sábado, 22 de abril de 2017

Diez años más tarde






































Hace diez años, en la primavera de 2006, la serie Suzumiya Haruhi no yuutsu (La melancolía de Haruhi Suzumiya) tomo el mundo del anime por asalto. Tal fue su impacto que el estudio que la había producido, Kyoto Animation, Kyoani en abreviatura, se convirtió de la noche a la mañana en uno de los indispensables de la industria; mientras que muchas voces comenzaban a hablar de nueva era y cambio de ciclo, al igual que había ocurrido en los 70 con Gundam, en los 80 con Macross o en los 90 con Evangelion. 

Una década más tarde, el entusiasmo se ha enfriado considerablemente. Sí, hemos tenido la consabida edición Ultimate, pero esto sólo en EEUU, sin que la celebración del aniversario llegase a Europa. Sí, Kyoani sigue siendo una potencia en el anime, pero hace mucho que se perdió en el complejo moe/kawai sin que parezca acertar a escapar del nicho en el que él mismo se ha metido. Por otra parte, nadie, a pesar de su importancia, se atrevería a calificar ahora a Haruhi de obra definitiva, de hito que marca un antes o un después en la historia de un arte. De hecho, la primera década del siglo XXI ha transcurrido sin que se pueda identificar esa obra única que desencadeno un giro estilístico definitivo y no parece que esta década vaya a propiciarlo. Excepto, claro ésta, la victoria definitiva, paulatina e imparable, del complejo moe/kawai, la preponderancia de producciones destinada al otaku más fanático, y el abandono completo de cualquier tendencias hacia el cómic adulto, tan presentes en los 80 y 90.

¿Por qué se produjo entonces el fenómeno Haruhi?  ¿A qué se debió ese impacto, esa pasión y ese enamoramiento que sentimos tantos en ese momento? Primero, a qué Haruhi fue la serie que dio el aldabonazo a las posibilidades del ordenador en el anime. No se trataba ya de la inclusión, más o menos afortunada, de complejas maquinarias a las que sólo se podía dar vida con esa tecnología. Con esta serie, Kyoani, demostró que podía recrear la realidad con precisión fotorrealistica. No sólo eso sino que, a la hora de animar a sus personajes, podía hacerlo sin tachas, creando una animación fluida, plena en detalles y hallazgos, en donde cada personaje quedaba caracterizado por sus ademanes. Donde finalmente cada uno, todos ellos, actuaban, reaccionaban y se relacionaban.

Haruhi señalaba así el abandono casi completo de las constantes de estilo, propiciadas por la falta de presupuesto y la imperfección de las técnicas de acetatos, que habían gobernado el anime hasta entonces. Muchos descubrimos que lo que habíamos creído inherente a una escuela de animación, el estatismo, la estilización, los efectos de acuarela, el silencio y el reposo en medio de la acción, no lo era en absoluto. Que nos gustase o no, el anime ahora iba a seguir otros derroteros muy distintos, precisamente los que le hacían más similares al cine de acción real, sin todos los trucos distanciadores utilizados hasta ese momento. Una evolución que, por cierto, ha sido paralela al del propio cine de acción real, cada vez más indistinguible de la animación.

Por otra parte, gran parte del efecto de la serie se debía a un pequeño truco. Los episodios de la primera temporada se presentaron desordenados, barajados entre sí. Durante bastantes episodios, el espectador no sabía muy bien lo que estaba sucediendo o por qué, así que debía limitarse a seguir la corriente, esperando a que las piezas cayesen en su sitio. Lo que cuando ocurría, producía una sensación de triunfo. Por otra parte, esa anarquía narrativa convenía perfectamente al desorden mental, la agitación sin sentido ni objetivo, del personaje principal, la Haruhi del título. La serie se convertía así en un juego sobre un juego, como si los espectadores fueran también sorprendidos, abrumados, arrastrados, por las ocurrencias de la principal protagonista.

Este efecto se disipó con las ediciones en DVD, en donde se imponía un orden cronológico. Haruhi,  la serie, mostraba de esa manera su peor defecto, ser una colección de anécdotas, de historias dispersas, donde brillaban algunos momentos, pero donde otros eran perfectamente prescindibles. La decadencia de la serie se agravó con la segunda temporada, obsesionada con mostrar el bucle espacio temporal en que se veían atrapados los protagonistas durante sus vacaciones de verano... y gastando ocho episodios en ello. De nada servía la habitual precisión, expresividad y sensibilidad de la animación de Kyoani. Al final todo espectador acababa tan hastiado, tan agotado y descorazonado como los mismos protagonistas.

Llegados aquí, resulta curioso que lo mejor de Haruhi sean, curiosamente, su comienzo y final. El episodio 1 de la primera temporada, Asahina Mikuru no bōken Episode 00 (Las Aventuras de Asahina Mikuru), era una cochambrosa película de aficionados sin pies ni cabeza, con todos los errores estéticos, narrativos y de producción que podían esperarse de un grupo de adolescentes con una cámara entre las manos. Sólo que la broma había sido realizada de forma tan perfecta por Kyoani, con tal entrega y dedicación, que por si sola podía considerarse como pequeña obra maestra del anime. Entre otras cosas, por reírse de sus muchos tópicos, su escapismo y su superficialidad.

Y por último, la película que cerró la serie, Suzumiya Haruhi no Shōshitsu (La desaparición de Haruhi Suzumiya, 2010). Una obra que, por su longitud, casi puede considerarse como la tercera temporada y donde Kyoani aplicaba todo su saber y experiencia de esos año. Casi una obra maestra, en mi opinión, salvo que para apreciarla había que haber visto antes todos los episodios anteriores.

Quedando restringida, por tanto, a unos pocos fanáticos. Cerrada por completo al gran público.

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