martes, 2 de agosto de 2016

Carreteras Secundarias

Caravaggio, Martirio de Santa Ursula
La exposición Caravaggio y los pintores del norte, que se puede visitar ahora en el Museo Thyssen, vale la pena sólo por este cuadro, el Martirio de Santa Ursula del pintor que da nombre a la muestra. Es una de sus mejores obras y además, de esas poco vistas por el aficionado, más acostrumbrado a su etapa inicial romana, por la facilidad de visitarla in situ, y menos a la producción del tiempo de fuga y exilio por Nápoles y Sicilia. 

En esa segunda fase, la pintura de Caravaggio se vuelve mas dura y al mismo tiempo más difusa. Si en Roma la luz esculpía las figuras haciéndolas surgir de la obscuridad, hasta crear imágenes semejantes a esculturas perfectas, en Sicilia y Nápoles esa misma luz extrae sólo detalles aislados, incluso incoherentes, llegando esa fiereza a convertir el cuadro casi en ilegible. Basta fijarse en la armadura del personaje del borde derecho, reducida a unas manchas blancas que simulan los reflejos de la luz casi cenital, y que sin embargo, a pesar de su abstracción radical, consiguen crear la ilusión del metal que lo cubre de pies a cabeza. Otro detalle típico de esta nueva manera de Caravaggio son los rostros de los dos personajes de la izquierda, comidos por las sombras, uno apenas identificable por sus ojos y frente iluminadas, el otro con la boca y los ojos convertidas en cavernas de obscuridad insondable.

Audacias pictóricas que llegan a su cumbre con dos detalles aún más desconcertantes, si cabe. Por un lado, la mano que aparece en el centro de la escena, que parece que quisiera parar la flecha que acaba de atravesar a la Santa,  pero que al mismo tiempo, parece no pertenecer a ninguno de los personajes, ser parte de un milagro fallido, de una intervención divina que no tuvo éxito. Por otro lado, la palidez cadavérica de la Santa, como si ya llevara muerta varias horas, incluso días, y la escena que estamos presenciando fuera sólo un trámite necesario para hacer conocer su martirio al mundo. Esa violencia extrema que presenciamos no sería así otra cosa que una representación, una escena más ya ensayada dentro de la tragedia divina.
La exposición, como pueden imaginar, es mucho más que este cuadro de Caravaggio. Su tema es muy interesante, aunque no pase de ser un lugar común en la historia del arte, estudiado hasta la saciedad. Se trata de que hacia 1600, en Roma, se produce una conjunción de pintores venidos de diferentes países, como Nicolas Poussin y Claudio de Lorena, que no sólo van a dar lugar a la primera escuela pictórica internacional de Occidente, sino que van a ser esenciales en la definición del estilo Barroco y su difusión por el resto de Europa. Un grupo de estos pintores van a ser los llamados Caravagistas de Utrech que van a imitar el estilo de Caravaggio, hasta llegar incluso a copiarlo literalmente, y lo van a transmitir a los Países Bajos, donde pintores como Rembrandt lo utilizarán como impulso inicial de su estilo.

Sin embargo, aunque la tesis sea más que conocida y no se lleguen a explorar otras vías como la conexión con Georges de la Tour, - demasiado reciente su muestra monográfica, me temo -, siempre se agradece poder contemplar obra de pintores poco conocidos y difíciles de encontrar. Artistas que aunque no sean de primera fila, son muy interesantes, y se merecen algo más que las miradas apresuradas que reciben en las colecciones de los grandes museos. Son así estas exposiciones temáticas colectivas las que permiten que el aficionado medio, como es mi caso, descubra pintores de los que no tenía la más mínima idea y de los que intentará no olvidar su nombre, para cuando visite alguna colección

La Negación de Pedro, Pensionante del Saraceni
Pintores como este Pensionante del Saraceni, cuyo nombre real es desconocido y ni siquiera se sabe si existió en realidad. En realidad, este nombre es una etiqueta para identificar una serie de cuadros anónimos que comparten un estilo propio, muy similar al del pintor Carlo Saraceni, lo que hay llevado a pensar que fuera uno de sus alumnos. Se trata de obras de una rotunda tridimensionalidad, claramente basada en el uso de la luz de Caravaggio, con quien comparten también una cercanía al espectador de los personajes representados que se convertiría en un rasgo característico del barroco. Caravaggismo evidente que no supone un uso del tenebrismo y sí una dulzura y espontaneidad que muchas veces se halla ausente en su modelo estilístico, tan dado a la teatralidad.


Otro pintor extraño es Louis Finson, autor francés de segunda fila, muy influido por el tenebrismo y su uso escultórico de la luz, pero que en ocasiones parece anticipar estilos muy posteriores. En concreto, el colorido lánguido y difuminado de los simbolistas del siglo XIX, con los que comparte así mismo el gusto por la alegoría y la referencia para entendidos. Así, algunas de sus obras transmiten una sensación de irrealidad, de ensueño, que casa mal con el naturalismo agrio de su modelo italiano, pero que lo hacen especialmente atrayente. 
 
Especialmente hoy en día, cuando podemos contemplar y gozar de todos los estilos imaginados a lo largo de la historia del arte.

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