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lunes, 31 de julio de 2006

En el exilio... (y 1)

...Esto sería contrario al proceder de los hombres, que son impacientes y no pueden diferir mucho sus pasiones. Además, se engañan en sus propios asuntos, y sobre todo en las cosas que desean mucho, de modo que por poca paciencia o por engaño, emprenden las cosas a destiempo y acaban mal...

Maquiavelo, Discurso sobre la primera década de Tito Livio

De siempre ha habido una fuerte tendencia a tomar al pie de la letra lo que Maquiavelo cuenta en El Principe, como si en realidad este tratado fuera una invitación al cinismo en política y al gobierno de uno sólo, llamémoslo príncipe, soberano o dictador, por los medios de la dictadura y de la arbitrariedad, de la razón de estado y la necesidad política, que justificarían, por sí solas, cualquier acto, por cruel y despiadado que fuera.

Extraño, asímismo encontrar esa pasión Maquiavelista, o mejor dicho por el Maquiavelo que mejor se ajusta a sus tesis, en personas que presumen de liberalismo y de vocación democrática... lo cual no deja de ser una prueba cierta de por donde van realmente sus simpatías políticas.

Entre tantos y tantos Maquiavelistas avant la lettre, se olvida aquello que señaló, muy acertadamente, Rousseau en el Contrato social, que habiendo mostrado la verdadera naturaleza de los príncipes había hecho un gran servicio a los pueblos.

Porque todos los Maquiavelistas olvidan es que Maquiavelo no era el secretario de uno de tantos príncipes renacentistas, ocupado de elevar un panegírico a su memoria y justificar cada uno de sus actos, sino que el vivió y desarrolló su vida política en una república, en el trasiego y conflicto de los votos y los partidos, y que su modelo era la antigua y noble república romana, no el principado que la sucedió o los reinos macedonios que la antecedieron.

Así, en las páginas de El príncipe, el lector atentó puede encontrar elogio tras elogio a la forma republicana, a su fortaleza y a su perfección, hasta el extremo que, con cruel ironía, recomienda al príncipe que se apodere de una república, la destrucción de todas y cada una de sus instituciones, porque si así no obrará, el recuerdo de la libertad llevaría a los ciudadanos a luchar por ella... y a obtenerla indefectiblemente.

Así también, los falsos Maquiavelistas, olvidan que tras El Príncipe, Maquiavelo escribo el Discurso sobre la primera década de Tito Livio, donde describe, analizando el ejemplo de la república romana, como debería estructurarse esa forma de gobierno, como se deben establecer las leyes, las leyes justas, y conseguir que se cumplan, como, en fin, puede conseguirse que todos los ciudadanos sin excepción, participen en esa forma de gobierno, la más perfecta y noble, en opinión de Maquiavelo, la más resistente y perdurable, también.

Un elogio de la forma democrática que fue escrito en el destierro. En una de tantas revoluciones que tuvieron lugar en Florencia, el partido de Maquiavelo resultó perdedor y él, quien había participado en el gobierno de la república, fue condenado a trabajos forzados que le ocupasen todo el día, que le agotasen y extenuasen, hasta robarle por entero las energías intelectuales, no ya por la larga jornada de trabajo, sino por el contacto con personas que no habían tenido su educación, con las que no podía hablar, con las que no podía compartir sus ideas...

...pero como él mismo contó, apretó los dientes, aceptó el castigo que le imponían, y acabado el día, en la soledad de su alcoba, volvía a vestir los ropajes que le eran propios, aquellos del gobernante, y se sumergía en el estudio de la historia, la de aquellos romanos que asombraron al mundo, la de los italianos cuyas ideas habrían de conquistar el mundo...

...y allí volvía a encontrar a sus iguales, volvía a ser él mismo...

..aquél que nada ni nadie podría jamás destruir...

jueves, 27 de julio de 2006

El síndrome del turista....

Al terminar la narración o descripción de mis viajes por Siria, aquel lector que lo haya seguido hasta el final, se habrá dado cuenta que la figura humana no ha aparecido en el relato.

No ha sido una casualidad.

Siempre que en un relato de viajes, se comienza a describir a los habitantes y sus constumbres, es demasiado habitual, en una sociedad como la nuestra que presume de multiculturalismo y apertura, acabe haciéndose un elogio de los primitivos, exaltando la felicididad que emana de su simpleza y naturalidad, para concluir, como era de esperar, en una crítica de este nuestro espacio cultural... dejando a un lado los posibles problemas que esa otra sociedad pueda tener y, en una perversión que se remonta a los tiempos del colonialismo y que de hecho no es más que otra forma de colonialismo enmascarado, haciendo que todas las otras culturas parezcan una única sola, opuesta a la nuestra.

Ni siquiera en esto hemos sido originales.

La primera vez que encontré este concepto, el del "sindrome del turista" fue en uno de los libros de la colección de historia Universal del Siglo XXI, concretamente el destinado a la India. Curiosamente, antes de la llegada de los musulmanes, la historia no fue cultivada por en la India ni por hinduistas ni por budistas, de forma que, muchas veces, la única ventana que tenemos hacia ese pasado, es el propio relato de los viajeros que, desde el resto de Asia, marchaban allí, a visitar los lugares santos.

Uno de ellos fue Fha Shien, procedente de China, que visitó la India en el siglo V, y nos dejó un relato detallado de los lugares que recorrió, tan detallado que sus palabras han sido confirmadas por los descubrimientos arqueólogicos.

Tan detallado y preciso en esos aspectos puramente materiales, casas, calles, ciudades, templos y esculturas, que el lector podría llegar a creer que el resto de su relato, construmbres, gobierno, política, ha sido narrado con el mismo grado de verdad. Así sería, sino fuera porque el país que se nos narra se asemeja al paraíso, un paraíso que todos los desengañados, vulgo amantes de la historia y de la arqueología, sabemos que no existe, no ha existido, ni existirá jamás.

En realidad, lo Fah Shien está haciendo es exagerar lo que ve, destacar lo bueno y ocultar lo malo, para así poder criticar a placer la situación de sau patria, divida en multitud de estados en guerra tras la caída de la dinastía Han, ocupada en parte por extranjeros, gobernada casi exclusivamente por tiranos.

No sería el último extranjero en ser hechizado por la India, antes que él, el griego Megástenes, en tiempos de Alejandro, narraba las maravillas del subcontinente, para que sus contemporáneos se hiceran mejores, y en el siglo XV, el comerciante Nikitin hacia lo propio, para criticar el autoritarismo de los Zares.

Tampoco hace falta ir más lejos, ya hemos comentado como ahora, tantos y tantos reformadores de bolsillo, espigan sus recuerdos de viaje para encontrar algo que les permita criticar sus sociedades de origen, ofreciéndo la prueba de que el estado ideal en que creen, es posible y de de hecho existe.

Pero ¿tenemos derecho a ser tan duros, tan recto y tan justos?

No, precisamente eso es lo que nos cuenta el síndrome del viajero.

El turista, en realidad, no ha vivido en el país, no ha tenido que buscarse el sustento, día tras día, allí, sólo ha permanecido un breve tiempo, antes de volver a su casa, y en ese intervalo, ha sido recinido con cordialidad, agasajado, querido, mimado,como se hace con los que se van a marchar pronto y no van a suponer ninguna carga.

No es extraño que sólo guarde buenos recuerdos.

miércoles, 26 de julio de 2006

A través de Siria (y 4)

Con demasiada frecuencia hablamos de la esencia de un país. Decimos, éste es un páís árabe, éste es un país musulman, esto es así así o asao, siempre lo ha sido, siempre lo será, no puede cambiar.

Confundimos a las ideas con las personas que las portan... sin darnos cuenta que si las personas desaparecen, las ideas se desvanecerán sin dejar rastro, que basta una conquista, un movimiento de población, una catástrofe natural, o la simple alternancia entre generaciones, para que la esencia de un país se desvaneza.

Así ocurre con Siria. Podemos hablar de país arabe, como grupo étnico, y de país musulman, como identidad cultural, pero cualquier paseo, si se está suficientement atento, nos descubrirá, para nuestras sorpresa, a personas cuyo tipo sería más propio de Rusia o de Escandinavia, y, si se escarba un pocos más, descubriremos que Siria coexisten, por llamarlo de alguna manera, ambas corrientes del Islam, alternando entre la indiferencia origullosa y el odio homicida, como el la guerra civil larvada de los años '80, y que ambos grupos se enfrentan y se oponen a las diferentes confesiones cristianas, armenios, monofisitas, ortodoxosos, que se siente orgullosos de lo que son, viven en barrios separados, no se mezclan con los otros, y casi se podría decir que los desprecian.

Y si se mira a la historia, no es menos complicado descubrir una supuesta "esencia siria", reinos sirios, egipcios, hititas, hurritas, reinos neohititas, asirios, babilonios, persas, macedonios, seleúcidas, romanos, bizantinos, árabes, cruzados.... todas esas civilizaciones han pasado por esa región, todas han dejado su huella, ciudades, esculturas, inscripciones, pinturas, todas han desaparecido una tras otras, completamente, sin que quede otra cosa que ruinas y recuerdos olvidados en libros de historia polvorientos, que nadie consulta.

¿Pensaba yo en algo de esto cuando llegué a Sergila?

No... éstas son ideas que sólo se le ocurren a uno a posteriori, cuando llega a casa e intenta ordenar los recuerdos... Allí, sólo tenía tiempo para disfrutar de lo que veía, de gozarlo al máximo en el breve tiempo que teníamos para la visita, de intentar memorizarlo hasta los más infimos detalles, para que aquello, al menos aquello, los sentimientos, el entusiasmo, el gozo, no se desvaneciese con el tiempo.
Porque Sergila es otra más de las infinitas sorpresas que se ocultan en Siria, tantas, que visitarlas y conocerlas llevaría varias vidas... porque Sergila no es sino una de las 600 aldeas conocidas como las "aldeas muertas", que ocupan el norte de Siria, y que aquí y allá, se ofrecen fugazmente al viajero que conduce por las carreteras que se extienden al norte y al oeste de Alepo, hasta la frontera turca.

No hay que pensar que se trata de un yacimiento arqueológico normal, no se tratan de ciudades de la edad del bronce, enterradas en sus Tells, como Mari, Ugarit o Tell Halaf, ni inmensas metrópolis de época grecorromana, como Apamea o Palmira, ni los castillos/ciudad de los cruzados, como Saladino, Makrab o el Krak de los caballeros.

Sergila es simplemente una aldea bizantina, ocupada del siglo VI al X, en la frontera que separaba el imperio con capital en Constantinopla y el imperio con capital primero en Damasco y luego en Bagdad y Samarra... y que había de desaparece más tarde, cuando los turcos Selyúcida reventaran la frontera bizantina y provocarán la invasión de los cruzados, bárbaros ambos, turcos y francos, en un mundo de gentes cultas y refinadas, árabes y bizantinos.

Una aldea entonces, como 600 otras, ¿qué puede tener algo así de importante? Un sitio que no tiene palacios a la gloria de sus dirigentes, ni ricas sepulturas que conserven el recuerdo de los reyes, ni iglesias o mezquitas veneradas desde generaciones, ni fortalezas orgullosas que desafíen al tiempo. ¿Qué puede tener un lugar tan humilde como ése?

Simplemente, que si hubiera gente en sus calles, si saliera humo de las casas, se pensaría que se ha vuelto a la edad media. Casas, iglesias, almacenes, villas, todo absolutamente, fue contruido en piedra volcánica durísima, casi indestructible, y se mantiene aún en pie, como si sus habitantes acabaran de marcharse, si exceptúamos el suelo de los pisos o el tejado de las casas, hecho en madera y podrido hace ya siglos.

Puede entrarse en las iglesias y ver la losa del altar y la columna que lo sustenta, los bancos donde se sentaban los fieles, las pilas donde se vertían los acéites del culto. Puede entrarse en las casas, a través pórticos fínamente labrados, de columnas esbeltas y frágiles, y descubrir allí, también los abrevaderos para las bestias, los bancos para las visitas, las escaleras que no llevan a ninguna parte, los huecos para las vigas de madera que sujetaban la planta noble, el cielo azúl de Siria, contra el cual puede imaginarse el tejado de la casa, descrito por los ángulos en piedra de sus extremos y los lugares donde reposaban los maderos que lo sostenía. Puede finalmente, descenderse a las cuevas donde almacenaban el acéite y ver las prensas donde lo obtenían y las tinajas donde lo guardaban.

Todo ya digo como sí los dueños fueran a volver en cualquier instante.

Pero, al mismo tiempo, no lejos de allí, se halla las tumbas donde reposan los dueños de aquellas plantaciones. Torres y pirámides, pequeñas y breves, pero que sólo alguien de gran riqueza podía costearse. Mausoleos en cuyo interior aún están los sarcófagos, rícamente decorados, con plantas y flores labradas en ellos, con pajáros que acuden a sus frutos, con rostros de dioses paganos aún no olvidados por aquellas gentes.

...y como digo, en ese instante, no tiene uno tiempo para hacerse preguntas, sino sólo para intentar grabar en la memoria aquello que ve, porque sabe que nunca ha visto nada igual, que quizás no volvera a verlo...

..pero las preguntas y sus posibles respuestas son futiles, inútiles, sin sentido. Al fin y al cabo, el recuerdo que quedará de nosotros es el mismo que el de los habitantes de aquellas ciudades muertas.

Ninguno. Nada.

¿Qué sentido tiene entonces buscar esencias o identidades que sólo existen en nuestras mentes?

domingo, 23 de julio de 2006

A traves de Siria (y 3)

Normalmente, cuando pensamos en Oriente Medio, las imágenes que nos vienen a la mente, son las de arenas infinitas, oásis y palmeras, transitadas por señores de piel obscura que visten el pañuelo beduino.

Pero si multiple y casi infinito es el mosaico de razas y religiones que ocupan y cubren esa zona, no lo es menos el de paisajes que el viajero puede encontrarse, en apenas cien kilómetros, de las costas del mediterráeneo a los desiertos que ocultan los cursos del Tigris y el Eúfrates

Cerca de Latakia, la ciudad fundada por los Seleúcidas con el nombre de Laodicea, yace, sobre una colina, otra ciudad más antigua. La mítica Ugarit. Una ciudad que había sido ya olvidada hacía siglos en tiempos de los Macedonios, pero cuya historia abarcaba milenios. Una ciudad destruida una y otra vez, pero vuelta a fundar una y otra vez. Cimientos excavados en los cimientos, palacios sobre palacios, murallas sobre murallas, siempre para la eternidad, siempre orgullosa y poderosa.

Hasta que un enemigo, los pueblos del mar, le dio el golpe del que no habría de levantarse, allçá por el año 1200 a.C.

Antaño, Ugarit estaba a la orilla del mar, y a su puerto, en tiempos de la edad del bronce, acudían buques de todo el mediterráno oriental. Ahora, aquel puerto, está varios kilómetros tierra adentro, cegado por los aluviones de los ríos cercanos, rodeado por vides y olivares, por caminos y casas de labor. Su función perdida. Al igual que la razón de ser de la ciudad.

Un paisaje que bien podría ser el de Grecia, aquella Grecia de la que habían partido los macedonios y su rey Alejandro, aquella Grecia que bien podría ser el Sur de Italia, la Magna Grecia que conquistarían los romanos, o el levante de Iberia, ese Meditarráneo siempre igual en todas sus orillas, y donde fenicios, griegos y romanos, se sentían como en casa fuera a donde fueran.

Aún es posible distinguir los muros, excavados en los años 20 del siglo pasado, entrar por la puerta de la ciudad, recorrer las vastas salas del palacio y ver los inicios de las casas que llevaban a los pisos superiores, ya desaparecido. Aún es posible caminar por las calles, entrar a las mansiones de los comerciantes, apiñadas contra el palacio, y descender a sus panteones, situados justo en el medio de sus viviendas, los muertos viviendo con los vivos, como si no hubiera diferencias entre unos y otros, algo incompresible para nosotros, que nunca pensamos en la muerta y nos deshacemos de nuestros muertos en cuanto podemos.

Todo esto, como siempre en soledad casi absoluta, porque como ya he dicho, en Siria, el turista es una excepción.

De Ugarit, la ruta del turista suele llevarle al castillo cruzado de Saladinoy de allí al valle del Orontes, a Apamea y a Alepo.

Pero la ruta hacia el Orontes, no es una ruta sencilla. Desde Latakia, el terreno se va arrugando lentamente, colinas cada vez más altas, que se transforman en montes y montañas, en picos. La carretera, estrecha, apenas lo que basta para que pase un coche, se enrosca en las laderas, cada vez más empinadas, mientras que bosques, densos y de altos árboles, ocultan e impiden la visión.

Sólo de vez en cuando, al alcanzar un collado, se abre la vista, hasta el siguiente monte, más alto que el que se dejo atrás, hasta el valle profundo, donde corre un río, de aguas negras como suelen ser los de montaña.

Así ocurre cuando se llega a Saladino, sólo que allí, el río se divide en dos brazos, aislando una colina del resto de la cordillera, una colina, en la que en su cima, allanada a propósito se alza la fortaleza, un bastión que no son cuatro torres con cuatro lienzos de muralla, sino que es una ciudad entera, protegida por varias murallas concéntricas, y preparada por tanto para albergar a miles de caballeros, destinada a aguantar meses y meses de asedio, a soportar incontables asaltos.

Desde allí, no se llega a apreciar por completo la pericia de los arquitectos que construyeron aquel castillo, hay que descender por el camino hasta al río, vuelta tras revuelta, siempre a la vista de las fortificaciones, siempre a tiro de los defensores, para luego tener que reemprender la subida hasta el glacis que proteje la base de las murallas, en un ruta que no avanza recta, sino paralela al recinto amurallado, de forma que cualquier ejército perdería a muchos de los suyos en la ascención, hasta que la pendiente se termina, pero en vez de encontrarse en las puertas, se encuenta uno en un foso que divide la fortaleza en dos, con murallas a ambos lados, con paredes talladas hasta ser más lisas que el propio cristal.

Una fortaleza inconquistable, por tanto, pero que Saladino y sus ejércitos conquistaron en apenas una hora... porque aún no estaba terminada.

De Saladino la carretera continúa internándose en las montañas, subiendo y subiendo, hasta que los árboles desaperecen y ya solo quedan rocas, picos que aún se elevan sobre la cabeza del viajero, sin que aquello parezca tener fin.

Lo tiene sin embargo. Y ese momento no puede ser descrito. Hay que verlo. Y hay que detenerse para apreciarlo.

Ya no hay más montañas. A lo lejos se extiende una inmensa llanura, parda y renegrida en el horizonte, el primer anuncio del desierto, tornándose verde y geométrica a medida que desciende la vista, cultivo tras cultivo, el granero de Siria, el granero del Imperio, para romanos y seleúcidas, hasta que se descubre la razón, el río Orontes, río famoso entre los antiguos, puesto que en vez de dirigirse hacia el mar huñia de él, hasta que, cerca de Antioquia, giraba noventa grados hacia el Oeste y, tras un breve recorrido, se vertía en el Mediterráneo.

Toda esta visión, Desierto, Cultivos, Rios, desde un precipicio de casi dos mil metros de altura, del cual se desciende por carreteras imposibles, por laderas peladas, hasta el río Orontes

Y allí, en medio de los trigales, murallas, casas y calles ocupados por los cultivos, yace Apamea, otra de las fundaciones Seleúcidas, otra de las inmensas ciudades por excavar de la que está llena Siria. Una ciudad de la que parte calzadas hacia el norte, Antioquía, hacia el sur, hacia Hama, unidas ambas por una inmensa doble columnata de dos kilómetros de extensión, a cuyo lado se abría tienda tras tienda, comercio tras comercio, basílicas, palacios, termas, templos, circos y teatros.

Otra ciudad vacía. Otro espacio para los melancólicos.

Otro cementerio donde meditar sobre la inutilidad de nuestras pasiones, la futilidad de nuestras ambiciones, el absurdo de nuestra existencia.

miércoles, 19 de julio de 2006

A traves de Siria (y 2)

Según se llega a Tartous, la Tortosa de los cruzados, en la cual se alza, para sorpresa del turista, una catedral gótica, la mayoría de los turistas suelen girar hacia el norte, para visitar el castillo cruzado de Makrab, seguir con la antiquísima ciudad de Ugarit, uno de los nombres mágicos de la arqueología, y continuar luego, cruzando las montañas y los bosques, hasta la fortaleza cruzada de Saladino.

Pocos, sin embargo, tuercen hacia el sur, hacia la frontera de El Líbano, que se encuentra a unos pocos kilómetros de distancia, siguiendo una carretara apenas utilizada, porque El Líbano que allí linda con Siria, no es El Libano de Hezbolla y los amigos de Siria, sino El Libano cristiano, enemigo de ésta y, en cierta manera, aliado de Israel.

Tras un corto recorrido, con el mar a la derecha, entre cañaverales que cierran la visión, en una zona vacía sin gente, excpeto algunas pequeñas casa de labor, se llega a uno de esos sitios mágicos, completamente desconocidos, que tanto abundan en Siria.

Allí, sobre una colina, invisibles desde la carretera, hay dos torres cónicas, erosionadas por el tiempo, pero sobre las cuales, esforzando la vista, se pueden apreciar contornos de formas, relieves que representaban dioses olvidados, pero que fueron venerados durante milenios, por fenicios, por griegos, por romanos, hasta que el cristianismo y el islám borrasen su recuerdo y lo declarasen maldito.

Y Juto bajo ellas un agujero en el suelo, un tunel que lleva a una cámara circular en cuyas paredes se escavaron nichos en la roca, a través de los cuales, si se alumbra con una linterna, pueden verse corredores y pasillos, ornados con más y más nichos, que se adentran en la obscuridad, hacia la nada, hacia el misterio... hacia nuestro pasado desconocido, ése que ignoramos y del que aún dependemos.

Nada hay ahí que pueda atraer la curiosidad el interés de la gente normal. No hay tesoros que supongan un reto para el Indiana Jones aficionado. Todo fue saqueado hace milenios y las riquezas allí guardadas, dilapidadas hace mucho. La mayoría de la gente, tras unos minutos, se aburre, como ocurrió con la mayor parte del grupo con el que iba. Tras unas exclamaciones de sorpresa, esa sorpresa falsa con la que se pretende un elogío pero que sólo demuestra ignorancia, retomaron el camino del autobús.

No habíamos terminado aún con la visita, apenas kilómetro más arriba, se encontraban las ruinas de un circo romano y de un templo dedicado a Melkart. El circo era como todos los circos, desnudo de todos su marmol y ornamento, reconocible únicamente por el hueco que había dejado. El templo, sin embargo erá único.

No sobresalía del terreno, En medio de una colina se había excavado profundamente, como si se hubiera querido construir un estanque o una piscina. En uno de los lados, se habían tallado unos escalones que permitían el descenso, hasta llegar a una especie de cornisa que circundaba el cuadrángulo del templo, y permitía rodearlo por completo. En su tiempo debía estar cubierto. Aquí y allá, se veían las losas que debieron formar el techo, y aquí allá, se alzaban aún los pilares que lo sostuvieran.

Sin embargo, no había forma de llegar al templo en sí. Aquella cornisa era sólo un mirador, un recorrido ritual que permitía ver el interior del templo, entre los espacios de las columnas, pero no alcanzarlo. Los constructores habían seguido excavando hasta que todo el interior del templo estaba muy por debajo de la galería y, en la ocasión en que lo visité, inundado por las lluvías, como si su propósito hubiera sido construir un estanque oculto, permitido solo para unos pocos.

Y en el medio una torre cuadrángular, rodeada por las aguas, inalcanzable para el visitiante, que superaba el nivel de la galería y el nivel original del terreno, para convertirse en el único elemento del templo visible desde el exterior.

Una torre que había sido construida con los mismos principios y aspecto que las torres que guarnecían las murallas y en la que, en uno de sus lados, se había tallado una hornacina, la morada del Dios Melkart, la imagen de aquel que los peregirnos venían a visitar.

Para que les concediese sus deseos, para que escuchase sus ruegos., para que les librase de la enfermedad, para que apartase la desgracia y el sufrimiento de sus vidas.

Y no se puede explicar, no se puede transmitir, lo que alguien sensible puede sentir al ver esto. Al encontrarse con un templo de esas características, del cual cualquier otro país se sentiría orgulloso, los restauraría, lo haría centro de visitas turísticas, lo destrozaría en una palabra.

Hay que estar allí para entenderlo... y tener la mente preparada o la disposición adecuada, o como queramos llamarlo.

Porque así como yo me sorprendía, los naturales del país, crecidos entre maravillas, hartos de verla, no les daban ninguna importancia.

Eran sólo unas cuantas piedras más.

...

La historia. El pasado que pese a todo no se puede olvidar.

Porque allí, en medio de las ruinas de esa ciudad fenicia, camuflados entre los cultivos, casi invisibles hasta que no se está junto a ellos, se han desplegado varias baterías de cañones, que apuntan hacia el mediterráneo, en espera del enemigo que ya una vez, en 1967, atacó ese mismo lugar.

Toda esa zona es una base militar. Un objetivo seguro en caso de guerra.

Un lugar donde las bombas, además de los soldados y sus pertrechos, aniquilarán los recuerdos de fenicios y romanos, nos amputarán los últimos vínculos que nos unen a ese pasado mágico del cual procemos.

Para dejarnos huérfanos. Aún más solos de lo que ya estamos.

martes, 18 de julio de 2006

A través de Siria (y 1)

Planee esta entrada hace ya casi un año, justo antes de una de las largas pausas en la actualización de este blog... y que se han convertido casi en una de sus señas de identidad.

No ha sido ajeno a la recuperación de esta entrada la situación en la frontera entre Israel y El Libano, y su posible extensión al resto de la zona, pero no por las razones que podría pensarse.

Siria es ahora mismo uno de los pocos refugios que quedan en la arqueología del Oriente Próximo, mejor dicho del creciente fertil, el único lugar donde las excavaciones y las investigaciones pueden continuar con normalidad, el único sitio donde los yacimientos arqueológicos se cuidan y protegen, y cuyos museos albergan una riqueza sin igual

Una extensión de las hostilidades, la caída del gobierno sirio, una posible ocupación extranjera, el ascenso de los islamistas... la repetición en suma de lo que ocurrió en Irak en el 2003, el saqueo indiscrimidado de su patrimonio artístico, la destrucción de sus yacimientos arqueológicos, el abandono de la investigación, la pérdida de respuestas a preguntas que aún no tenemos.

Una catástrofe incalculable para la humanidad, porque nos cerraría el camino del conocimiento, el camino a comprendernos a nosotros mismos a través de la historia, nuestra historia, su evolución, sus errores, sus titubeos, sus logros y sus infamias.

Una catástofre, que como en el caso de Irak, no sería recogida por nadie, ni conocida más que por unos pocos, puesto que no sirve a los propósitos de los fanáticos de uno y otro lado... ni a los ingenuos que creen que el mundo se resolverá sólo porque ellos lo creen así.

....


De esta forma, por estas razones, he venido a pensar en Palmira, la Palmira que visité hace ya, miedo me da pensarlo, ocho añós.

El contraste entre los monumentos de Siria y los de Egipto es notable. En Egipto, uno se siente prisionero de un inmenso parque temático, creado para sacarle el dinero al turista, centrado en dos o tres sitios, donde apenas se puede andar de las multitudes que lo visitan y donde el resto del país está cerrado al extranjero, por propia voluntad de los naturales ("Está en restauración", "No hay nada allí que merezca la pena", "No va a encontrar quien le lleve", mentira tras mentira, que se contradicen la una a la otra).

Palmira, Siria, es completamente distinta. Apenas había una decena de visitantes en aquel mes de Julio. Una decena de personas perdidas entre las ruinas de lo que había sido una de las ciudades más importantes del Imperio, como si las calles de cualquier metrópolis actual hubieron sido vaciadas de sus habitantes y reservadas para tí solo.

Sólo bastaba para que te sintieras fuera del mundo. Arrastrado a uno nuevo, único, creado enteramente para tí, el mundo que deseabas y ansiabas.

No era lo único. Por la mañana y por la tarde, de las montañas que se alzan al oeste de Palmira, hacia el inmenso desierto que se extiende al este, sopla una brisa violenta. Un viento que arremolina las ropas, ensordece los oídos, arrastra arena que raspa tu piel y lija las rocas.

Un viento que te separa aún más de los demás, que te hace olvidar que unas decenas de metros más allá está el resto de tu grupo, que unas centenas de metros hay casas donde vive gente, lugares donde se repite, día tras día, la vida normal y tranquila de los seres humanos.

Un viento que te roba todas las ideas, todos los errores, todos los sueños, todas las ilusiones.

Algo que, para las personas sensibles, sólo se puede expresar por estar dominado, al mismo tiempo, por una excitación incontenible y al mismo tiempo por las más absoluta apatía, como si hubieras encontado, al fin, ese lugar, por el que sueñas y ansía, y en ese momento de revelación, mejor dicho, tras ese momento de revelación ya no quedase más por hacer.

Así me ocurrió allí. Yo era, soy, de aquellos que consumían carrete tras carrete, intentado fijar lo efimero, detener lo transitorio. De los que se movían de un lugar a otro, sin descanso, intentado ver todo, aprender todo, memorizar todo, recordar todo.

Excepto allí. Algo, ese viento ese lugar, me robaron las fuerzas, no pude hacer otra cosa que sentarme bajo las inmensas columnas que recordaban el trazado de las calles, y olvidarme de sacar más fotos, puesto que ninguna imagen, ninguna palabra, podría reproducir lo que sentía en aquel momento, la alegría, la satisfacción, la completitud. Sólo podía dejarme llevar. Contemplar como la luz caía, como el sol desaparecía tras las montañas y las sombras ocupaban la ciudad entera, y como ésta, las ruinas, las arenas del desierto, las palmeras del oasis, se tenían de oro, de burdeos, de magenta, de morado, de negro.

Sin decir una sola palabra. Sin moverme un milímetro, sin apartar la mirada... sabiendo que tú estabas a mi lado, sintiendo lo que yo sentía, y al mismo, separada por eternidades de tiempo y espacio.

Para que luego al día siguiente se repitiera lo mismo.

El vagar sin rumbo entre las ruinas, prisionero del viento, bajo el azul del cielo, ese azul que nadie en Europa ha visto y que sólo pertenece a Siria, entre el oro nuevo de la arena y el oro viejo del mármol de las ruinas, sin pensamiento alguno en la cabeza, sin intentar conservar nada, sin sacar una sola foto.

Hasta que se detuviera el viento y el calor te aplastará contra el suelo.

Hasta que el paraíso se desvaneciera.

Hasta que la muerte reclamara lo que era suyo desde milenios.

lunes, 17 de julio de 2006

Ohne Eigenschaften (y 4)


Conocidos electrónicos, de esos cuyos recuerdos mutuos se reducen a los diferentes estilos de escritura, me han comentado mi extraño giro hacia, por decirlo así, el lirísmo, no ya en este blog, sino en mis comunicaciones personales.

Ha sido entonces cuando he recordado esta entrada de hace cuatro meses, de cuando me hallaba enfrascado en la dura tarea de leer El hombre sin atributos, de el austriaco Robert Musil.

Como bien se sabe la novela es el relato, inacabado, de un año en la vida de Ulrich, un hombre que, al contrario de sus contemporáneos, se descubre sin objetivos ni fines en su existencia... existencia, que como la de sus contemporáneos y las de la propia sociedad en la que vive, será destruida por la llegada, anunciada y al mismo tiempo inesperada de la primera guerra mundial... puesto que el año en que transcurre la acción no es otro que 1914, el último año de tranquilidad antes de la catástrofe final, que otro austriaco, Karl Kraus, habría de narrar.

Este no es el objetivo, sin embargo, de esta entrada. No. Quería señalar simplemente un detalle, quizás ínfimo en el desarrollo de la obra, pero que me sorprendió profundamente. En medio de las idas y venidas, los círculos sin salida en los que los personajes giran, sin darse cuenta de ellos, Ulrich tiene una conversación íntima con Diotima, una pariente lejana suya y por la que en cierta manera, se siente atraído.

Una conversación en la que Diotima, repentinamente, se da cuenta de porque a Ulrich, en las reuniones de familia, y sin que él lo sepa, se le ha dado el calificativo de mujer.

No porque Ulrich prefiera, como amantes a los hombres frente a las mujeres. No se trata un caso de homosexualidad reprimida o encubierta. Se trata, simple y llanamente, de que el modo que tiene Ulrich de hablar del amor y de expresarlo, no es el que se considera propio de un hombre o el que se esperaría de él, en esos tiempos o en esa sociedad... lo cual lleva a que Diotima se sienta incomoda en los momentos en que ambos están a solas.

Y esa ambigüedad en el sentimiento, se extiende al propio modo de expresarse del autor, el cual nos regala con frases maravillosas, como ésta de lo que otro de los personajes Gertha, siente en presencia del hombre que ama.

... und nametlich Gertha, als Mädchen die ältere von beidem, empfand das Verlangen nach vollendenter Unarmung so arglos stark, wie ein Baum empfinden konnte, der irgendetwas hindert, im Frühling zu blühen...

...y, por así decirlo, Gertha, como doncella la mayor de ambos, sentía la exigencia de consumar el abrazo con una ingenuidad tan poderosa, como pudiera sentirla un arbol, al que cualquier cosa impide florecer en Primavera...

...y en nuestros tiempos, en este Brave new World, en el que vivimos, este sentimiento, el de algo pesado e inamovible que impide el crecimiento dictado por la naturaleza, sería expresado de forma más directa y brutal, explicado con términos más clínicos y más cínicos...

...para al final llegar a la misma conclusión, la de que no se trata de otra cosas que fantasmas de la noche, monstruos de la soledad y la obscuridad que se desvanecen con la llegada de la luz...

...Das sind Delirien des Liebeshungers, sagte Ulrich, die mit der Sättigung vergehen...

...Estos son delirios del hambre de amor, dijo Ulrich, que se pasaran al saciarse...

...o quizás no, puesto que al final, como en todas las cosas, el resultado depende de la voluntad de sus protagonistas, de que quieran reconocer la situación en la que se encuentran, de que que deseen llevarla a término...

...und ich will gleich hinzufügen, auch die Dummen lassen sich aus. Dümmheit macht ja glücklich. Ich schlage also als erstes vor. Versuche wir einander zu lieben, als ob Sie und ich die Figuren eines Dichters wären, die auf den Seiten eines Buchs begegnen...

...y quisiera también añadir, que también los estúpidos se demoran en esto. Sí, la estupidez hace feliz. Le propongo por tanto esto. Intentemos amarnos, como si Ud. y yo fueramos los personajes de un Poeta, que se encuentran en las páginas de un libro...

jueves, 13 de julio de 2006

La muerte de los dioses

...de repente, se escuchó una voz procedente de la isla de Paxos, alguien que llamaba a gritos "Tamus", de modo que se extrañaron. Tamus era un timonel egipcio y no conocido por su nombre para mucho de los pasajeros. Pues bien, a las dos primeras llamadas se calló, pero a la tercera respondió al que llamaba, y éste, elevando la voz, dijo, "cuando estés frente a Palodes anuncia que el gran Pan ha muerto". Al oír esto... todos se asustaron y mientras deliberaban consigo mismos si sería mejor cumplir lo ordenado o bien no tomarse la molestia y dejarlo, Tamus tomó la siguiente determinación: si había viento, pasar tranquilamente de largo navegando y, en el caso de que hubiera calma y bonanza en las aguas del lugar, repetir lo que había oído. Así pues, cuando llegaron a la altura de Palodes, puesto que no había viento ni oleaje, Tamus, dirigiendo la vista desde la popa hacia tierra, dijo, tal como había oído: "El gran Pan ha muerto". No había terminado de decirlo, cuando un gran sollozo mezclado con extrañeza no de uno sino de muchos se produjo...

Plutarco, La desaparición de los oráculos
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Este fragmento es uno de las historias más misteriosas que nos ha dejado la antigüedad.

La narración continúa de forma aún más sorprendente, puesto que el barco y su tripulación, acaban en Roma y allí, lo inusual de la historia les lleva hasta el mismo emperador Tiberio (recuerden Yo Claudio), el cual, en un gesto que parece de ahora mismo, ordena la constitución de una comisión que se ocupe de encontrar una explicación racional al asunto, explicación sobre la que abremos de volver.

No menos sorprendente es la personalidad de quien nos transmite esta noticia, puesto que Plutarco, escritor del siglo II, casi un siglo después de los acontecimientos, era sacerdote en Delfos, el santuario más importante del mundo griego, y por ende, romano, posición que le permitía acceder a una ingente cantidad de registros históricos, religiosos y filosóficos, con los cuales hilvanó Las Vidas Paralelas, una especie de Summa Historiae del mundo antiguo, desde la fundación de Roma y la creación de las olimpiadas, y que, a pesar de sus defectos, como su intento moralizante o su vaga cronología, en muchos caso es fuente única y generalmente fiable.

Por eso, una anécdota tan rica en detalles y nombres, en boca de Plutarco, no deja de producir en el lector la extraña sensación, de que aquello, a pesar de su irrealidad (y veremos porqué en tiempos de Plutarco, era especialmente irreal) sucedió tal y como se nos cuenta.

Sensación que muchos siglos más tarde, en el XVI, recogería Rabelais en su Gargantúa y Pantagruel, con una palpable emoción un poco fuera de lugar de la gamberrada máxima que es su obra, puesto que aquel hecho, había coincidido, año arriba, año abajo, con la crucifixión de Cristo, y para los cristianos, ya desde la edad media, ese Pan no era otro que Cristo, y esa historia, una de las pruebas con las que se anunciaba al mundo antiguo, la llegada del cristianismo y la muerte del politeísmo.

No sería la única extraña historia que tuvo lugar en aquella época... ni tampoco, la última que sería interpretada de forma completamente distintas de acuerdo con la ideología (siempre la ideología enturbiando nuestra visión) de aquellos que la escuchasen.

Algunos años más tarde, coincidiendo con la guerra civil que en los años 69/70, llevó a a la deposición de Nerón, a la sucesión en apenas un año de cuatro emperadores y a la subida de la dinastía Flavia, se propagó por el Imperio la profecía de que hombres venidos de Oriente gobernarían el Imperio.

Para los judíos, en rebelión contra el Imperio desde el año 66, aquello no era otra cosa que una prueba de su segura victoria y libertad. Para los cristianos, la certeza de que Cristo vencería a los emperadores y transformaría, como el padre así lo había querido, el imperio pagano en un imperio cristiano... y para Vespasiano, el fundador de la dinastía Flavia, y comandante en jefe en aquel tiempo de las tropas imperiales en Oriente, otro argumento y justificación propagandística para hacerse con el poder absoluto.

...y así podríamos ir hilvanando interpretaciones parciales, pero no esto lo que quería contar, aunque sirva de referencia. No, lo quería contar es muy otro...

La historia de Pan la narra Plutarco en un libro de extraño título, ni más menos que la desaparición de los Oraculos, un libro que, en puridad no debería haber sido escrito por un sacerdote pagano, ya que delata una cierta inquietud y zozobra, una duda creciente sobre el futuro de su religión, puesto que en aquellos tiempos, santuarios y oráculos visitados y utilizados desde tiempo inmemorial, habían desaparecido completamente de la faz de la tierra, y los que quedaban, ya no se ocupaban de los grandes hechos, ni de los grandes personajes, sino de asuntos completamente banales y cotidianos, indignos de los dioses.

En cierta manera, para Plutarco y sus contemporáneos, parecía como si la divinidad se estuviera retirando de este mundo, dando la espalda a los hombres... o hubiera muerto como el Pan cuya historia se nos cuenta.

...y nuevamente nos topamos con otra radical diferencia entre los paganos y los monoteístas que vinieron después. Porque para Plutarco, para los griegos, para los romanos, esto no era tan trágico como para incluso nosotros, aconstumbrados a contar con un sólo dios, y este omnipotente, omniscente, eterno, perfecto en sí, independiente de este mundo, sin necesidad de nosotros, sin que nosotros, en el fondo le necesitásemos...

...los dioses de Plutarco habían nacido, habían, como todos nosotros, aparecido de la nada, y, como todos nosotros, acabarían por volver a ella...

...la muerte también tenía poder sobre ellos, y sólo la longitud de sus vidas le hacía diferentes...

martes, 11 de julio de 2006

Sofistas, Sofistas y más Sofistas...

¿Has oído la historia del pintor Pausón?. No yo no - dijo Sarapión. Sin embargo, merece la pena. Habiendo recibido al parecer como encargo el pintar un caballo revolcándose por el suelo, lo pintó al galope; como el individuo se enfadó, Pausón se echó a reír, dio la vuelta al cuadro y, una vez con lo de abajo para arriba, el caballo se veía por el contrario, no al galope, sino revolcándose por el suelo. Eso dice Bion que les sucede a algunos argumentos cuando les das la vuelta.


Plutarco, los oráculos de la Pitia.


...y así, en este país nuestro, no escuchamos más que los mismos argumentos una y otra vez, sólo que dependiendo de la situación los esgrimen por extremos opuestos...


...y yo me pregunto, ¿acaban los trileros por no saber bajo que vaso está la bolita?

domingo, 9 de julio de 2006

Talantes y profesiones...

- ¿Es Ud. poeta? ¿un pesimista?
- Arqueólogo.

diálogo de Les Amants, Louis Malle, 1958

sábado, 8 de julio de 2006

...y los dioses caminaban entre los hombres...

...Y dicen que Isis, habiéndose enterado de esto por un rumor de inspiración divina, llegó a Biblos y, sentada sobre una fuente en actitud apenada y llorosa, no intercambiaba palabras con ninguna otra persona, pero acogía afectuosamente a las criadas de la reina y les mostraba sentimientos de amistad trenzando sus cabellos e impregnándoles el cuerpo de la admirable fragancia que emanaba del suyo. Al ver la reina a las criadas le sobrevino el deseo de la extranjera, de sus cabellos y de su piel, que exhalaba ambrosía; y así, habiendo sido llamada y convirtiéndose en su amiga íntima, aquélla le hizo nodriza de su hijito...

Plutarco, tratado sobre Isis y Osiris

De siempre, me ha fascinado la antigüedad grecoromana.

Un día, un amigo, conocedor de esta pasión mía, me comentó que acababa de leerse la Argonáutica de Apolonio de Rodas. Su entusiasmo era evidente, pero la razón no era la que yo imaginaba, sino que él estaba sorprendido porque los dioses se mezclasen con los mortales, compartiendo con ellos afanes y pasiones, vicios y desengaños.

Mi mirada debío parecerle casi un insulto. Yo no comprendía lo que me decía. Mejor dicho, no entendía el motivo de su sorpresa. Para mí, aquello era natural, algo obvio, evidente.

Había reaccionado como un pagano.

Quizás porque, desde niño, el trato y el conocimiento con los mitos clásicos había constituido uno de mis aficiones.

....

Pero... ¿Cómo pensaban los paganos? Alejados de ellos por siglos de rabioso y fanático monoteísmo, llamese, judaísmo, cristianismo o islám, ¿Cómo podemos llegar a intuir lo que sentían?

He leído estos días el tratado sobre Isis y Osiris, escrito por Plutarco, en el cual se recoje el párrafo con que habría esta entrada, y no se me ocurre otro ejemplo mejor.

Primero por la normalidad. Isis llega a Biblos, y nadie se sorprende de su presencia, a nadie se le ocurre pensar que aquello, que una diosa, camine entre los hombres y se mezcle con ellos, sea algo extraordinario... al igual que a ninguno le sorprende que la tristeza, el silencio, la soledad, la acompañen, porque si algo caracteriza a los dioses de la antigüedad es precisamente su humanidad, el hecho de que lo único que les diferencia de los mortales es el simple hecho de ser inmortales, y nada más.
Esa normalidad se una a la sencillez con que la diosa se muestra a los mortales, especialmente en el caso de Isis, como madre y protectora de todos los seres vivos. De esta forma, la vemos acoger a las criadas de la reína de biblos y en ese gesto, tan común, tan cierto y tan revelador del afecto entre hermanas o amigas íntimas, trenzarles el cabello...

...para sin aviso previo, ni transición, saltar a lo milagroso y lo maravilloso, puesto que del cuerpo de la diosa mana unguento y perfumes, unguentos y perfumes que regala a las mujeres que le acompañan, como es propio de la naturaleza de la diosa Isis, la madre y la protectora de todos los humanos, la que cuida de ellos y los alimenta, y cuya iconografía, la de la mujer que amamanta al dios Horus niño, su hijo y el de Osiris, sería reutilizada por los cristianos para representar a la virgen María y al niño Jesús.

Pero siguiendo con la normalidad, la cotidianidad del paganismo, el relato de Plutarco, da un nuevo salto mortal, puesto que la reína, picada su curiosidad por el relato de sus criadas, decide conocer a la diosa, y no lo hace por respeto, por veneración, por adoración, por sumisión, sino por algo mucho más humano y terrenal, por un sentimiento situado en esa tierra de nadie que abarca las amistades profundas y la relación de amantes.

Como dice Plutarco, le sobrevino el deseo de la extranjera, de sus cabellos y de su piel, que exhalaba ambrosía, en una expresión que recuerda las pasiones más violentas, esas que revuelven el estómago, confunden el cerebro y ahuyentan el sueño... hasta que no nos es concedido aquello que deseamos.

...

...y no puedo por menos de pensar, al reeler en este fragemento, en lo sólos que nos hemos quedado en este mundo, el inmenso vacío que nos vemos forzados a habitar, tras que los monotéismo destruyesen el mundo del paganismo, para luego derrumbarse sobre sí mismos, vacíos de significado y contenido...

...porque ya no nos queda la esperanza, de perdernos en los bosques y toparnos con las diosas que habitaban bosques y bosquecillos, ríos y manantiales, montes y colinas...

viernes, 7 de julio de 2006

... de la absoluta ambigüedad de las imágenes...

Esta imagen, fanart de una serie de anime llamada Azumanga Daioh, que narra los tres años finales de instituto de seis adolescentes japonesas, la encontré, como no podía ser de otra manera, en uno de tantos foros dedicados al anime.

...y lo que me sorprendió es que los participantes, unanimemente, la calificasen como de buen gusto... no el hecho de que la imagen sea o no sea de buen gusto (mi opinión la podrán conocer los que sigan leyendo), sino el hecho de la unanimidad entre los fans...

Pero vayamos por partes.

La escena representada no ocurre en ningún momento en la serie, ni siquiera se insinúa, sino que es algo imaginado por el artista/admirador de la serie... y algo que otros fans y seguidores de la serie, como yo, pueden reconocer como perfectamente concordante con el carácter de uno de los personajes que aparecen... mejor dicho, la realización de una fantasía de estos personajes.

La chica de la izquierda es Kaorín, que durante el transcurso de la serie, se nos muestra como perdidamente enamoradade la chica de la derecha, Sakaki. Un amor, éste, no correspondido, puesto que Sakaki, directamente, no se da cuenta de la presencia de Kaorin, ni mucho menos de los sentimientos que en ella inspira... y si Kaorín llegase a confesárselos, seguramente sería rechazada de modo brutal y definitivo.

Un modo de enamoramiento que, como sabe todo aquel que lo ha sufrido, es el peor de todos, el más horrible y devastador, puesto que nunca termina en la consumación, porque sólo consiste en transitar de un dolor a otro, entre la presencia y la ausencia del ser amado, mejor dicho del ser que, por una razón u otra, no puede amarnos a nosotros.

Un tormento que consiste en alternar entre la huida de la persona amada, buscando en la soledad y el olvido el bálsamo que nos cure, hasta que ya no se puede aguantar más y se marcha a verla, para encontrar que tenerla junto a ti, tampoco constituye un alivio, puesto que es forzado ocultar todos y cada uno de los sentimientos, aplastar y asesinar el amor del que te sientes orgulloso, simplemente para no asustarla y espantarla, hasta que la tensión se vuelve a tornar insoportable y se huye otra vez a la soledad...

...y así una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, sin que sea posible romper el círculo...

Por ello, este dibujo era considerado de buen gusto, puesto que constituía un regalo por parte de los fans hacia el personaje de ficción, algo que en la serie no había ocurrido, pero que todos deseaban que sucediera, simplemente por el cariño que le tenían al personaje.

Sin embargo, lo más importante no es que Kaorin, en esta ilustración haya conseguido a Sakaki.

No

Si en este modo de enamoramiento todo se limitase, simplemente, a la posesión física de la otra persona, el sufrimiento, el dolor, la desesperación no existirían. Para aliviarlos bastaría con utilizar las armas de la trampa y el engaño, para conseguir meterse en su cama... o dicho de una forma más brutal, propinarle un golpe en la cabeza y aprovecharse de su inconsciencia para obtener su cuerpo.

Sin embargo, en esa tortura sin sentido que constituye el amor no correspondido, ni siquiera ese remedo de salvación se presenta disponible. Cuando se está enamorado de esa manera, no basta con conseguir el cuerpo de la otra persona, es esa persona la que tiene que amarnos a nosotros, con la misma radicalidad y desesperación con que nosotros la amamos.

Es ella la que tiene que buscarnos, la que tiene que desear nuestra presencia, la que tiene que confesarnos su amor, la que debe perder el sueño y el sentido.

Sólo así todo será completo. Sólo así se podrá obtener el descanso, la paz.

Y eso precisamente es lo que ocurre en esta ilustración. Porque si nos fijamos bien, en las manos que acaricían unos labiosm no es Kaorin quien está haciendo el amor a Sakaki, sino ésta a aquélla, mientras Kaorin se deja hacer, sin acabar de creerselo aún... porque había llegado a convencerse de que aquello era imposible, porque había llegado a desesperar...

...

...y podemos dar un salto mortal, y seguir en sentido inverso, la ruta de los artistas de los siglos XVI y XVII, que convertían la poesía amorosa popular en poesía religiosa y sacra...

...puesto que al ver la pintura de Ribera que cierra esta entrada, siempre pensado en las torturas del amor no correspondido...

...porque Santa Catalina de Siena también deseó la iluminación, y oró y ayunó y meditó hasta perder casi el sentido, sin que ésta se produjese....

...hasta que cuando menos lo esperaba, ésta se dio por si sóla... y en instante se acabaron todas los afanes, todas las prisas, y era permitido ya perder el tiempo, demorarse, posponer, puesto que aquello, el objeto tan deseado, no se marcharía de tu lado...


domingo, 2 de julio de 2006

Moralia...

Caso A

Supongamos alguien que encuentra, ese topico tan manido, la mujer de su vida.

Supongamos que por un estúpido accidente, esa mujer sufre daños cerebrales que le hacen perder la memoria y la capacidad de almacenar recuerdos, de manera que cada vez que le ve es como si fuera la primera vez, que siempre es un desconocido para ella.

Supongamos que durante cinco años se dedica a cuidarla, simplemente por el amor que la tenía, aunque él no lo expresaría así, esperando que un día, algo dentro de la cabeza de ella se desbloquee y aquella persona que amaba vuelva a este mundo.

Supongamos que pasados cinco años desesperó finalmente, busco una institución donde la cuidaran y se olvidó de ella.


Caso B

Supongamos ahora a alguien que, por un motivo y otro, decide vengarse de este mundo en general, y de las mujeres en particular.

Así que se deshace de toda delicadeza, de todo los disfraces con los que los hombres engañan a las mujeres para que se acuesten con ellos, y, presumiendo de la crueldad y el cinismo con que las trata, se dedica a hilvanar amante tras amante, apartándose de ellas en cuanto empieza a notar ciertas derivaciones sentimentales en las que ya no quiere involucrarse.

Para encontrarse de nuevo atrapado, por razones muy distintas a las del pasado, con alquien que le da lo que quiere o más bien como él quiere, y del que no sabe desprenderse o apartarse, por mucho que lo intente, por mucho que presuma de indepencia y desapego.

Pista:

Ambos casos corresponden a la misma persona, en diferentes etapas de su vida.

Reflexiones


¿Se puede extraer alguna moraleja? ¿Alguna lección moral de estas historias?

No, que yo sepa... o al menos soy incapaz de extraer alguna.

Sólo una se me ocurre. Yo sería incapaz de tanto A como B.

Ergo... ¿he llegado a estar vivo alguna vez?