martes, 10 de febrero de 2015

No hay bandos definidos































Hacía ya un tiempo que no les regalaba - si es que ésa es la palabra - con alguno de mis comentarios sobre anime. No les quiero ocultar, aunque ya deben saberlo, que mi pasión por esa escuela de animación se ha apagado un tanto, sin que las nuevas series, mediocres y repetitivas en su gran mayoría, contribuyan a reanimarlo. Por otra parte, el hecho de vivir atado a la actualidad y no poder revisar lo que veo, ha provocado que varias de las series aquí comentadas en realidad no merezcan el valor que les he atribuido, mientras que otras realmente valiosas han escapado a mi atención... y a la de gran parte de los aficionados.

Afortunadamente, en medio de este ajetreo, aún conservo un tiempo para realizar esa necesaria tarea de revisión, que si bien muchas veces sólo sirve para confirmar mis errores, otras me conduce a auténticos tesoros. Ese ha sido el caso de Shin Sekai Yori (Desde el nuevo mundo, podría ser la traducción) serie producida en 2012 por A-1 Pictures, que ya en su tiempo se distinguió en muchos aspectos del común de la producción de anime y que vista ahora se revela como una de sus obras magnas. Quizás olvidada, en gran parte humilde y sin pretensiones, pero con muchos puntos para resurgir una vez que todo el ruido y los estereotipos se hayan desvanecido.

Gran parte de su atractivo se debe a la solidez del material de partida: la novela ligera del mismo nombre. Aunque ese moderno género literario japonés se presta especialmente al uso de la franquicia los tics y los trucos para aplacar lectores poco exigentes, ha habido honrosas excepciones como Boogiepop Phantom, Juuni Kokki o, en parte, Spice & Wolf, todas ellas origen de grandes series de anime. En el caso de Shin Sekai Yori, su punto de partida es aparentemente esterotipado, al plantear un mundo en el que una serie de mutaciones espontáneas a principios del siglo XXI han llevado a la aparición de una serie de humanos con capacidades telequinésicas, el poder, como lo llaman los protagonistas.

Las similitudes se acaban ahí, ya que el tiempo de la serie tiene lugar en un futuro situado mil años después de nuestra época. Un tiempo donde la humanidad sólo parece constar de esos humanos dotados de esos dones casi sobrenaturales, mientras que su sociedad parece haber vuelto a un estado medio rural, primitivo, similar a un Japón ideal, del que han sido eliminado todos los refinamientos modernos e incluso el recuerdo del mundo anterior. El motor de la novela y del anime es por tanto ilustrar el funcionamiento de esa sociedad nueva y trazar, aunque sea de forma fragmentaria y alusiva, los procesos que han llevado a ese estado.

Es en ese esfuerzo narrativo donde la novela, y el anime, en su estela, muestran su auténtica fuerza. Su peripecia gira alrededor de un pequeño grupo de personajes, cuyos destinos y las repercusiones que tiene sobre ellos la sociedad en la que viven, se nos narran en extensión y profundidad, sin perderse en digresiones o, mucho peor, introducir nuevos secundarios que no sirven para nada, sino es para ocultar la falta de habilidad del escritor. Por otro lado, la novela, y el anime, evitan escrupulosamente quedar restringidos a una mera secuencia de batallas, combates singulares, efectos deslumbrantes o maquinaria imposible, pero molona, al igual que fuera de su ámbito quedan esos condimentos tan habituales, el sexo pícaro, la inocencia que no es tal, que parecen requisitos indispensables de estas formas populares y que sólo sirven para romper el clima de la narración y astragar al lector, harto de verlos siempre repetidos.

No es que el sexo - y sus consecuencias - estén ausentes de la narración de la novela, o de las imágenes del anime, pero su inclusión se realiza de forma natural, casi necesaria, como medio de ilustrar el funcionamiento de esa sociedad ideal, de una utopía soñada que en el fondo no es tal. En cierta manera, el mundo descrito en Shin Sekai Yori podría catalogarse de una parodia de las series de magia o de superhéroes a las que se han rendido hasta los críticos de de mejor gusto. Un rasgo que ya la habría convertido en una serie valiosa, pero que también la habría encasillado, mientras que Shin Sekai Yori consigue librarse de ese último peligro, gracias a su rigor y seriedad, para elevarse a alturas de auténtica meditación sobre la humanidad.

Porque esa utopía soñada, ese mundo ideal, está basado sobre el horror y la opresión, como lentamente van descubriendo los protagonistas y nosotros mismos. Una crueldad despiada y una injusticia inhumana que se aplican tanto al interior de esa sociedad, devorando a gran parte de los personajes principales, desencantando a los pocos supervivientes, sino que se aplican a su exterior, a ese mundo nuevo de dentro de mil años, habitado por criaturas desconocidas, de las cuales nos separa un abismo físico y mental. Es ahí, en esa diferencia  entre ellos y nosotros, donde se esconde el arma final de la novela y la serie. Inconscientemente, nos identificamos con los pocos seres humanos que quedan, asumimos sus punto de vista y sus razonamientos, su razón y su justicia para obrar como obran, pero cuando llegue el momento del conflicto final, descubriremos, ellos y nosotros, que en realidad somos los auténticos opresores, las auténticas bestias, los verdaderos monstruos,

Nosotros y no aquellos que sólo lo parecen, quienes ahora se muestran con perfecto derecho a actuar como actúan, por muy radicales y desesperadas que sean sus acciones.

Una lección de extremada importancia. Especialmente en este nuestro mundo enloquecido de hoy.


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