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jueves, 28 de julio de 2005
YKK ( y 3)
Tristeza. Melancolía. Perdida
Lo he señalado ya antes. Ésas parecen ser las constantes de este cómic, pero sería más exacto hablar del concepto japonés del mono no aware, cuya traducción literal sería la tristeza de las cosas.
Sin embargo, esta traducción no refleja el sentido exacto del término. Las cosas de este mundo no son triste porque sean feas o desagradables. Muy al contrario. Este mundo es bello, inmensamente hermoso, conmovedor hasta el extremo... y ahí precisamente radica su tristeza, porque al mismo tiempo es transitorio y fugaz, todo aquello que se posee en un instante, de lo que se goza en un tiempo dado, habrá desaparecido en el momento siguiente, se nos arrebatará, sin que nada podamos hacer por impedirlo.
No son ideas extrañas a nuestra cultura, aunque las hayamos olvidado. El mismo impulso anidada en estoicos y hedonistas de tiempos antiguos, de la Roma y Grecia clásica. El darse cuenta de que todo placer es transitorio, de que todo goze tiene un final, de que toda alegría se transforma en dolor.
Pero el mono no aware no es una llamada a la desesperación y el abandono. Muy al contrario, es una llamada de aviso para que no perdamos el tiempo, para que aprovechemos el corto intervalo que nos ha sido concedido, para que miremos lo que hay delante de nosotros y lo disfrutemos.
Pero no es tampoco una caída al torbellino. Aquellos que corren en pos de sus sueños, en el fondo están huyendo de ellos, pierden la vida al igual que los que se enclaustran y encierran. La urgencia por disfrutar la vida y el mundo que supone el mono no aware, lleva implícita, como es de esperar en un ambiebte budista, la paz y la tranquilidad, el acallar las voces y los ruidos que nos distraen de la observación del mundo, el detener el tiempo y ponerlo luego en marcha, a ritmo lento, el ritmo que nos permita seguir sus ciclos, adaptarnos a ellos, sumirnos en su seno.
Así, página tras página, asistiremos a atardeceres y amaneceres, al comienzo de la lluvia y a su final, a la caída de la nieve. Veremos el paso de las nubes, albortadas por el viento o fijas en lo alto de cielo, contemplaremos el cielo estrellado y la tierra cubierta por la escarcha, el ir y venir incesante de las olas, la llegada de la marea, el ascenso de la luna.
Todas las cosas que hemos olvidado en la ciudad. Todo lo que los altos edificios, el estruendo del tráfico, la luz cruda de las faroles, nos oculta y difumina, nos hurta y escamotea.
Todo ello en el más absoluto silencio.
Con un sentimiento de completidud y al mismo tiempo de vacío.
miércoles, 27 de julio de 2005
YKK (y 2)
Aparentemente, la historia de este cómic no es más que un lugar común, tantas veces repetido con mayor o menor fortuna. Ni más ni menos que la descripción de un mundo post-apocalipsis, un tiempo donde el nivel de los mares ha ascendido y continúa haciéndolo, sumergiendo las ciudades costeras. Una época donde las estaciones comienza a confundirse entre sí y donde, lentamente, pueblos y ciudades desaparecen, a medida que la humanidad envejece y se extingue. Un lugar donde los robots viven entre las personas y son indistinguibles de ellas, excepto porque no envejecen y porque sobrevivirán a la humanidad en decadencia.
Un marco donde se podría pensar en el desarrollo de una historia á la Mad Max, Terminator o Matrix , una excusa para el espectáculo de acción desenfrenada y la descripción de la violencia naturalista, con la complicidad del espectador, en lo que se conoce, en el mundo anglosajón, como explotation, el uso de crueldad y salvajismo para provocar placer entre el público.
Nada más lejos de las intenciones de este cómic.
En los once años que lleva este cómic publicándose, ese tiempo ha transcurrido también en la ficción. En esos once años hemos visto crecer, madurar y envejecer a los personajes. En esos once años hemos conocido ese mundo, descubierto las consecuencias de la catástrofe, pero no se ha revelado nada acerca de ella.
A la humanidad, a la humanidad que habita el mundo de YKK no le importa lo que pudiera ocurrir o quien lo causara. Fuera lo que fuera es irremediable, fuera quien fuera el culpable, catigarlo o perseguirlo no serviría de nada, no arreglaría nada. Enfrentada a la extinción segura, abocada a la muerte, sin futuro ni esperanza posible, al igual que cada uno de nosotros aunque queramos negarlo, a la humanidad sólo le queda una única salida.
Vivir en este mundo, disfrutarlo hasta sus últimas consecuencias, sabiendo que cada momento es irremplazable, consciente de que cada instante puede ser el último. Como se señala en uno de los momentos cumbres, abrir los ojos y mirar lo que hay ante ti. Darse cuenta de todo, de toda la belleza que nos estábamos perdiendo por correr sin sentido en pos de fantasmas y mentiras. Aquietarse y tranquilizarse, dejarse llevar, vivir con sencillez, vivir en paz, hasta que llegue la hora.
Y es en este mundo, donde viven los robots de los que hablábamos antes, insdistiguibles de las personas, tratados por la humanidad marchita como seres humanos iguales a cualquier otro, programados a propósito para sentir las mismas inclinaciones que los seres humanos, para experimentar los mismos sentimientos, para gozar con la misma intensidad, con igual profundidad, del mundo y de los que viven en él.
Los hijos de la humanidad, como se dicen en el cómic. Los que la sobrevirirán por un tiempo indeterminado. Los que servirán de recuerdo de que alguna vez existimos.
martes, 19 de julio de 2005
YKK (y1)
En nuestra era de aparente absoluta libertad, no hacemos otra cosa que construirnos, nosotros mismos, nuevas cárceles para encerrarnos voluntariamente en ellas... y ufanarnos, tras los barrotes, de que somos libres, de que nadie más ha sido ni será, tan libre como nosotros.
Esta paradoja libertad/limitación pervade todas las artes, incluso aquellas que como el cine y el cómic, apenas acaban de ser inventadas. En concreto, si miramos a nuestro alrededor, a los estrenos y las conversaciones de la gente, parecería que el cómic sólo ha sido y será un espacio para las hazañas de los superhéroes, para los leotardos, la violencia exagerada o los sentimientos y declaraciones simplones.
Esto por supuesto no deja de ser un reduccionismo. Resulta extraño, y triste, que en un momento que el cómic parece haber sido reconocido como el arte que es, las adaptaciones se reduzca a los susodichos comics de la Marvel y la DC. Resulta extraño también, me corrijo, es perfectamente normal, dado los parámetros culturales en los que vivimos que nadie se preocupe en adaptar a Lil'Abner, o Terry and the Pirates, o las obras finales, auténticas novelas en imágenes, del autor de The Spirit, Will Eisner.
Evidentemente estas adaptaciones resultarían demasiado profundas y conmovedores para una sociedad que sólo piensa en vivir a la carrera, escindida entre un trabajo embrutecedor y un ocio no menos destructor. Resultaría también demasiado trabajo de pensamiento para los propagandistas de la nueva era, los nuevos creyentes, aquellos que como los justos de antaño sólo saben repetir slogan tras slogan sin llegar a captar el auténtico significado de lo que predican.
Por eso, resulta reconfortante, esperanzador, encontrarse un cómic como Yokohama Kaidashi Kikoo (Diario de un viaje de compras a Yokohama), procedente de otro ambiente cultural, pero extrañamente similar al nuestro, ya que basta substituir samuráis y robots por superhéroes para encontrar y reconocer los mismos vicios de Occidente.
Y resultante reconfortante y esperanzador porque en medio del ruido y de la agitación cotidiana, el dibujante y guionista de esta obra lleva más de once años dibujando la nada, todas las pequeñas cosas que aparentemente no tienen ninguna importancia, pero que componen y conforman nuestra vida, los infimos detalles que no valen nada, que dejamos a un lado por conseguir más dinero, más fama, más poder, más gloria, más sexo, más de todo, pero que, llegada la vejez, extinguidos todos los deseos, descubrimos que eran los únicos que importaban.
Hablaremos más sobre este comic.