece ofrecérsela a Adán... el cual unos metros más allá, retrocede aterrado, pero también con cierto placer y deseo.


La obra de un misógino, claramente, alguien para quien la mujer es la fuente de todos los males, la perdición de los hombres. Pero, al mismo tiempo, una representación única en la cultura occidental del concepto de pecado, o mejor dicho de la mezcla de fascinación y horror, de deso y repulsión, que provoca su contemplación y el ser llamado a participar en él.


Lo que, podríamos decir, es la esencia de la seducción. La invitación que se rechaza, para al final sucumbir a ella.

martes, 17 de octubre de 2006

Sufrimiento

Sufrimiento.

Gente que cruza el mar buscando el paraíso que no existe, o mejor dicho, que migran de los circulos inferiores del infierno a aquellos superiores.

Los que, hoy mismo, vayan a morir, ser heridos, quedar invalidos de por vida, perder a sus familiares o a los que quieren, en cualquiera de los conflictos de este mundo.

Los que vayan a levantarse y no encuentren otra cosa que una vida de explotación y humillación, de dolor y sufrimiento... la obscuridad que sólo puede terminar la otra obscuridad, la eterna, la liberadora, la acogedora.

¿Cómo puedo comparar mi sufrimiento, si puedo darle ese nombre, si en verdad existe, con el suyo?

Pero no hace falta ser tan melodrámatico o tan demagogo.

Cada uno de estos sufrimientos, a pesar de verlo todos los días en la televisión, de leerlo en los papeles, me es ajeno, nos es ajeno, puesto que no convivimos con ellos.

No compartimos la misma realidad.

Habría que volver la vista hacia aquellos que tengamos cerca. Hacia las sombras que vemos pasar en el metro, recorrer las calles, viajar en los autobuses. Hacia los seres anónimos a los que nadie canta, a los que no nadie recuerda, en los que nadie piensa, porque su vida no es extraordinaria, ni extraña, ni memorable, ni sirve de ejemplo.

Los que su vida se pierde en un trabajo agotador y estéril, en un ocio no menos agotador y estéril, como hamsters encerrados en su molino, corriendo y corriendo sin llegar a ninguna parte, hasta que caigan muerto.

Los que languidecen encerrados en los asilos, perdido para siempre lo que fueron, olvidados de todos, aguardando una muerte que no llega, confundiendo el mero alargar la existencia con la compasión.

Los nunca llegarán a nada, por mucho que lo intenten. Los que ya no lo intentan y no son más que muertos en vida, sombras que recorren las ciudades.

Los que tuvieron sueños y nunca vieron como se convertían en realidad. Los que los consiguieron y descubrieron que ya no los querían, que nunca los habían querido. Los que despertaron un día y se reconocieron como extraños así mismos, a todo lo que eran, a todo lo que querían.

Los que nunca tuvieron sueños, porque así se lo enseñaron, porque en este mundo sólo hay que contar con hechos y cifras.

Los que tampoco tuvieron sueños, porque los de su tipo no tenían derecho a tenerlos, porque eso era de otros, los afortunados, los privilegiados, los otros, en definitiva.

¿Qué es mi sufrimiento entonces?

¿Qué derecho tiene uno a quejarse, cuando en realidad, no es otra cosa que un afortunado?

¿Cuándo en realidad, su único problema es el aburrimiento?

¿Por qué entonces, todos esos razonamientos y demostraciones no eliminan el dolor?

¿Por qué ni siquiera lo apaciguan?

viernes, 13 de octubre de 2006

Contradicciones

Si tras tantos años, ocurre que al final mi pensamiento puede resumirse en lo siguiente.

Dios no existe.
La revolución nunca llegará.
El amor no es más que una mentira.

pero al mismo tiempo ocurre que sigo siendo capaz de expresarme...

como un creyente
como un revolucionario
como un enamorado

¿acaso no me convierte lo anterior...

en un creyente,
en un revolucionario
en un enamorado?

O lo que es lo mismo, si el rasgo de un romántico es saber que éste no es tu tiempo, ni tampoco, por supuesto, tu mundo, y que tu tiempo tendría lugar, de ocurrir, en un presente o en un pasado inalcanzables, o en tierras y lugares a los que no se puede volver ni viajar....

...y el rasgo definitorio de un realista es tener la certeza de que esos lugares y esos tiempos no son más que paraísos artificiales creados a nuestra conveniencia, para darnos una excusa por la que vivier, y que nunca existieron, ni existirán, o dicho de otra manera, que no hay otro tiempo que éste en que se vive, ni otro lugar que aquel en que se habita....

...¿Qué o quién es aquel que encierra en sí, al mismo tiempo, ambas formas de pensamiento?

...o dicho de otra manera ¿Qué camino le queda?

¿El de la muerte?

miércoles, 11 de octubre de 2006

To live in the border

Abrazados cariñosamente, se besaban sin hartura
de modo que el tiempo se demoró mucho
y quedaron impregnados de copiosas lágrimas
sin que apenas pudieran separarse el uno del otro
y sin ningún respeto a la multitud de los allí reunidos,
pues el amor natural ignora la vergüenza
y eso lo saben todos los que han conocido el amor.


Digenes Akritas, siglo X, Bizancio



El pasado no importa.


Ellos, los muertos, nunca llegaron a enterarse de en que consistía la vida, en que estriba el amor, que era lo valioso en el arte.


Sólo nosotros, los que vivimos ahora, en este preciso momento, lo sabemos. Sólo nosotros, sólo entre nosotros, ha llegado a desvelarse el secreto, ese secreto que, generación tras generación buscaron sin que su ceguera, sus prejuicios, sus vicios y sus pasiones, sus preferencias y sus odios, le permitiesen darse de cuenta de que estaba al lado de ellos mismo.


Es ahora, en este momento, en este mundo, cuando al fin va a poder construirse el paraíso.


Así piensan todas las generaciones. Ninguna escapa a esa regla. Por un instante, se creen los dueños del mundo, el centro de todo lo que les antecedió, el origen de todo lo que habrá de venir, para luego, pasado el tiempo antes de poder darse cuenta, descubrir que otros han tomado su relevo y se han adueñado de su mundo, que el único papel que les queda es el de gruñones eternos, de molestiás perennes, ancladas en el recuerdo de un pasado que no existió más que en sus cabezas.


Un pasado tan imperfecto como el presente al que han sido desterrados, como el futuro que nunca verán.


Así pensé yo en el pasado. De la misma manera que todos lo que me precedieron, creí ser el centro del mundo, soñé ser la respuesta a todas las preguntas, creí vivir el inicio de una nueva época. Ahora, como todos, debería lamentar mi juventud perdida, dolerme por el paraíso al que nunca podré volver, acusar a la juventud de los mismos defectos que yo tenía a su edad, y que, a pesar de los disfraces, aún continúo teniendo.


Pero no puedo hacerlo. Mejor dicho, no quiero hacerlo.


Porque hacerlo sería caer en el error, levantar de nuevo la misma mentira. Pensar que en realidad fuimos distintos, que fuimos la generación especial, la destinada a no-se-sabe-que glorias que se marchitaron, cuando en realidad fuimos semejantes, iguales, indistinguibles, de aquellos que nos precedieron, de aquellos que nos seguiran, que lo único que era distinto eran las circunstancias, que en si éstas fueran distintas, nosotros también hubiéramos sido distintos, y que si éstas ahora mismo fueran iguales, la generación de ahora también sería igual.


Recordar también que la experiencia no se puede transmitir, que esa experiencia no es más que el recuento de una lista interminable de errores, de los cuales no podemos asegurar que no hubieran derivado en errores aún peores, de no haberse cometido.


Que, simplemente, toda persona tiene derecho a contruirse a sí misma, por sí sola. Que no hay otra manera.


O dicho de otra manera, porque si así lo creyera, sería incapaz de mirar al pasado, o de esperar hacia el futuro, sólo me quedaría encerrarme en la contemplación melancólica del pasado, condenarme a la consideración de que lo que sucede en este tiempo no ha sucedido antes en la historia, de que lo ahora sentimos, lo que ahora nos aqueja, lo que ahora tememos, nunca hubo quien lo sintiera en el pasado, ni habrá quien lo comparta en el futuro.


Quedarme, porque yo mismo me lo he negado, sin el placer de leer el Dígenis Akritas del siglo X, otro tiempo de culturas enfrentadas, casi las mismas que ahora, que no se entendían la una a la otra, que libraban guerras entre sí, que trazaban fronteras infranqueables delimitando las zonas pertenecientes a cada una de ellas... y donde, al mismo tiempo, esas fronteras, esas barreras, esos muros, no existían en la realidad, y las gentes las cruzaban una y otra vez, sin que nada, poder, leyes, autoridad, religión, pudieran impedir ese paso, figurando un día en un bando, mañana en el otro, descubriendo que lo peores enemigos puede ser que no sean los del otro lado, sino los que militan a tu lado.


Un mundo, en fin, donde el amor, su necesidad, eran tan urgentes, tan imperiosos, tan absolutos, como lo son ahora, aunque hayamos cambiado el nombre para seguir refeririéndonos a lo mismo.


...Y aún deseaba decir incluso cosas más semejantes
cuando vió que el joven se acercaba súbitamente,
invadida por un gran decaímiento se turbó
se le abrazó al cuello con las manos
y quedó colgada sin hablar, ni derramar lágrimas.
Asímismo el Emir, como un poseído
abrazó a la joven, la apretó contra el pecho,
y permanecieron unidos durante muchas horas.

martes, 10 de octubre de 2006

Escultura para perder en un bosque


Le surrealisme est un jeu.

Buñuel, L'age d'or


Hay artistas que se resisten a ser interpretados, una característica que, como ya dicho en otras ocasiones, suele molestar bastante a los defensores de un arte siempre comprometido, transmisor de ideas y consignas... ideas, consignas y urgencias del momento que con demasiada frecuencia se tornan anticuadas a los pocos años, basta pensar en el abismo que media entre lo que significaba ser de izquierdas a principios de los ochenta o lo que significa ser ahora... o dicho de otra manera, como ideas que en aquel entonces suponían ser de centro, centro, ahora, si hemos de creer a los agoreros que pueblan radios y tertulías, son ejemplo de radicalismo, revolución, subversión, etc, etc...

Pero yo iba a hablar de Hans Arp, de quien en estas fechas se celebra una restrospectiva en el Círculo de Bellas Artes Madrileño, y no de política... y es que al pensar en Arp he pensado asímismo en Klee, otro artista que suele atraer las iras de aquellos que necesitan ver una intención, una razón, un mensaje. Algo, en definitiva, que les de material con el cual poder escribir un artículo al día siguiente, trufado de referencias y alusiones, y que de paso sirva para demostrar al lector, cuán amplios, profundos e importantes son sus conocimientos.

Curiosos párrafos los dos anteriores. Podrían pensarse injustos, agrios, sin fundamento... si no fuera porque yo también era de aquellos que buscaban un algo en el arte, una indicación sobre el camino que debería seguir en la vida, y tómese ese concepto, el camino a seguir, en la acepción más amplia posible, esa de los tan afamados manuales de autoayuda, pero con una pátina de supuesta formalización y de supuesto ennoblecimiento, espejos en los que mirarse y reconocerse, para lo bueno y para lo malo, para progresar, para mejorar, para cambiar, para reformarse.

No es de extrañar que tanto Klee como Arp, supusieran un problema para mí, algo que no podía reducir a argumentos, a reflexiones, a silogismos y conclusiones, algo que, precisamente por su propia naturaleza de irreductible e irresoluble, me fascinaba, a pesar de repelerme....y quisiera llamar a mi cambio de opinión una revelación, pero sería mentir, porque no hubo en ello nada de repentino, de radical, de explosivo.

Simplemente darse cuenta de lo mucho de juego, de alegría, de diversión que había en ese movimiento que se llamo el Surrealismo (y sus muchos aledaños, porque si hay una definición escurridiza esa es el surrealismo). Un espíritu lúdico y desenfadado que explica porque la generación de la segunda guerra mundial, aquella del existencialismo, el teatro del absurdo, y el informalismo pictórico, se sintió radicalemente extraña a la generación surrealista. Simplemente porque sus predecesores nunca habían sido serios, ni habían querido serlo.

Una falta de seriedad, que para los jóvenes supervivientes de la guerra, aquellos que acusaban precisamente a ese desapego y ese desinterés de la catástrofe que había descencido sobre Europa, era el mayor de los pecados.

Y sin embargo, ese es el signo de Arp y de Klee, el jugar con el color y la línea uno, con la forma y el relieve el segundo, sin pretender en ningún momento mayores pretensiones o profundidades que las que surjan de la propia dinámica de ese juego, de las nuevas perspectivas que vayan surgiendo a medida que se dominan las reglas, modifcando estas para hacerlo nuev, renovado, fresco, y que no aburra.

Huyendo aí del cliché del artista torturado, preso de no-se-sabe-qué corrientes espirituales, el medium que ve espectros negados al resto de los asistentes a la sesión, para encontrar un artista en zapatillas, igual al resto de sus contemporaneos, maduro y reposado, que no busca enajenarse a su público, sino que éste participe con él, en el mismo juego al que él se ha entregado.

O como decía en el título de esta entrada. Crear como Arp, una esculta de tan poco valor, de tan poca importancia, que sólo sirva para perderla en el bosque...

...pero que por eso mismo es preciosa.... más preciosa que las telas sin significado colgadas en las paredes de los museos.