jueves, 29 de enero de 2015

En Círculos (y I)

Aber das bedeutete nichts, als dass für ihn die Zeit gekommen war, wo der Gefangene nicht begreift, wie er sich die Freiheit hat rauben lassen können, ohne sie bis auf den Tod zu verteidigen. Denn wenn Diotima sagte: "Was sind Weltereignisse? Un peu de bruit autour de notre âme...!" - so fühlte er das Gebäude seines Lebens erzittern.

Robert Musil - El hombre sin atributos

Pero eso no significaba nada más que para él había había llegado el momento, cuando el prisionero no llega a concebir, como ha permitido que le arrebaten su libertad, sin haberla defendido hasta la muerte. Porque cuando Diotima decía: "¿Qué son los acontecimientos mundiales? ¡Un poco de ruido alrededor de nuestra alma...!", Él sentía estremecerse el edificio de su vida,

Der Mann Ohne Eigenschaften, la novela de Robert Musil que he citado arriba, es una de mis favoritas, casi podríamos decir una obra central en mi vida, a la que me veo obligado a volver a intervalos regulares, como me ocurre con À la Recherche du temps perdu. La he leído ya dos veces entera - en alemán, si me permiten presumir - y ahora me hallo enfrascado en la tercera lectura, revisión o más bien viaje y aventura, si prefieren. Son tales las dimensiones y profundidad de esta novela que cuando uno debe enfrentarse a ella, más vale coger un buen macuto, llenarlo de provisiones y no poner un límite temporal a sus exploraciones. Un límite menor de muchas semanas, incluso meses, quiero decir.

La primera vez que me aventuré por sus espacios, allá por la década de los noventa del siglo pasado, la obra de Musil me fascinó, quizás porque mi edad, mis sentimientos y mi concepciones eran muy próximos a los del personaje protagonista. Que la leyera, no quiere decir que la entendiera. Esta novela no es de la que hacen concesiones al lector y fácilmente se puede acabar perdido, enredado, en la maraña de argumentos y contrargumentos que constituyen su núcleo central. El esfuerzo que requiere, por tanto, es similar al de un explorador perdido en la selva o en el desierto, y en ese punto no me ayudaba mucho que mi alemán fuera fragmentario e incompleto, de casi no entender una de cada dos palabras de las allí escritas.



Digamos que mucho de lo que leí no llegué a captarlo y que otros puntos los reconstruí a mi manera, de manera divergente a lo que realmente estaba allí escrito. No obstante, la novela me fascinó, alcanzando grados de auténtica revelación personal, a lo que ayudo mucho el largo espacio temporal que me llevó culminarla, que la convirtió en parte de mi vida cotidiana. Tal era mi obsesión, que busqué hacerme con un segundo tomo en donde se recogía lo que iba a ser la tercera parte de la obra, casi completada pero nunca publicada, junto con los borradores y esquemas de la conclusión final de la historia según la planeaba Musil. Porque, no se olvide, Der Mann ohne Eigenschaften es una obra inacabada, inconclusa, repleta de preguntas, y yo necesitaba respuestas. Fueran las que fueran.

Mi segunda lectura tuvo lugar a mediados de la primera década de este siglo - que manera más enrevesada de referirse a un tiempo sin nombre - y para mi sorpresa, encontré que el encanto se había desvanecido, tanto que está vez no continué mi relectura con el volumen extra de borradores y borrones. Algo se había roto y era en mí, quien no conseguía encontrar en esa nueva lectura los pasajes que me habían enamorado antaño, ni había logrado mejorar en la compresión de los vastos espacios yermos que a duras penas había atravesado en el prime viaje. Este desengaño, fuera aparente o no, no es un fenómeno nuevo en mi experiencia como lector. Sé que todas mis segundas lecturas serán una decepción, excepto si lo que leo en ese segundo encuentro difiere de manera apreciable de lo leído al principio, sea por hacerlo en la lengua original o por enfrentarme a la versión completa.

Por supuesto, el factor decisivo en esta oposición enamoramiento/indiferencia era que yo, mi persona, mis pensamientos de aquella década no eran los de diez años atras. No voy a entrar en cómo ni por qué - llevó ya varios párrafos hablando sólo de mí y no de la novela - pero de la misma manera, quien soy ahora es muy diferente a quien fue en las otras dos ocasiones anteriores. Con la diferencia que, en este tiempo y en este lugar, he vuelto a conectar con la novela, a enamorarme de ella, con el añadido de que ahora entiendo su alemán casi por completo, aunque aún queden núcleos irreductibles,  y puedo cartografiar al fin esos espacios en blanco que me habían quedado en su geografía, de los que no sabía si albergaban monstruos o maravillas.

De ambas cosas había. Porque esta novela, la larga y complicada narración de Musil, es la de un tiempo que no sabe que va a ser cercenado, la crónica del año previo a una Primera Guerra Mundial tan de moda ahora mismo. Ninguno de los personajes que habitan en Der Mann ohne Eigenschaften sabe que su hora, la de de su vida personal y la de su sociedad, ha sido ya decidida, juzgada y condenada, de manera que continúan enfrascados en sus actividades habituales, como si no fueran a tener final, como si los circulos en los que giran no fueran a quebrarse definitivamente, para no cerrarse jamás, para desaparecer como si nunca hubieran existido.

Nadie lo sabe, nadie los sospecha, excepto el narrador anónimo y nosotros, los lectores. Somos potencias externas que nos limitamos a observar ese lento camino a la catástrofe que ninguno de los protagonistas presiente, ese futuro completamente opaco del que nada saben y del que nada nos revela el narrador, excepto esa conclusión que ya sabemos: que fue barrido por los vientos de la guerra. Catástrofe final, sí, pero un horror que conocemos porque lo sabíamos ya de antes, no porque nos lo contase la novela, que no adquiere jamás carácter de lamento o melancolía, simplemente porque poco hay que salve, que justifique y santifique a la sociedad de entonces.

Rechazo, más bien desapego que no se debe a que ese régimen desaparecido sea injusto, opresivo, caduco, sino simplemente a que es inválido, inútil, absurdo. Como este mismo blog, los personajes de esa novela no hacen otra cosa que andar en círculos, perseguir objetivos que den sentido a su vida, sólo por ese detalle nobles y elevados para los que los siguen, cuando en realidad son hueros y baldíos. Esa sociedad, en resumen, está formada por individuos que han sido educados en el culto al genio, que han sido preparados para ansiar, luchar y alcanzar las mayores alturas, pero que se ven forzados a vivir en la mediocridad, en una penumbra a la que obligatoria e inevitablemente deben vestir de gloria y triunfo, sino quieren hundirse, destruirse.

Características que son también las de este mundo en el que vivimos, tan proclive a la exaltación del genio, la fuerza de voluntad como vía hacia un triunfo seguro, pero que al final desemboca en una agitación sin sentido y sin fruto, casi la de insectos a punto de ser aplastados.

Pero de todo esto, y especialmente de la novela, deberé hablarles en otra entrada, que en ésta se me ha acabado ya el espacio.

Si tienen fuerzas y paciencia, claro.

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