miércoles, 6 de julio de 2016

Encrucijadas (y III)

No modern historian need shrink from following Theopompus in recognizing that Philip did what he did, and what his predecessor had been unable to do, because Philip was Philip. There is, however, a negative side to the explanation of Philip's rise, namely the absence or ineffectiveness of early opposition to him. If has been said that "it is arguable that Ceasar (in 60 BC) would not have made such an immediate impact on Roman politics has the state been (in Ciceronian lenguage) less wretched and "unstable". Something similar can be said about Philip in his relation to the traditional Greek powers.Each of them was in deep trouble in the 350s: The Thebans, because of the protracted, bitter and useless Sacred War fought for possession of Delphi in 355-346 (the first diplomatic shots were fired in 357); the Spartans because of their loss of Messenia and their problems inside the Peloponese; and the Athenians because of the Social War, i.e., the war against their seceding allies.

The Greek World 479-323 BC,  Simon Hornblower

Ningún historiador tiene que temer seguir a Teopompus cuando reconoce que Filipo consiguió lo que consiguió, y que sus predecesores fueron incapaces de conseguir, porque Filipo era Filipo. Existe, no obstante, un aspecto negativo en la explicación del ascenso de Filipo, principalmente, la falta o ineficacia de una oposición temprana a su figura. Se ha dicho que es debatible que Cesar, hacia el 60 a-.C, no habría tenido un impacto directo en la política romana si el estado hubiera estado (en la expresión ciceroniana) menos carcomido e inestable. Algo similar se puede decir de Filipo en sus relaciones con las potencias tradicionales griegas. Cada una de ellas estaba en graves dificultades en la década del 350 a.C: los tebanos, por la interminable, agria e inútil Guerra Sagrada librada por la posesión de Delfos en 355-346 (los primeros encontronazos diplomáticos fueron en 357); los espartanos debido a la pérdida de Mesenia y sus problemas dentro del Peloponeso; y los ateniense debido a la Guerra Social, es decir, la guerra contra sus aliados en secesión.

Ya les dije que hace unas entradas que había reanudado mi lectura de la Historia del Mundo Antiguo editada por Routledge. Me queda un volumen por conseguir, que espero se publique a finales de julio, pero por lo que llevo leído, sus tomos se dividen en dos categorías: los largos y los cortos. Largo, de más de 500 páginas de extensión; corto, sin superar la barrera de los 300. El último tomo que he leído, dedicado al mundo griego de los siglos V y IV pertenece a esta segunda categoría y esto le hace cojear un tanto en el análisis de esos dos siglos fundamentales en la historia grecorromana y la civilización occidental.

Sus carencias se deben tanto a la falta de espacio, que le impide analizar en detalle los fenómenos de ese periodo, como a un error en el enfoque del estudio. Más incluso por esta última razón, puesto que lo habitual en tratados históricos de poca extensión es olvidarse de la narración factual y adentrarse en cambio en la descripción de los fenómenos sociales y culturales. Un cambio de objetivo que, en este tema histórico, habría llevado a hablar de la democracia ateniense y su oposición al sistema espartano, del nacimiento del teatro y la comedia como elementos fundamentales en el debate político, de la aparición de un arte humanista y realista, aunque ciertamente idealizado, además de la fundación de la filosofía al modo occidental. 

Fenómenos antiguos que siguen perteneciendo a nuestra actualidad cotidiana y de los que es tan importante conocer su gloria como su fracaso. Entonces y ahora, porque la democracia y el teatro sobrevivieron en el siglo IV de forma desvirtuada, limitados y censurados, mientras que la filosofía de Platón y Aristóteles no deja de ser un ímprobo esfuerzo por hallar las causas del fracaso ateniense.


Hornblower no sigue ese camino del análisis cultural, pero tampoco busca construir una crónica de los hechos. Más bien realiza una comparación entre las diferentes fuentes de las que disponemos, literarias, epigráficas y arqueológicas, para intentar ensamblar una reconstrucción más o menos válida, más o menos equilibrada, más o menos verosímil. El problema es que ese objetivo tan loable - y tan interesante en principio - no consigue arribar a buen puerto, de manera el libro divaga y se pierde en recovecos innecesarios, debido dos razones principales, una interna y otra externa. 

La interna se debe al propio Hornblower, que no es capaz de construir un edificio sólido con el material del que dispone y el método que ha elegido. Es de agradecer que el autor busque dar una visión equilibrada del mundo griego de esos dos siglos, sin centrarlo exclusivamente en Atenas y su enemiga Esparta. Sin embargo, ese afán por ofrecer una historia plural lleva a un efecto indeseable, ya que los capítulos interesantes son precisamente aquéllos que tratan los temas menos conocidos o menos accesibles por vía de las fuentes, mientras que cuando la atención se vuelve hacia los acontecimientos centrales de ese periodo, la narración se desarma, se vuelve fragmentaria y se deja arrastrar por debates demasiado especializados, de los que no llegamos a saber muy bien la razón de su inclusión. No porque no sean interesantes ni pertinentes, ojo, sino porque no engarzan con lo narrado anterior y posteriormente, y roban el espacio a la narración de las transformaciones sociales, políticas y culturales.

Resulta curioso por otra parte, que a pesar de esta atención constante sobre la crítica textual, en periodos como el de las conquista de Alejandro ese debate quede relegado a las notas finales. Da la impresión de que las distintas partes del libro hayan sido escritas en momentos distintos, y eso aunque éste se inicia, precisamente, con una atinada discusión de las fuentes disponibles y su interpretación. Estas asimetrías en el tratamiento del material nos llevan al segundo problema de la obra, el externo. Se trata simplemente que a pesar de la mucha información de la que disponemos sobre ese periodo, de las muchas fuentes antiguas que nos han llegado, de los muchos libros  escritos por infinidad de historiadores, nuestro conocimiento de la antigüedad clásica es forzosamente incompleto. Apenas un pequeño barniz que en cuanto lo rascamos, cae y se desprende.

En otras palabras, sabemos mucho sobre Atenas porque la mayor parte de la literatura griega que nos ha llegado fue escrita por sus ciudadanos. De ahí se sigue que sepamos mucho de sus enemigos, especialmente de los espartanos, pero cuando nos movemos a ciudades como Argos o Corinto, a las colonias jonias del Asia Menor, a los diferentes pueblos bárbaros, o semi bárbaros, como los macedonios, que rodeaban el núcleo de la civilización griega, nuestro conocimiento puede reducirse a cero. No llega a serlo por la existencia de documentos epigráficos y las investigaciones arqueológicas, pero en cuanto profundizamos un poco nos quedamos sin respuesta a preguntas fundamentales sobre el gobierno, la sociedad o la cultura de esas regiones periféricas. Sin ellas, sin narración posible, y sin medios de sopesar la validez de lo que nos cuentas las fuentes, si es que lo hacen

Una pena, porque cuando Hornblower quiere, nos descubre un mundo griego del que no teníamos casi idea. Una civilización que fue más que el núcleo ateniense, y cuya variedad y complejidad resultan fascinantes. 

Si sólo por la ignorancia que de ellas tenemos.

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